miércoles, 8 de junio de 2016

El PSOE ante la metáfora del padre.

Hace unos días, comentando con unos compañeros la actualidad política española me vino a la cabeza una metáfora que en ocasiones he utilizado para comprender el cambio de época que estamos atravesando. Por cambio de época me refiero a que, si al periodo que comenzó tras la muerte de Franco se le conoció como “La Transición”, ahora no son pocos los científicos sociales que sostenemos que estamos ante el comienzo de una nueva etapa histórica.

La metáfora en sí trataba de explicar el papel que a todas luces parece desempeñar el PSOE en el panorama actual. Y es que yo veo al PSOE, esa magnífica máquina electoral a la que confieso que nunca he votado, como a un padre.

Un padre es esa figura a la que quien más, quien menos, tiene cierto cariño. Es alguien que hace tiempo nos enseñó, nos ayudó a crecer,a mirar el mundo. Alguien a quien en épocas admiramos. Sin embargo, conforme fuimos creciendo, comenzamos a verlo de manera diferente; empezamos a verle las costuras, a descubrir sus límites y, en fin, dejamos de tragarnos todo lo que nos decía para adoptar una postura adulta y, en el mejor de los casos, crítica con aquello que el padre simbolizaba. Paralelamente, a ese proceso de cada uno de nosotros se le corresponde otro proceso interno por parte del padre quien, con los años, deja de ser alguien crítico, con objetivos transformadores y comienza a adquirir ciertos vicios conservadores, como si donde hubo ambición ahora hubiesen tics que le invitan a acomodarse en una golosa zona de confort.

Pues bien, el PSOE hace tiempo que adoptó el rol del padre, y no lo digo sólo porque en términos electorales se esté perfilando como un partido regionalista del sur de España. El PSOE, ese partido al que mucha gente en su momento tuvo mucho cariño y en el que se llegaron a depositar más de 11 millones de votos, un buen día decidió que lo suyo ya no era la transformación a mejor del statu quo, sino la defensa de un estado de cosas con el que se encontraba cómodo. De la ambición de figuras como Alfonso Guerra y aquel “a España no la va a conocer ni la madre que la parió”, se llegó al vicio del pensamiento vacío de Zapatero con grandes lemas como “bajar impuestos es de izquierdas” o “fumar es de derechas” y el cheque bebé para todos -sin importar si eres un multimillonario como Amancio Ortega o si ganas 5.900€ al año-. En resumidas cuentas, pagó la renuncia a los principios del pensamiento crítico y progresista con la muerte de la ambición de un partido, de su programa y de sus líderes. Hoy, con Pedro Sánchez a la cabeza del partido ya parecería que ni alma le queda. ¿Qué pasará ahora con la conciencia de sus votantes? ¿Despertarán a tiempo de luchar por lo que un día fueron sus ideas o su lealtad a unas siglas será más fuerte?

El alma de cambio hace años que abandonó al padre-PSOE. Ahora sólo trata de luchar agónicamente por su supervivencia y por convencerse a sí mismo de que su paso por la historia ha tenido -quizás aún tiene- algún sentido. Mientras se desliza hacia la vejez, busca alguna razón que le ayude a aceptar la realidad de cambio y le facilite el consuelo al saber que éste ya no le pertenece.

sábado, 4 de junio de 2016

La Política y el entierro de los cuñados.

Cuánto daño hace la democracia a algunos colectivos profesionales. Casi podría decirse que, a más democracia, peor para los politólogos. Ya desde la campaña que precedió a las elecciones generales del 20 de diciembre, especialistas en ciencias políticas salen de debajo de las piedras para responder a unos y a otros tratando de explicar realidades complejas.

Para gente como yo, ni las vacaciones sirven para descansar; las reuniones con amigos y familiares se convierten en debates simplificados y a menudo interrogatorios sobre el nuevo mundo que se ha abierto ante sus ojos: LA POLÍTICA -si, así con mayúsculas-.

El pódium de las cuestiones está ocupado, sin duda por: "¿Cómo puede haber un número distinto de votos que de escaños?" o "¿qué es la Ley D'Hondt esa?" "Cómo puede ser que Izquierda Unida tenga casi un millón de votos y sólo 2 escaños, pero otros partidos logren 6 escaños con apenas 300.000 votos?"

Personalmente, a mí me encanta que haya tanta gente interesada por LA POLÍTICA. Algo que, sin embargo, hasta hace unas pocas semanas, era aburrido y pertenecía al mundo de "los políticos" -esa gente tan pretendidamente arrogante, habladora y dilatadora de procesos hasta la extenuación-. Y es que no dejo de repetirme que la Transición sirvió de mucho. Sirvió para cosas buenas, pero también para otras malas; una parte importante de la sociedad se desentendió de lo político, delegó sus deberes de ciudadano, sus intereses por lo público y lo común, depositándolos en una élite partidista que, casi 40 años después, resulta que se ha demostrado podrida, corrupta en una gran proporción. Y en parte ha podido pudrirlo todo gracias a la dejadez que de lo público -e incluyo lo político en esta categoría- se hizo desde una buena proporción del conjunto de la generación de mis padres.

Repito que a mí me encanta que haya gente tan interesada de repente por LA POLÍTICA. Y me gusta debatir y discutir, enseñar y escuchar. Sin embargo, en ocasiones me canso y pierdo la ilusión al constatar que los mismos que ahora se interesan tanto, son los que más se resisten después a recuperar para sí aquellos deberes de ciudadano, seguramente porque la resistencia al cambio es enorme y venimos de una tradición de nula educación política. Cuesta dejarse las comodidades del ocio, del irse de compras y limitarse a preocuparse de los "intereses particulares" -como si lo público, lo colectivo, no afectara a los intereses particulares de cada uno de nosotros-. Peor aún si, además, la alternativa implica verbos cansados: remangarse, pensar, reflexionar, analizar, aprender, dialogar, debatir, decidir.

Sin embargo, toda ilusión renace en mi yo politólogo y se multiplica si, por cada diez conocidos con los que comparto charla, uno me hace nuevas preguntas al cabo de unos días. O me comenta que quiere participar, o que le recomiende un libro para profundizar en algún tema. Merece la pena; es como asistir al entierro de un "cuñado" y el nacimiento de una persona adulta que, implicada en la vida pública, decide comenzar a entender en qué consiste dejar de ser esclavo.