El comienzo, anárquico y precioso, liberador de energía infinita entre dos sujetos, apenas deja imaginar a qué puerto llegarán y en qué estado las ilusiones por ambos vertidas. Sin embargo, y sobretodo si al final sale mal, a posteriori todo se ve claro, parece mentira que no se percataran antes de lo que iba a ocurrir.
Con el tiempo, parece lógico el discurrir de acontecimientos que llevaron al desastre, y sin embargo mientras duró la ceguera, la creencia, la esperanza o la paciencia, el obstinado sujeto amante no cejó en su empeño de creer que se podía, y peor aún, no cejó en su empeño de creer que el otro sujeto también amaba, o en todo caso creía que en algún momento amó.
Y lo doloroso no es que esto suceda, sino el momento en que ello ocurre. No podemos evitar sentir la bofetada sobre nuestra cara, como una ola de un mar embravecido que nos gira la cabeza violentamente, un preciso instante en que todo se nos hace claro. Y vemos, vemos mucho, lo vemos todo. Y comprendemos que estamos más solos de lo que nos habíamos acostumbrado a creer…
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