Efectivamente, como ya planteara Nietzsche y desarrollara Derrida, bajo cada concepto, imagen o idea late una metáfora, una metáfora que se ha olvidado que lo es. Y ese olvido, esa ignorancia, es la que, paradójicamente, da consistencia a nuestros conocimientos, a nuestros conceptos e ideas.
Si hay una idea clara y distinta, perfectamente idéntica a sí misma, sin el menor margen de ambigüedad ni contradicción es, por ejemplo, la idea “raíz cuadrada de 9”, que todos sabemos que es 3. Tan claro lo tenemos que nunca se nos ha ocurrido preguntarnos cómo es posible que un cuadrado tenga raíz, como si fuera una berza. Y cómo es posible que esa raíz (3) tenga la suficiente potencia para engendrar al cuadrado entero (9). […] Raíz es a planta lo que lado es a cuadrado. Es decir, la relación de un lado con su cuadrado (o sea, con el cuadrado que lo tiene por lado) es como la relación de una raíz con la planta a la que sustenta. Calcular la raíz de 9 es hallar la longitud del lado capaz de criar o engendrar un cuadrado de superficie 9.
Para los imaginarios griego, romano y medieval, imaginarios agrícolas y animistas en buena medida, el número, como tantas otras cosas, se percibía, efectivamente, como si fuera una planta. Los textos matemáticos de estas épocas están plagados de metáforas vegetales y alimenticias. Para nosotros, ese “como si” que llevaba a percibir los cuadrados con propiedades de berzas ha perdido toda su pujanza instituyente hasta haberse consolidado en un concepto perfectamente instituido: el concepto “raíz cuadrada”. Hemos perdido la conciencia y el sustrato imaginario del símil que hacía vero-símil la metáfora, y lo que era vero-símil se nos ha quedado en simple “vero”, verdad pura y simple, es decir, purificada y simplificada del magma imaginario del que emergió.
Extraído del libro “Metáforas que nos piensan”, de Emmanuel Lizcano
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