lunes, 20 de abril de 2015

Nos estamos viendo, maestro Galeano.

Hace unos días murió uno de los referentes más importantes para quienes estudiamos y trabajamos con el lenguaje al tiempo que luchamos por hacer de un mundo que está patas arriba, un mundo mejor: Eduardo Galeano.

Su falta se percibirá como tal, porque en adelante parecerá que nos robaron algunas palabras del diccionario. Él y sus libros llenaron innumerables tardes de luz de verano, frecuentes son las conversaciones que tengo comentando su obra y sus enseñanzas. Y por supuesto él tiene parte de culpa en que yo estudiara lo que estudié, eligiera la profesión que me ocupa hoy y disfrute cada día la pasión por el lenguaje que quienes me conocen reconocen.

Por momentos imagino posibles habilidades que contiene su Currículum Vitae: escultor de metáforas, audaz alfarero de belleza dialéctica, guerrillero indignado en un mundo dominado por indignos, lúcido rastreador de identidades, abogado defensor de los nadie, soldador artístico de continentes y contenidos, creador de palabras desnudas de mentiras, sembrador de pensamientos, abono de los campos de sueños, trillador de ideas, mentor de poetas inéditos, poeta militante de por vida, escribano de causas (justas) perdidas…

Con su marcha nos quedamos un poco huérfanos de maestro; Galeano es uno de esos hombres imprescindibles que llenan de significado ese adjetivo que ocupa la famosa cita de Berltolt Brecht y que inspiró este blog en sus primeros años. Hoy me inspira para volver a escribir en él algunas líneas, aunque sea con ocasión de una despedida

Ojalá que, como en este cuento, el silencio no sea eterno y algún día podamos disfrutar de sus enseñanzas como si fuera, de nuevo, la primera vez.