miércoles, 15 de junio de 2011

En Sol no se escribe una elegía.

Irene Lozano

http://www.cuartopoder.es

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Sé cómo me siento con el final de la acampada de Sol. Y no quiero ver el desmantelamiento de las últimas carpas, los libros de la biblioteca empaquetados. No quiero mirar los brazos agitándose en alto y pensar que es la última vez. No quiero escucharlos, a esos que debaten de política sin conocerse en un espacio público, e imaginarme Sol en silencio. No quiero escribir una elegía, pero este arranque me recuerda a Lorca: que no quiero ver la sangre sobre la plaza.

No quiero ir, pero debo hacerlo. Y cuando llego, dejo de pensar cómo me siento y pregunto cómo se sienten ellos, los que han vivido allí. “Muy cansada”, me contesta Ceballos, una actriz de 32 años. Un buen baño de pragmatismo, pienso. “Llevo sin dormir desde el viernes y… sí da un poquillo de nostalgia. Desmontando había mucha tristeza”. Ella pertenecía a la comisión de infraestructuras, que siempre tenía trabajo. Le pregunto si sentirá mañana un vacío y duda. Se queda con lo positivo: “Nunca había estado en ningún movimiento asociativo. Mi conexión con la política era cero. Ahora quiero asumir como persona todo lo que hemos aprendido aquí”. Relata su experiencia en las asambleas como un aprendizaje, desde la torpeza y la lentitud inicial hasta la comprensión del significado del consenso: “Al principio, los debates eran muy torpes, pero luego ya era todo mucho más ágil. En la asamblea éramos un grupo de personas solucionando un problema. La democracia de “una persona, un voto” fue un gran paso, pero las mayorías excluyen al individuo. La mayoría puede gobernar para todos obteniendo el poder, pero en la asamblea la mayoría no tiene el poder; el poder está en conseguir el consenso”.

En su mismo caso se encuentra Fernando, estudiante de informática de 22 años, que desde mañana se enfrenta a los exámenes finales: “Aquí hemos estado mucha gente estudiando, pero a partir de mañana va a ser duro”. Él había asistido a alguna asamblea de Juventud sin futuro, pero sin mayor vinculación. Sol ha sido su primera gran acción política.

Plaza de cemento colocada bajo la estatua ecuestre de Carlos III. / yfrog.com/hsnvuqfj

Cuando les hablo de su vida sin Sol, me refiero a “lo de fuera”. Ellos lo llaman “el mundo real”. La experiencia de acampar en Sol ha resultado única para quienes la han vivido y son conscientes de que un lugar en el que no circulaba el dinero no terminaba de concordar con la realidad. “Pero nos llevamos Sol”, dice él. “Y nos vamos para no molestar, pero estamos aquí en espíritu”, glosa ella. Ninguno de los dos volverá a ser el mismo. Tampoco la plaza será igual. Y no sólo para ellos. Se ha convertido en un símbolo para el mundo. Bajo la estatua ecuestre de Carlos III queda una pequeña placa de cemento que nadie debería retirar: “Dormíamos, despertamos”, dice. Firmado: “La plaza tomada”.

Fernando ha trabajado estos días en la Comisión de Alimentación, que se ha encontrado con algunos problemas: “Había gente que contaminaba el movimiento. Ha sido muy intenso, siempre había trabajo, y eso era adictivo, porque te ibas un rato a casa y enseguida estabas pensando en volver, para seguir con las cosas que tenías pendientes”. Cuando me asegura que no va a llorar la elegía va dejando de parecer un género apropiado.

Cartel de despedida, en la estatua de Carlos III, ayer. / F. F.

Ceballos prosigue: “Ha sido un territorio conquistado, hemos ideado un nuevo modo de protestar, de manifestarnos, y eso no va a desaparecer. La acampada era un medio, pero ya llegó el momento de irse”. Al fondo, un cartel de despedida, el mismo que colgaron los egipcios en la Plaza Tahrir: “Sabemos el camino de vuelta”. ¿Habrá que regresar? “Si esto se apaga, sí. Si los políticos hacen oídos sordos, como hasta ahora, volverá la crispación y cuando pase el verano, quizá tengamos que volver”.

Creen firmemente en la leyenda del último lema de la plaza: “No nos vamos, nos mudamos a tu conciencia”. Lo importante es lo que se haga a partir de ahora en los barrios y los pueblos, en las siguientes manifestaciones. “Todo el mundo tiene que aportar”, insiste Ceballos, “hay gente que va a la asamblea del barrio para decir: pero bueno, ¿y vosotros qué queréis? No es eso, yo les digo: únete y di qué necesitas tú”.

Definitivamente, no hay elegía. Lástima de enterradores.

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