martes, 30 de octubre de 2007

Tapando agujeros

Hace unos meses, leí una teoría sociológica que afirmaba que en países como el nuestro, medianamente desarrollados y mínimamente civilizados, las diferentes opciones políticas tienden a igualarse. Tienden a igualarse hasta el punto de que a pesar de poseer programas diferentes con pocos puntos en común, en la práctica, en cuanto a las cuestiones relevantes da igual quien ostente el poder, pues todas las opciones harían, en caso de encontrarse en el poder, prácticamente lo mismo.


De tal modo, según esta teoría, el hecho de que gane un partido u otro tan sólo sirve en realidad, para que los seguidores del partido que ocupe el poder se sientan en cierto modo reprobados en sus posiciones ideológicas, lo cual les reporte un cierto sentimiento de superioridad sobre sus rivales políticos, que al no estar en el poder se sienten frustrados. Pero en la práctica política real, poco cambia.
Leer esta teoría llamó mi atención hace unos meses, y estos días ha vuelto a mi memoria gracias al asunto de las obras del AVE en Catalunya. Al parecer, la Historia se repite; hace 5 años, cuando el AVE iba a ser inaugurado hasta Zaragoza, el subsuelo comenzó a llenarse de socavones que el último Gobierno Aznar se afano en tapar como bien pudo. Ahora, cinco años después, y con el AVE llegando a Barcelona, los nuevos socavones amenazan con socavar también el Gobierno Zapatero. Quizás por ello, el Presidente del Gobierno se apresuró a visitar la zona afectada el domingo pasado, aunque casi se mete en un nuevo socavón. En cualquier caso, la duda queda en el aire a colación de la mencionada teoría; ¿realmente sirve de algo que ganen unos u otros las elecciones? ¿Al margen de alguna ley importante, como la del matrimonio homosexual, ha cambiado algo de manera relevante en el panorama español?

lunes, 29 de octubre de 2007

Entrámpate tío

ARTURO PÉREZ-REVERTE XLSemanal
2 de septiembre de 2007

Acabo de toparme en el correo con una publicidad bancaria que me ha puesto de una mala leche espantosa. Muchos de ustedes la conocerán, supongo. Se trata de un folleto destinado a los usuarios de una de esas tarjetas de crédito jóvenes, o como se llamen, Bluecard, o Greentarjeta, o Yellowsubmarine, que ahí no me he fijado mucho. Pero la tarjeta es lo de menos. De lo que se trata es de que el banco en cuestión, que para la cosa de recaudar viruta tiene tan poca vergüenza como el resto de los bancos y bancas que en el mundo han sido, plantea a sus jóvenes clientes una oferta de crédito tan descaradamente abyecta que, si no fuera porque el tal Solitario de los huevos no es más que un miserable sin escrúpulos y un payaso, casi aplaudiría uno que siguiera reventando ventanillas a alguna de tales entidades. No sé si me explico.

«Domicilia tu nómina y vete de viaje», es el reclamo inicial que encabeza el folleto, junto a la foto de una parejita jovencísima y feliz. Nada que oponer a eso, naturalmente. Aunque no exista, desde mi punto de vista, relación directa entre el hecho de domiciliar la nómina y subirse acto seguido a un tren, barco o un avión, uno podría seguir el consejo sin grandes objeciones. El mosqueo viene líneas más abajo, cuando el folleto añade «Londres, Roma, Berlín, París... Llévate un bono de 300 euros para viajar a esa ciudad que siempre has soñado conocer». Y aquí, la verdad, el asunto se enturbia un poco. En estos tiempos de educación para la ciudadanía –permitan que me tronche– y teniendo en cuenta que los destinatarios del folleto son gente muy joven, resulta poco edificante que la primera sugerencia a quien domicilia su primera nómina, lejos de aconsejarle ahorrar para un futuro más o menos próximo, consista en cepillarse alegremente esta nómina y las siguientes, en viajes alentados por el cebo del bono de marras, aunque éste financie parte del periplo.

