Fue una mañana negra, negra. Esa mañana negra como el hollín de mi chimenea, como el cáncer que gritan tus ojos tristes, como mis sábanas sin tú olor. Fue esa mañana fúnebre en que quise morirme cuando me dijiste adiós. ¿O quizás fui yo quien dijo basta? Es igual, mi conciencia está tranquila, vacía, no me queda nada, lo aposté todo a un caballo, un caballo desbocado, ciego de locura, locura de amor.
Antes solía soñar despierto, me estremecía sí te pensaba y te suplicaba que me dejaras comerte a besos cada noche. El camino de regreso vive ahora iluminado con mi esperanza en volver a verte a mi lado algún día. Un día cierto en que pueda volver a mirar en el interior de esos ojos negros y ver de nuevo un abril iluminado para los dos.
Descanse, pues, en paz.
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