No sé a ustedes, pero a mí siempre me han provocado algo de rechazo las “jornadas de puertas abiertas” en el Congreso. Sí, ya sé que muchos acuden con interés sincero, y hasta con emoción, pero se me hace raro ver a tanta gente haciendo cola a las puertas, señalando los balazos de Tejero, sentándose en el escaño de su diputado favorito y haciendo fotos a los ujieres, al mobiliario y a José Bono.
Ya sé, ya sé que la democracia necesita sus rituales, sus fiestas (empezando por la llamada “fiesta de la democracia”, las elecciones), pero me incomoda ver a mis vecinos como turistas en la que se supone que es la casa de todos, donde reside la soberanía popular y todos los etcéteras que quieran. Más que la casa de todos, parece el palacio del marqués que una vez al año abre sus puertas y deja que los campesinos visiten sus salones y hasta se sienten a la mesa de banquetes para sentirse marqueses por un día.
En fin, no me hagan caso, manías que tiene uno. A lo que iba: este año, contagiado del pesimismo que recorre esta Europa en recesión (no sólo económica), he visto con otros ojos a los visitantes que ayer hacían cola aguantando el frío y luego recorrían los pasillos cámara en mano. Como en una premonición, los he visto otra vez como turistas, pero no visitando un museo, una catedral o un palacio, sino peor: unas ruinas.
Ya digo, tenía yo el día tonto, llevado por el avance de la tecnocracia, la pérdida de soberanía de los Estados y los planes para refundar Europa por parte de quienes prometieron refundar el capitalismo. Así que me he visto a mí mismo, dentro de unos años, llevando a mis hijas a conocer el Parlamento como si fuese un teatro romano, una necrópolis visigoda o una pirámide egipcia: aquí podéis ver, hijas mías, el sitio donde en tiempos residía la soberanía popular; tened cuidado, no os resbaléis, que esos escaños están en muy mal estado; venga, dejad de jugar a aprobar leyes, que tenemos que irnos.
Ya digo, un día tonto. Que alguien me convenza de que el pulso entre democracia y capitalismo no lo está ganando este último, y se me pasará.
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