martes, 20 de diciembre de 2011

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Tres preguntas para Merkozy.

Ignacio Escolar

www.escolar.net

¿Con qué credibilidad exigen Merkel y Sarkozy un nuevo pacto de estabilidad que ponga veto al déficit cuando fueron precisamente Alemania y Francia quienes dinamitaron el acuerdo anterior? El primer pacto murió el 4 de septiembre de 2003, en otro encuentro franco alemán. “Algunos erróneamente ven que el espíritu del pacto es asegurar sólo la estabilidad, pero es también un pacto para el crecimiento”, decía entonces el canciller alemán, Gerhard Schröder, arropado por el presidente francés, Jacques Chirac. Alemania y Francia coincidían en dos cosas: ambas habían incumplido los compromisos de Maastricht, con déficits superiores al 3%; ambas rechazaban como “dogmático” el empeño de apretarse el cinturón. “En este contexto, el énfasis sobre el crecimiento debería ser mayor”, explicaba Chirac. Sería un error pensar que ahora las tornas han cambiado. Siguen exactamente igual: tanto en 2003 como en 2011, los tratados de la UE y su interpretación dependen exclusivamente del interés franco alemán.

¿Con qué autoridad pide Merkozy “respeto” al BCE cuando son precisamente Alemania y Francia quienes pisotean cada día al resto de las instituciones europeas, del Europarlamento a la Comisión? Merkel asegura que los estatutos no permiten al BCE comprar deuda soberana. Es discutible que sea así, y tampoco hay ninguna línea en los estatutos del BCE que permitan a su presidente actuar como si fuese el ministro de Economía de la UE (o el embajador alemán), con poder como para exigir por carta reformas constitucionales urgentes a los países miembros.

Cuando Nicolas Sarkozy habla de refundar Europa, ¿lo hace con la misma voluntad, con la misma credibilidad y con la misma intención con la que hace apenas dos años nos prometió la refundación del capitalismo?

domingo, 4 de diciembre de 2011

Visite nuestra democracia.

Isaac Rosa

Público

No sé a ustedes, pero a mí siempre me han provocado algo de rechazo las “jornadas de puertas abiertas” en el Congreso. Sí, ya sé que muchos acuden con interés sincero, y hasta con emoción, pero se me hace raro ver a tanta gente haciendo cola a las puertas, señalando los balazos de Tejero, sentándose en el escaño de su diputado favorito y haciendo fotos a los ujieres, al mobiliario y a José Bono.

Ya sé, ya sé que la democracia necesita sus rituales, sus fiestas (empezando por la llamada “fiesta de la democracia”, las elecciones), pero me incomoda ver a mis vecinos como turistas en la que se supone que es la casa de todos, donde reside la soberanía popular y todos los etcéteras que quieran. Más que la casa de todos, parece el palacio del marqués que una vez al año abre sus puertas y deja que los campesinos visiten sus salones y hasta se sienten a la mesa de banquetes para sentirse marqueses por un día.

En fin, no me hagan caso, manías que tiene uno. A lo que iba: este año, contagiado del pesimismo que recorre esta Europa en recesión (no sólo económica), he visto con otros ojos a los visitantes que ayer hacían cola aguantando el frío y luego recorrían los pasillos cámara en mano. Como en una premonición, los he visto otra vez como turistas, pero no visitando un museo, una catedral o un palacio, sino peor: unas ruinas.

Ya digo, tenía yo el día tonto, llevado por el avance de la tecnocracia, la pérdida de soberanía de los Estados y los planes para refundar Europa por parte de quienes prometieron refundar el capitalismo. Así que me he visto a mí mismo, dentro de unos años, llevando a mis hijas a conocer el Parlamento como si fuese un teatro romano, una necrópolis visigoda o una pirámide egipcia: aquí podéis ver, hijas mías, el sitio donde en tiempos residía la soberanía popular; tened cuidado, no os resbaléis, que esos escaños están en muy mal estado; venga, dejad de jugar a aprobar leyes, que tenemos que irnos.

Ya digo, un día tonto. Que alguien me convenza de que el pulso entre democracia y capitalismo no lo está ganando este último, y se me pasará.