Pero ésa es sólo la introducción, o proemio. Lo bonito viene luego. «Hasta 30.000 euros –pone con letras gordas– para lo que tú quieras.» Y suena tentador, me digo al leerlo. Si yo fuera joven imberbe y domiciliara mi nómina en tan rumbosa entidad bancaria, tendría asegurado un creditillo que, bien mirado, no deja de ser una pasta. Tal como está el patio, 30.000 mortadelos dan para que una parejita tierna, necesitada y con sentido común –30.000 x 2 = 60.000– pueda organizarse un poco mejor en la línea de salida. Lo malo es que, algo más abajo, cae mi gozo en un pozo. Porque «lo que tú quieras», o sea, lo que un joven de hoy necesita con más urgencia, a juicio del departamento de créditos del banco en cuestión, es «¿Un coche nuevo, una moto, un ordernador, el viaje de tu vida?». Dicho de otra manera: lo bueno de domiciliar la nómina para un joven de veintipocos años, o para una pareja de esa edad que decida plantearse una vida en común, no reside en que así puede uno amueblar la casa, comprar un coche para el trabajo –el folleto habla de «coche nuevo», no de uno a secas– o adquirir lo necesario para encarar la perra vida. Niet. Lo verdaderamente bonito del invento es que, entregándole la nómina a un banco, puedes entramparte como un gilipollas para los próximos diez años de tu existencia, a fin de comprarte una moto o irte a beber piña colada las próximas navidades al Caribe, como Leonardo di Caprio. Guau. Pero no todo queda ahí, colega. Faltaría más. Porque encima, si domicilias tu nómina y te echas encima el pufo –el primero de muchos, qué ilusión– del crédito a diez años para el imprescindible coche nuevo, tu banco, que es generoso que te rilas, permite que además trinques nada menos que una Wii –«Con su revolucionario mando inalámbrico descubrirás una forma diferente de jugar», puntualiza el folleto– casi sin enterarte. Sólo al pequeño costo de otro pufillo adicional: un año pagando una cantidad mensual que ni siquiera llega a 20 euros, tío. Pagando sólo, fíjate, la ridícula cantidad de 19,50 euros al mes. El non plus. Y claro. A ver quién va a ser tan idiota como para no embarcarse en el chollo: vacaciones, coche nuevo, moto, ordenador, y encima poder matar zombis con la Wii casi gratis, o sea. ¿Hay quien dé más? Con eso y un bizcocho, la vida resuelta hasta mañana a las ocho. Por la cara.

Hace mucho tiempo que no llamaba hijo de puta a nadie en esta página. Se lo prometí a mi madre, a mi confesor y a una señora de Pamplona que me paró por la calle para darme la bronca. Pero hay días en que el impulso resulta más poderoso que las buenas intenciones.

Hijos de puta. Hijos de la grandísima puta.

domingo, 28 de octubre de 2007

Lo injusto de la Justicia

Estos días vemos continuamente en todos los medios de comunicación españoles, la noticia de que un joven agredió sin motivo alguno a una menor en un tren de cercanías barcelonés. Sobre las imágenes no queda nada que decir, pues hablan por sí solas. Sobre el trato que la Justicia española da a nos y a otros la cosa es diferente. Resulta difícil no empezar a lanzar exabruptos sobre lo injusto y descabezado de ciertas situaciones. Al parecer, la sinrazón ha inundado todo en este país, y al pitorreo político diario, la decadencia cultural y la apatía general, se ha unido (si no lo había hecho ya) la locura en la Justicia.

No cabe pensar otra cosa cuando uno observa que, 2 semanas después de la agresión del joven racista sobre la menor, el joven ha salido del juzgado con una sentencia de libertad con cargos y una sonrisa de oreja a oreja en busca de su próxima fechoría. Por la puerta de atrás salía la menor, todavía afectada y atemorizada por si vuelve a cruzarse con este individuo, o con cualquiera de su repugnante condición.

Al mismo tiempo, un joven que iba en el mismo vagón en que ocurrieron los hechos, que se mantuvo inmóvil mientras se producía la agresión (suponemos por miedo a que si se enfrentaba al repugnante joven saldría bastante mal parado), ha sido llevado a juicio por no ayudar a la joven (aunque sí que ha declarado como testigo en el juicio contra el joven agresor).

Ante estos hechos, constatamos que, al mismo tiempo que el violento joven que agredió a una menor y se quedó tan tranquilo que dice ni siquiera acordarse de tal agresión con la excusa de ir borracho, puede seguir paseandose por las calles barcelonesas sin otro castigo que no poder coger la misma línea de tren que la menor agredida y tiene prohibido acercarse a ella. Mientras, el chico que viajaba en el mismo vagón y que no hizo nada por mediar entre agresor y agredida, ha de vérselas con la Justicia. No justifico su "no-acción" en el momento de la agresión, pero la entiendo, más aún cuando vemos que hace pocos días, un hombre trató de mediar en otra pelea y recibió tal paliza que se encuentra en estos momentos criando malvas.

Señores, esto es el mundo al revés, en que los agresores racistas salen de rositas del juzgado con un abanico de ofertas mileuristas para salir en la tele, y los agredidos han de salir a la calle acobardados por si los perros salen hoy, también, de cacería.

