El 27 de octubre de 2005 Rodrigo Rato, director del Fondo Monetario Internacional afirmaba en EL PAÍS: “hay que acelerar el ritmo. Europa debe dar un impulso a su economía prosiguiendo con la reforma del Estado de Bienestar (en lo que comprende principalmente a educación, sanidad, pensiones y mercado de trabajo). Hay que reformar el sistema de pensiones, aumentar la utilización de mano de obra, aumentar los incentivos de ésta para conseguir empleo, reducir el Salario Mínimo Interprofesional (para de este modo flexibilizar y potenciar la creación de empleo).”
Estas declaraciones no deben sorprendernos teniendo en cuenta quién las dice y cuándo las dice, además del lenguaje que utiliza para expresarse, por ejemplo refiriéndose a los trabajadores asalariados como “utilización de mano de obra” (como si de máquinas se tratara) o planeando una reducción del ya de por sí bajo salario mínimo interprofesional para así incentivar la creación de empleo. Qué bien se ve todo desde el Fondo Monetario Internacional, pero no creo que estén de acuerdo con él las familias que apenas llegan a fin de mes y, aun pluriempleadas, ven cada día más adeudadas sus cuentas bancarias.
En un tiempo en que todo lo conquistado con el Estado social keynesiano de postguerra parece temblar ante los pasos imparables de un capitalismo desbocado, donde los principales líderes mundiales actúan como pilares para la imposición de este sistema socio-económico y tratan de manejar la opinión pública para de este modo conseguir una sociedad sin conciencia política, sumisa y flexible. En un tiempo en el que la justicia está cada día más al servicio del capital (me refiero a muros que son de acero para hombres y sin embargo de humo para el dinero y las divisas) y en el que para que unos individuos tengan dinero para comprarse un coche de lujo es necesario que otros no tengan dinero para sobrevivir.
Una de las primeras manifestaciones de lo que comenzó en el último cuarto del siglo XX, cuando líderes conservadores llegaron a la presidencia de las principales potencias occidentales (oleada neoliberal), es lo que venimos observando cierto tiempo y que conocemos comúnmente con el nombre de “Plan Bolonia”, firmado en 1999 por los ministros de educación de los diferentes países miembros de la Unión Europea.
Atendiendo a las declaraciones del mencionado Rodrigo Rato, se deduce que en efecto, existe voluntad de acelerar el ritmo y el primer paso se va a dar en la educación superior. Hay quienes dicen que tampoco es tan grave, que realmente se trata tan sólo de la educación superior. Otros, entre los que me incluyo, creemos que se trata tan sólo de un primer paso en el proceso que el director gerente del FMI señalaba arriba, por lo que si cedemos ahora, seguro que nos arrepentiremos más adelante.
El “Plan Bolonia” se nos está vendiendo como una oportunidad “única” para llevar a cabo una tarea de convergencia europea en materia de educación superior. Se nos dice que es un proceso encaminado a facilitar la movilidad de estudiantes entre países de la UE y nos tratan de vender como bueno el hecho de que posibilitará una mayor flexibilización laboral y una antelación de la entrada en el mercado laboral. Esto último se hace afirmando que de lo que se trata es de adecuar los planes de estudio a la realidad del mercado laboral, que lo que demanda son trabajadores cuanto más flexibles y cuanto más barato salgan mejor. Como si el mercado fuera un semidios vestido con sedas de mano invisible capaz de manejar con acierto y rectitud plena el devenir de nuestra sociedad. El cambio en el sistema de educación superior es tan solo un primer paso para reducir los gastos sociales del Estado en afán de conversión al neoliberalismo. A ello seguirá un cambio en el resto de niveles de educación, una progresiva reducción de las pensiones públicas, reducción de los gastos de sanidad, etc. Ante ello no cabe la pasividad, debemos negarnos en rotundo a avanzar en ese sentido y, sobretodo, a avanzar en este sentido sin ser consultados.
