martes, 9 de junio de 2015

Penélope y Ulises.

Por entonces Penélope llevaba ya más de un año y medio sin ver a Ulises, desde que éste había desaparecido repentinamente, un día gris de enero, sin apenas avisar. Hay quienes afirman que partió en su barco, en busca de algún sueño por cumplir, cansado de esperar a reunir el valor de lanzarse a su aventura solitaria. Quizás andaba a la búsqueda de una nueva Ítaca...

El silencio duele a ratos. Ratos que alargamos u olvidamos a rachas, como péndulos, en idas y venidas según sopla el viento o según la energía con que nos levantamos cada día. El día a día había avanzado desde entonces sin piedad mientras la realidad arrastraba a ambos personajes hacia futuros inciertos. Durante este período, ella había tratado de comunicarse con él con mensajeros y cartas esporádicas llenas de tristeza e incomprensión. Él, preso de la mezcla extraña de odio y melancolía que sentía, había decidido no dirigirle más la palabra, pese a que todavía recordaba cómo algún día la amó como no había amado antes. Quizás sólo algún rato cada día. De a poquitos. Disimulando, sin que nadie lo supiera.

Al poco de conocerse, Ulises había regalado a Penélope un libro de bitácora. En él, ambos amantes plasmaron sus experiencias a lo largo de relatos, poemas y recuerdos inmortales. Antes de marchar, Ulises dejó una copia de ese libro de bitácora para Penélope encima de la mesa, con una nota que rezaba: “aquí podrás ver dónde alcanzan mis sueños y cuando lo desees podrás volar conmigo”.

El caso es que Penélope no se tomó muy bien que Ulises desapareciera tan de repente, por lo que no hizo mucho caso a la nota ni a la bitácora de su amado y la guardó en un cajón. Penélope, que en sus tiempos se enteró de que Ulises la consideraba la más bella mujer en todo el universo –en realidad todo el pueblo lo sabía-, no llevaba bien el silencio. Con el paso de los días, tras comprobar que Ulises no sólo no regresaba sino que tampoco respondía a sus mensajes, empezó a impacientarse. La joven comenzó a verse presa de oscuras nubes de pensamientos negativos: que si le había pasado algo a Ulises, que si es que se había marchado con otra, que si a lo mejor no habían llegado los mensajes donde Ulises se encontraba…

Por su parte, Ulises  había cambiado desde su partida. Desde fuera se le veía más hombre. No sabría decirte si era la barba tan espesa o el gesto más duro, pero había algo diferente en aquel chico que salió del muelle buscando su Ítaca y a sí mismo. Desde dentro él mismo se veía más cambiado, casi no se reconocía cuando recordaba su vida hacía apenas 1 año. En estos doce meses había visitado puertos lejanos, había luchado contra monstruos y fantasmas, había conocido a gentes de toda condición y había explorado sus propios límites.

Cuando paraba en algún puerto y tenía un rato libre, Ulises sacaba su cuaderno de bitácora y escribía algo, muy a menudo pensando en Penélope. Sin embargo, había una cosa que olvidó aclarar a Penélope antes de partir y es que entre el cuaderno de bitácora que le regaló a ella y aquél en el que él escribía ahora existía una conexión mágica; todo lo que se escribía en uno se podía leer inmediatamente en el otro…

