En medio de la locura en que los tiempos modernos han hundido cualquier atisbo de esperanza, pocos son los individuos que se resisten, como los imprescindibles de Brecht, a abandonarse a la apatía y la resignación.
El proceso de depresión moral en que nos hayamos sumidos nos retrotrae a etapas oscuras de la humanidad que hace pocos años creíamos enterradas para siempre, y aun así, sin embargo, tenemos la impresión de estar peor que entonces, peor que nunca, al menos en el terreno intelectual. Muertos los dioses y las ideologías, con la integridad, la empatía y la ética en números rojos, ya no hay mitos, valores o principios que guíen nuestros pasos hacia ninguna parte. El mundo hoy más que nunca está patas arriba, aun cuando ya parecía estarlo hace tiempo.
Y con esta situación, de repente y sin aviso, nos encontramos una cita de una heroína del capitalismo, una adalid del liberalismo, del minarquismo y del egoísmo individual radical: Ayn Rand. Y leyendo la cita, casi sin querer, nos vemos reflejados en ella, nos creemos identificados, si quiera por unos instantes, con su autora y lo que ella pregona. Maldita posmodernidad en que nada es lo que fue ni lo que decía ser.
"Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada."
Ayn Rand,1950
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