Para empezar, cabe dejar claro que el objetivo del llamado Plan Bolonia es algo que comparten muchas organizaciones e individuos, relacionados y no relacionados directamente con el campo de la educación; hacer converger los diferentes sistemas educativos europeos es algo necesario para permitir una validez de los estudios y una libre circulación de estudiantes en toda Europa. Ahora bien, en lo que no se está de acuerdo es en el procedimiento con que se ha llevado y se está llevando a cabo este proceso. En primer lugar, no se ha contado con los principales afectados por el mismo: los profesores y los alumnos. Es más, el proceso se está llevando a cabo en una situación casi a escondidas de los mismos; raro es el sujeto, ya sea profesor o alumno, que está informado acerca del proceso de convergencia europeo, lo cual considero hace que ya en su comienzo el proceso esté erróneamente planteado. Es un error que en un proceso en el que los que van a tener que adaptarse al cambio, los que van a tener que estudiar según unos nuevos planes y los que vana tener que trabajar en el futuro apenas sepan anda del mismo. Los políticos (y hablo de políticos de alto calado) se han extralimitado en sus poderes hasta no dejar sitio a quienes deberían estar no sólo enterados de lo que está ocurriendo, sino interviniendo y siendo consultados.
El Plan Bolonia plantea una homogeneización de titulaciones en pos de una flexibilización laboral de los trabajadores. Esta homogeneización consistirá, entre otras cosas, en:
Estas declaraciones no deben sorprendernos teniendo en cuenta quién las dice y cuándo las dice, además del lenguaje que utiliza para expresarse, por ejemplo refiriéndose a los trabajadores asalariados como “utilización de mano de obra” (como si de máquinas se tratara) o planeando una reducción del ya de por sí bajo salario mínimo interprofesional para así incentivar la creación de empleo. Qué bien se ve todo desde el Fondo Monetario Internacional, pero no creo que estén de acuerdo con él las familias que apenas llegan a fin de mes y, aun pluriempleadas, ven cada día más adeudadas sus cuentas bancarias.
En un tiempo en que todo lo conquistado con el Estado social keynesiano de postguerra parece temblar ante los pasos imparables de un capitalismo desbocado, donde los principales líderes mundiales actúan como pilares para la imposición de este sistema socio-económico y tratan de manejar la opinión pública para de este modo conseguir una sociedad sin conciencia política, sumisa y flexible. En un tiempo en el que la justicia está cada día más al servicio del capital (me refiero a muros que son de acero para hombres y sin embargo de humo para el dinero y las divisas) y en el que para que unos individuos tengan dinero para comprarse un coche de lujo es necesario que otros no tengan dinero para sobrevivir.
Una de las primeras manifestaciones de lo que comenzó en el último cuarto del siglo XX, cuando líderes conservadores llegaron a la presidencia de las principales potencias occidentales (oleada neoliberal), es lo que venimos observando cierto tiempo y que conocemos comúnmente con el nombre de “Plan Bolonia”, firmado en 1999 por los ministros de educación de los diferentes países miembros de la Unión Europea.
Atendiendo a las declaraciones del mencionado Rodrigo Rato, se deduce que en efecto, existe voluntad de acelerar el ritmo y el primer paso se va a dar en la educación superior. Hay quienes dicen que tampoco es tan grave, que realmente se trata tan sólo de la educación superior. Otros, entre los que me incluyo, creemos que se trata tan sólo de un primer paso en el proceso que el director gerente del FMI señalaba arriba, por lo que si cedemos ahora, seguro que nos arrepentiremos más adelante.
El “Plan Bolonia” se nos está vendiendo como una oportunidad “única” para llevar a cabo una tarea de convergencia europea en materia de educación superior. Se nos dice que es un proceso encaminado a facilitar la movilidad de estudiantes entre países de la UE y nos tratan de vender como bueno el hecho de que posibilitará una mayor flexibilización laboral y una antelación de la entrada en el mercado laboral. Esto último se hace afirmando que de lo que se trata es de adecuar los planes de estudio a la realidad del mercado laboral, que lo que demanda son trabajadores cuanto más flexibles y cuanto más barato salgan mejor. Como si el mercado fuera un semidios vestido con sedas de mano invisible capaz de manejar con acierto y rectitud plena el devenir de nuestra sociedad. El cambio en el sistema de educación superior es tan solo un primer paso para reducir los gastos sociales del Estado en afán de conversión al neoliberalismo. A ello seguirá un cambio en el resto de niveles de educación, una progresiva reducción de las pensiones públicas, reducción de los gastos de sanidad, etc. Ante ello no cabe la pasividad, debemos negarnos en rotundo a avanzar en ese sentido y, sobretodo, a avanzar en este sentido sin ser consultados.