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Un día ventoso de otoño, Penélope, harta de esperar, decidió marcharse. No entendía por qué Ulises no le había avisado. Ni tampoco por qué no le escribía o le mandaba noticias. Estaba desesperada. Ya no sabía qué más decirle. ¿Qué había pasado para que dejara de hablarle? “Es cierto que las cosas no funcionaban del todo bien, pero de ahí al silencio absoluto hay un paso demasiado grande, ¿no?” – pensó. Recogió todo, cerró la puerta de su casa y se fue rumbo a algún pueblo del norte donde empezar una nueva vida. Cuando por fin encontró una casa en la que quedarse, vació la maleta sobre la cama y fue entonces cuando el cuaderno de bitácora cayó con violencia al suelo generando un fuerte ruido, pese a que no recordaba haberlo llevado con ella. Lo miró con desdén y tuvo la tentación de empujarlo debajo de la cama pero, finalmente y sin saber muy bien el motivo, optó por recogerlo, sentarse en un sillón y abrirlo cuidadosamente. Para su sorpresa, encontró en el cuaderno escritos muy recientes de aventuras que Ulises había vivido hacía apenas unas pocas semanas. ¿Cómo era eso posible? ¡Si esa bitácora había estado guardada en un cajón desde hacía meses! Quizás era esto a lo que Ulises se refería en la nota que le había dejado antes de marcharse.

Penélope dedicó los siguientes días a leer todas las historias del cuaderno. Robaba horas al sueño y leía sin parar para conocer cualquier novedad sobre Ulises. Un día, justo cuando abría el cuaderno, se dio cuenta de que había un texto que se estaba escribiendo justamente en ese momento, lo que la maravilló, llenándola de esperanza porque, quizás, al otro lado de esas letras estaba Ulises. Por fin tenía señales suyas.

Las semanas siguientes discurrieron con Penélope pendiente de la bitácora mágica. No sabía a ciencia cierta si realmente los nuevos escritos procedían de Ulises, pero no tenía alternativa; debía confiar en ello o todo rastro para dar con él habría desaparecido.

Un día Penélope pensó que, tal vez, sería buena idea intentar escribir algo en la bitácora. Quizás así lograra entrar en contacto con Ulises y hablar con él tras tanto tiempo. Si funcionaba en un sentido, ¿por qué no iba a funcionar en el inverso? Así, cargada de nerviosismo y curiosidad escribió algunas cosas para probar qué sucedía. Podía sentir los latidos de su corazón golpeándola en el pecho mientras vertía escritos que tenía pendientes, canciones de conciertos a los que habían asistido juntos en el pasado, relatos familiares, momentos felices compartidos que le venían a la cabeza…

Al otro lado, Ulises se sorprendió cuando vio las respuestas de Penélope después de tanto tiempo. Lo cierto es que no esperaba que ella siguiera pendiente de él tras tanto tiempo desaparecido y sin haber recibido respuestas antes. Al leer los escritos de Penélope, sentía ahora una sensación extraña; sentía alivio por saber que ella, en algún lugar, se acordaba de él. Pero, por otro lado, se preguntaba si no estaban ya demasiado lejos el uno del otro y se trataba de una batalla perdida.

Ante la duda, Ulises finalmente optó por responderle. Le escribió y le escribió un día tras otro y recibió respuestas de Penélope con un entusiasmo que ya había olvidado. ¡Había tanto que contar! Ulises y Penélope siguieron escribiendo en la bitácora, contándose sus historias, sus aconteceres y sus sentimientos sin preguntarse el sentido de lo que estaban haciendo. Sin saber muy bien por qué lo hacían pasaron meses hablándose, pensándose y sintiéndose en la distancia. Cuando alguna vez ella caía fruto de la desesperación e insinuaba la posibilidad de dejar de escribir para tratar de no pensar más en él, el siempre le respondía lo mismo para convencerla de que siguiera con él: “no necesito verte para sentirte. Pero si que necesito, al menos, sentirte”.

El único nexo que todavía los conectaba, de algún modo, era esa bitácora. Se había convertido en el centro de todo, en el principio y el fin de ambos, en la prueba de que la suma de ciertas personas arroja un resultado mágico que trasciende lo aritmético. Esa maldita bitácora, tan frágil pero tan duradera al fin y al cabo, en la que los amantes recordaban cómo volar sin red, se revelaba necesaria pero, ¿suficiente? Ninguno de los dos sabía en realidad si algún día volverían a cruzarse sus caminos…