martes, 21 de noviembre de 2006

Globalización y Neoliberalismo

Resulta muy difícil encontrar hoy día autores que sostengan todavía tesis en las que no sean formulados ni tenidos en cuenta términos tales como el de “transnacionalización” y “mundialización”. Por ello, considero de vital importancia conocer con exactitud el significado de los mismos antes de entrar en materias más complejas.

Las expresiones “mundialización / globalización” sirven para hacer alusión a procesos mediante los cuales se está produciendo desde hace años una pérdida del poder individual de los estados, en favor de otra forma de poder con alcance supranacional.
El origen de esta limitación del poder estatal ha sido y es motivo de numerosas discusiones, pues hay autores que afirman que la mundialización ha surgido como respuesta a una necesidad económica y otros (como Bertrand Badie) sostienen que la mundialización es una consecuencia de haber alcanzado diferentes países un grado de tecnología tal, que elimina la barrera que la distancia suponía hasta ahora dentro del ámbito de las comunicaciones que afectan a distintas actividades económicas, militares, culturales, etc.
Finalmente, existe otro grupo de autores cuya tesis explicativa de la globalización viene a ser una mezcla de las dos arriba expuestas, pues sostienen que la globalización es un proceso de transnacionalización de los flujos sociales impulsado políticamente, requerido económicamente y posibilitado tecnológicamente, todo ello en un momento de hegemonía norteamericana.

Así pues, vemos como gracias a la mejora de las tecnologías se ha producido una multiplicación de las comunicaciones y de los flujos sociales, lo cual sumado a los otros dos elementos citados (político y económico) ha reportado diversas consecuencias:

- Formación de agrupaciones y organizaciones internacionales y transnacionales de todo tipo, como la ONU, la Unión Europea, la OTAN, la OMC, etc.


- Posibilitación de una expansión territorial de empresas multinacionales, que pueden tener filiales a lo largo y ancho del planeta en diferentes países y de esta forma trazar estrategias globales.

- Nacimiento de agrupaciones destinadas a ocupar el espacio perdido por otros actores de la vida social de los estados (el propio Estado que ha perdido poder, los partidos políticos, etc) como son ONGs, fundaciones de carácter social, etc.


Es a este último punto al que se refiere Fernando Ramón Bossi en su escrito titulado “Pueblos, ONGs y Sociedad Civil”. En él se habla de que existe un espacio que ha dejado de pertenecer al Estado y a los partidos políticos y que ha sido ocupado por ONGs. De ellas afirma que pese a estar fundadas sobre el objetivo de ayudar a los pueblos menos privilegiados, hay algunas que no son sino máscaras que esconden estrategias de algunos estados poderosos para injerir en los asuntos internos de otros estados y, de algún modo, aumentar su soberanía a costa de la de esos otros estados. Es así como, según Bossi, los “tanques de pensamiento” estadounidenses abogan en la actualidad por cambiar la tradicional metodología de la fuerza y la presión por métodos más sutiles como son introducir organizaciones del tipo ONG que, bajo el lema de ayudar al pueblo y actuar al servicio de la sociedad civil, operen en la sombra en favor del país al que pertenecen en pos de una política imperialista, que permite a los países ricos aprovecharse de los pobres explotando a sus habitantes y sus recursos sin arriesgarse a ser criticados por la opinión pública.

A propósito de la opinión pública, podemos afirmar que ésta también se ha visto afectada por un paulatino proceso de mundialización, pues está pasando de ser considerada una opinión pública local y nacional a ser una opinión pública válida para toda la civilización occidental y, además, con aspiraciones a convertirse en opinión pública mundial. Este cambio se ha producido gracias al surgimiento de las grandes agencias de información, las cuales, financiadas por capital procedente de los países más poderosos, se erigen en arquitectas de la opinión pública del mundo globalizado.

Como afirmábamos al principio, el proceso globalizador, además de ser producto de una posibilitación tecnológica y de una necesidad económica, es también consecuencia de un impulso político, cuyo principal influjo es en este momento el sistema neoliberal liderado por Estados Unidos. Pero es aquí donde surge el dilema acerca de si existe tan sólo un impulso político neoliberal al proceso mundializador, o si podríamos hablar de más de un impulso político. Esta duda se solventa cuando observamos la evolución de las políticas transnacionales en algunas zonas periféricas del sistema socio – económico occidental. Centrando nuestras miras en América latina, por ejemplo, advertimos cómo se están configurando una serie de alianzas firmadas entre estados como Venezuela, Cuba y Bolivia, en una primera línea, y Brasil y Argentina en un segundo plano, que pretenden poner fin a la hegemonía estadounidense y a las prácticas imperialistas de los Estados Unidos en Latino América.

Por otro lado también venimos observando anualmente cómo se celebra por un lado un Foro Económico Mundial en Davos (Suiza) y otro Foro Social Mundial en lugares pertenecientes a países no occidentales (generalmente se ha celebrado en Portoalegre, Brasil) que aglutina a personalidades políticas, agrupaciones, artistas, asociaciones, etc. contrarias al sistema neoliberal. Podríamos hablar por tanto de que existe una globalización hegemónica que se simboliza en el Foro Económico Mundial de Davos y otra globalización contra-hegemónica que vendría liderada por el Foro Social Mundial de Portoalegre.

Una vez esbozado y escuetamente explicado el significado de los complejos elementos que componen e interfieren en el proceso de globalización, trataremos ahora de ceñirlo a su relación con los Estados; cómo estos se ven afectados por dicho proceso y cómo éste afecta no solo a seres humanos, sino también a la flora y fauna que habita el planeta.