Para empezar, cabe dejar claro que el objetivo del llamado Plan Bolonia es algo que comparten muchas organizaciones e individuos, relacionados y no relacionados directamente con el campo de la educación; hacer converger los diferentes sistemas educativos europeos es algo necesario para permitir una validez de los estudios y una libre circulación de estudiantes en toda Europa. Ahora bien, en lo que no se está de acuerdo es en el procedimiento con que se ha llevado y se está llevando a cabo este proceso. En primer lugar, no se ha contado con los principales afectados por el mismo: los profesores y los alumnos. Es más, el proceso se está llevando a cabo en una situación casi a escondidas de los mismos; raro es el sujeto, ya sea profesor o alumno, que está informado acerca del proceso de convergencia europeo, lo cual considero hace que ya en su comienzo el proceso esté erróneamente planteado. Es un error que en un proceso en el que los que van a tener que adaptarse al cambio, los que van a tener que estudiar según unos nuevos planes y los que vana tener que trabajar en el futuro apenas sepan anda del mismo. Los políticos (y hablo de políticos de alto calado) se han extralimitado en sus poderes hasta no dejar sitio a quienes deberían estar no sólo enterados de lo que está ocurriendo, sino interviniendo y siendo consultados.
El Plan Bolonia plantea una homogeneización de titulaciones en pos de una flexibilización laboral de los trabajadores. Esta homogeneización consistirá, entre otras cosas, en:
- una reducción del número de titulaciones.
- separación Grado (€) – Postgrado / Master (€€) - Doctorado (€€€) con el consiguiente encarecimiento de las tasas en cada grado. Dado que uno de los objetivos que se persigue es reducir los gastos que la educación supone para el estado, éste reducirá sus subvenciones a las universidades, por lo que el alumno se verá obligado a financiarse en mayor proporción sus estudios. Esta financiación se espera que provenga de las empresas, por lo que los futuros alumnos tendrán que buscar a una empresa X que les financie sus estudios a cambio de que en un futuro el alumno preste sus servicios en dicha empresa. De entrada, la empresa sólo prestará financiación para determinadas titulaciones (aquellas que le sean rentables y le vayan a ser rentables en el futuro, pues ese es el objetivo de toda empresa). Además, las investigaciones dependerán también de las subvenciones que den las empresas, por lo que se investigará sólo aquello que interese al capital, en detrimento de lo que realmente interese a la ciencia.
- instauración de un sistema de prácticas no remuneradas en empresas. O lo que es lo mismo, trabajar igual que otros pero sin recibir ningún tipo de salario.
Esta supeditación de la educación a la economía se hace obedeciendo al lema “el mercado regulará”. Lo mismo se dijo hace un siglo, dejando libre albedrío y ninguna regulación a la “mano invisible” y ésta nos llevo a dos guerras mundiales. No podemos renunciar a las conquistas logradas tras la II Guerra Mundial en multitud de ámbitos. Aquel estado social keynesiano, que pese a quien pese trajo un periodo de alegría y paz a Europa, con sus defectos y sus virtudes. Después de la caída de la URSS ha tenido lugar una crisis en la izquierda, de la que aún nos estamos reponiendo. Desde entonces, aquéllas conquistas ya no se ven como tales, sino que lo que queda de ellas se considera concesiones de gracia por parte del sistema económico-político neoliberal que se irán borrando silenciosa y paulatinamente cada día que sigamos sin movilizarnos contra lo que está ocurriendo en nuestra cara, delante de nosotros.
Esta supeditación de la educación a la economía se hace obedeciendo al lema “el mercado regulará”. Lo mismo se dijo hace un siglo, dejando libre albedrío y ninguna regulación a la “mano invisible” y ésta nos llevo a dos guerras mundiales. No podemos renunciar a las conquistas logradas tras la II Guerra Mundial en multitud de ámbitos. Aquel estado social keynesiano, que pese a quien pese trajo un periodo de alegría y paz a Europa, con sus defectos y sus virtudes. Después de la caída de la URSS ha tenido lugar una crisis en la izquierda, de la que aún nos estamos reponiendo. Desde entonces, aquéllas conquistas ya no se ven como tales, sino que lo que queda de ellas se considera concesiones de gracia por parte del sistema económico-político neoliberal que se irán borrando silenciosa y paulatinamente cada día que sigamos sin movilizarnos contra lo que está ocurriendo en nuestra cara, delante de nosotros.
No podemos permitirlo, debemos actuar.
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