Y luego se extrañan de que algunos mentemos a la madre de esta maldita España, su repugnante juego de escudos y banderas y sus politicuchos con Z, de zarrapastrosos.

jueves, 25 de octubre de 2007

Espacio público y democracia de mercado

María Toledano
Público
Un fantasma recorre, hambriento, la democracia de mercado. Por las fronteras transitan desvalidos y mercancías precintadas, pasaportes sin lustre y capitales fijos y circulantes. La geografía del petróleo, ahora política internacional, es un arma para la guerra: escuadras y cartabones puntiagudos. Bajo la furia de los neones, el consumo y la mercadotecnia (la ideología del presente continuo, el discurso sentimental, circular y vacío), vivimos, como dice G. Agamben, en un estado de excepción permanente. El marco constitucional que regula los derechos –si acaso existen fuera de la formalidad jurídica de la norma– es de cristal. En este contexto, definido el neoliberalismo como “una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio” (David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Akal, 2007), la apelación a lo público, al lugar de convivencia e igualdad, no deja de ser una ironía o, en el peor de los casos, una trampa. La confusión entre lo público y lo colectivo se extiende. Tengo ya 78 años y he visto morir a muchos amigos que distinguían con claridad los dos conceptos. Eran tiempos de ideas y cajas de resistencia. Los fantasmas modernos, zombis en el paraíso, arrastran hipotecas –relucientes bolas de hierro– por los hipermercados. Han conseguido, capitalismo popular inmobiliario, que seamos propietarios, unidades económicas independientes sometidas a sus relaciones de poder y dominación, seres a merced del euribor, la precariedad laboral (y emocional) y los psicofármacos.
La socialdemocracia –a diferencia del neoliberalismo– lleva tiempo preocupada por la necesidad de armonizar espacio público y capitalismo. Su principal objetivo es la paz social, la estabilidad que permita preservar el modelo de explotación sin que los efectos negativos repercutan en su agenda de gobierno. Cuando alcanza el poder, su cálculo del consenso –herencia de las luchas sindicales europeas de los años 60 y 70, el pacto capital-trabajo que presidió Europa– le incita, ya que no desea alterar las reglas, a extender, en el caso español es evidente, derechos sociales (legítimos) a grupos minoritarios con cierta cuota de representación a cambio de privatizar con discreción, levantar algún hospital frente a las desregulaciones, elevar, con porcentajes ridículos, las pensiones mínimas y crear guarderías en barrios marginales concediendo, al tiempo, subvenciones a colegios con ideario de Legionario. Migajas políticas, diezmos laicos. Ocupado el cuerpo social en estériles polémicas, las redes macroeconómicas se hacen cada vez más tupidas. La confusión semántica avanza. Llaman “público” a los servicios generales, la intendencia básica de la comunidad: sanidad, educación y transporte. El término “colectivo” ha desaparecido del vocabulario. Cada vez que el complejo tecnológico-militar acelera el ciclo del turbocapitalismo (la expresión es de Luttwak), la socialdemocracia apela a la conservación del dominio público como si se tratara de proteger una reserva natural: flora y fauna. Pese a la apariencia de libertad, el modelo económico de intercambio entre empresas y naciones diseñado por el capitalismo financiero –al principio fue el verbo, Bretton Woods, 1944– constituye la única realidad posible. Afirmar que la democracia es incompatible con el capitalismo –como se demuestra en infinidad de países– les parece una excentricidad radical. En este territorio de progresía, aeropuertos internacionales, aristocracia obrera, segundas residencias y EPS encuentra la socialdemocracia su tradicional bolsa de votos. Los conservadores, más proclives al modelo liberal puro, apelan al autoritarismo, el orden, los valores de la familia, la religión y la eficacia.
Como es sabido, neoliberales y socialdemócratas tienen, en los sistemas de partidos, infinidad de puntos en común. Ambos patrones de gestión atentan contra lo común, contra la construcción de identidades comunitarias, contra el tejido socio-asociativo cercenando, de hecho, la resistencia. Los beneficios bancarios crecen cada año y los medios de comunicación lo celebran con algarabía y despliegue fotográfico. Parece ser síntoma inequívoco de la salud de las naciones. Los antiguos sindicatos de clase se han convertido en gestores de servicios y los partidos de la izquierda transformadora, tras su renuncia a la revolución, pasean por los pasillos de la historia parlamentaria la espera de pactos y prebendas. Leo Decidme cómo es un árbol (Umbriel-Tabla Rasa, 2007), las memorias del poeta Marcos Ana, 23 años en las cárceles franquistas. Por sus páginas desfila una forma determinada y valiente de mirar el mundo. Marcos Ana siempre supo, como tantos olvidados, la diferencia entre lo público y lo colectivo. Aquellos que defendemos lo común, lo colectivo y comunista (Ecce comu, en palabras de Gianni Vattimo), somos piezas de museo, arqueología del siglo XX. Derrotados por el neoliberalismo, confío en que, restos del naufragio, seamos útiles para levantar, con la ayuda del movimiento altermundista, la mitopoiesis creativa y espontánea del porvenir. De lo contrario, cualquier día nos darán medallas por haber tragado sin protestar –falsa dignidad de muerto– todas sus reformas en beneficio de la sofisticada y plural democracia de mercado.
María Toledano es filósofa y colaboradora de www.rebelion.org
http://blogs.publico.es/dominiopublico/69/espacio-publico-y-democracia-de-mercado/