El proceso de mundialización ha traído consigo la configuración de nuevos actores de las Relaciones Internacionales. Así, a actores tradicionales como los Estados o las Organizaciones Internacionales (OIGs) habría que añadir, conforme se desarrolla la globalización, otros actores tales como las empresas multinacionales, las ONGs, etc. Esto es así por el creciente poder que albergan dichos nuevos actores a escala internacional y mundial con relación a los actores tradicionales de las Relaciones Internacionales. Este aumento de soberanía de las empresas multinacionales, entre otros nuevos actores, ha tenido lugar por medio de un proceso de paulatina resta de poder a los otros actores de las Relaciones internacionales, por lo que (no puede ser de otra forma) los Estados han visto cómo algunas empresas multinacionales han ido acaparando autoridad hasta el punto de serles equiparables en poder e incluso en ocasiones les superan, poniendo en tela de juicio una de las características elementales de todo Estado: la soberanía.
Ante esto los Estados no se van a quedar cruzados de brazos y, obviamente, tratarán de aferrarse por todos los medios posibles a cada resquicio de soberanía que puedan. En este sentido ya hemos hablado más arriba de cómo algunos Estados poderosos utilizan a las ONGs como medio para mantener esa soberanía que de otro modo verían perdida.

En un documento firmado por ONGs como WWF y Greenpeace acerca de la Antartida, se nos habla de cómo la Antartida ha tratado de ser protegida por los Estados desde comienzos del siglo XX mediante la firma de diferentes tratados internacionales como el Tratado Antártico y algunos protocolos como el Protocolo de Madrid, además de múltiples reuniones para modificar o al menos estudiar modificaciones del Tratado Antártico. Sin embargo, más adelante podemos leer que todas esas medidas se están mostrando insuficientes a la hora de cumplir sus objetivos de protección de la flora y la fauna antárticas. ¿A qué se debe eso? La respuesta es fácil si tenemos en cuenta todo lo expuesto hasta ahora: los Estados son incapaces de asegurar el mantenimiento de la Antartida como el último continente virgen, o lo que es lo mismo, los Estados no tienen poder suficiente para mantener su soberanía en la Antartida, dado el enorme poder que las empresas multinacionales detentan en la zona, explotando los recursos marinos y turísticos.
Por lo tanto, es este un ejemplo clarificador de cómo las empresas multinacionales pueden llegar a superar el poder de los Estados, que tienen pocas herramientas para oponerse a determinadas acciones y frenar el poder de las mismas en un sistema en el que cada día existen menos barreras que permitan controlar elementos propios de un capitalismo exaltado en su mayor expresión, la globalizada.

Uno de los medios que se presentan al alcance de los Estados para contrarrestar su pérdida de poder, viene dado asimismo por la globalización, y no es otro que la formación de nuevas Organizaciones Internacionales o el desarrollo de las ya existentes. Actualmente, dada la incapacidad de los Estados de ejecutar determinadas medidas de forma individual, se están configurando alianzas entre estados para conseguir lo que de otra forma no pueden. En este sentido, y relacionado con la conservación del medio ambiente, la ONU puso en marcha en 1997 un Convenio Marco sobre Cambio Climático a partir del cual se elaboró el que hoy conocemos con el nombre de Protocolo de Kyoto. El objetivo del mencionado Protocolo, es conseguir reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un marco global. Esta es la única iniciativa internacional para frenar la degradación del planeta, al menos en lo que concierne al efecto invernadero. Para ello contiene objetivos legalmente obligatorios para que los países industrializados reduzcan sus emisiones de los gases de efecto invernadero. Sin embargo, el Protocolo de Kyoto no se pudo poner en marcha hasta el año 2005 debido a que, pese a contar con más de 150 Estados firmantes, éstos no sumaban más del 55% del total de gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera. Fue a partir de la ratificación del Protocolo por parte de Rusia en 2004, cuando éste se convirtió en Ley Internacional.
A pesar de ello, el país más contaminante del planeta, Estados Unidos, se ha negado reiterádamente a ratificar el Protocolo, además de haber intentado en repetidas ocasiones hacerlo fracasar. No por casualidad, Estados Unidos es el país con el mayor grado de desarrollo del capitalismo y al que pertenecen las empresas multinacionales más importantes del planeta. Esa parece ser la razón de la negativa de ese país a firmar el Protocolo de Kyoto, ya que de hacerlo concurriría en una contradicción: sería como tirarse piedras sobre su propio tejado neoliberal al tiempo que se proclama a sí mismo impulsor de una globalización de corte neoliberal e imperialista.
Llama la atención el hecho de que el Protocolo de Kyoto proceda de la ONU, que es una organización internacional a la que Estados Unidos pertenece como miembro fundador.

Todo ello nos lleva a pensar que, de no elaborar una acertada estrategia por parte de los Estados y las Organizaciones Internacionales, las empresas multinacionales seguirán acaparando poder hasta superar también a las Organizaciones Internacionales, lo que irá seguido de una repercusión nada positiva no sólo para las condiciones de vida del ser humano, sino para todo el conjunto del medio ambiente del planeta.

Ante tal situación hay quienes abogan por que dicha estrategia podría ser la de poner trabas a la imperante globalización neoliberal descontrolada (lo cual, en mi opinión, contaría con escaso apoyo y grandes probabilidades de fracaso), y hay quienes abogan, como ya he señalado anteriormente, por impulsar un proceso alternativo: una globalización contra-hegemónica, basada en doctrinas contrarias al neoliberalismo (en todos sus aspectos: económico, social, etc) y respetuosas con el medio ambiente.