martes, 11 de diciembre de 2007

Hipócritas

Salir a la calle. Hinchar los pulmones con el aire fresco. Recorrer las calles, parques y plazas. Montarse en un autobús o bajar al metro. No hay mejor receta para huir del subjetivismo y abrir los ojos a la realidad social. El mejor espejo de una sociedad son esos espacios comunes, expresión de la realidad individual.

Cada día, en el metro vemos las mismas caras. Caras de agotamiento, caras de tristeza, de apatía en el mejor de los casos. 2 son los momentos cumbre de la jornada: la primera hora y la última. En tales momentos el silencio campa entre los vagones del metro, las miradas furtivas de aquellos que todavía tienen los ojos abiertos y no se han rendido, buscan unos ojos amigos.

Pero tampoco hace falta bajar al metro; en el ascensor de mi edificio un vecino denuncia el despido de un compañero a causa de un retraso de 4 minutos sobre su hora de llegada al trabajo. Sus ojos expresan mucho más que su boca: hablan de injusticia, de rabia contenida, de miedo paralizador, de cómo se pierden valores que tanta sangre costó conseguir a tanta gente, de desesperación, de sumisión, de servidumbre. Mientras, otro vecino escucha y observa los aspavientos del primero en un lugar tan pequeño como un ascensor, pero también uno de los poquísimos lugares en que comparten algo las personas que viven en un edificio.

¿Y en el interior de las casa? En sus casas, la gente se queja en privado, casi a escondidas. De la subida del precio de alimentos básicos, del escándalo urbanístico en Madrid como en tantos puntos de España, del continuo despilfarro de energía (con tanta lucecita navideña), de recursos, de papel, de plásticos, de cartones, del afán de acumulación (acumular cosas, aunque sea mierda) sin límites (aunque tengas un minipiso en que no te quepa nada más), del mal hacer de los políticos, del no-hacer de la sociedad acomodada en su holgazanería. Y sin embargo estas personas no hablan en público, no se organizan, no se comunican, no se moviliza… no se le oye, no sale en la tele…. Parece que no existiera. ¿Será una especie más en extinción? ¿Habitará sólo en Francia, no ya una actitud movilizadota, sino un sentido de autocrítica y de no-satisfacción con lo que hay (lo real no agota lo posible)? Seguro que no, pero lo que se ve en la calle de este país no invita al optimismo. Lo que sale por la tele es auténtica basura, que no sirve más que como extintor de las actitudes reivindicativas, propaganda para grupos económicos, o excusa para quedarse en el sofá sin hacer nada.

Parece que se ha implantado un código de conducta social que premia la sumisión, la servidumbre y la aceptación resignada de lo que nos viene dado, mientras castiga y estigmatiza todo aquello que sea crítico, librepensador y cuestionador de la realidad. No hay más que ver las etiquetas que ostentan algunos sectores sociales y profesionales: actores, escritores, filósofos…Todos ellos debidamente marginados de la escena social y política (salvo los que han sido reformados y amansados y pueden salir por la tele o pasearse por alfombras rojas de tal o cual festival). Quizá sean estos los mejores estandartes de una sociedad hipócrita. Los actores somos todos. Todo el mundo miente. Todo el mundo se queja de esto y de lo otro, pero cuando llegan a casa, la mayoría se olvida de reivindicar nada y prefiere ver el Gran Hermano o el Tomate. Muy pocos son los que se mantienen íntegros, capaces de decir no a la servidumbre, capaces de dejar de ser putos actores hipócritas.

No te salves

No te quedes inmóvil
al borde del camino,
no congeles el júbilo,
no quieras con desgana,
no te salves ahora
ni nunca...
...no te salves,
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo,
no dejes caer los párpados
pesados como juicios,
no te quedes sin labios,
no te duermas sin sueño,
no te pienses sin sangre.
Pero si,pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo,
y dejas caer los párpados,
pesados como juicios,
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas...
...entonces,
no te quedes conmigo.
Mario Benedetti

lunes, 10 de diciembre de 2007

Lunes, maldito lunes

Vaya por Dios, un nuevo lunes que me acuesto con dolor de cabeza y de muy mal humor. No se por qué pero el lunes es el día de la semana en que sufro una especie de vuelta a la realidad, que me estalla en las narices y rompe la burbuja de ideales en que me sumerjo durante el fin de semana. ¿Será capricho de mi intelecto y de mi espíritu, o en derredor mío se cuecen habas mal sembradas? Sea lo que sea, por aquí huele a azufre... y no soy el único que lo piensa (ni Chávez).

Allá donde mires, verás mediocridad. Allá donde vayas, todo el mundo te mirará sin verte y te oirá sin escucharte. La gente está cansada de etiquetas (rojo, facha, de izaquierdas, de derechas, verde, amarillo, azul), pero también está cansada de aprender de los demás; está cansada de vivir y se limita a esperar la muerte sentada en el sofá.




Al mismo tiempo nadie se mirará ni se verá a sí mismo; el espíritu autocrítico y reivindicativo hace tiempo que se esfumó y en la calle sólo se escucha un cansino estrépito de llantos.

En Madrid la vida en estos tiempos de final de año se hace cada día irritante. Habrá un año de estos que nos pongan luces de navidad colgadas del bigote y nos dejaremos porque claro, quedan muy bonitas. Mientras se ilumina la ciudad se oscurece el subsuelo, ¿o sólo yo me doy cuenta de que casualmente desde hace unos días hay muchos ascensores y escaleras mecánicas averiadas en el metro de Madrid? ¿Tendrá que ver con el aumento del despilfarro energético causado por las luces navideñas?

En España, el precio de alimentos tan básicos como el pan o la leche ha aumentado hasta un 500% en los últimos meses. Como ejemplo, el brick de leche que en septiembre me costaba 22 céntimos, ahora me cuesta 1 € y 22 céntimos. La gente habla, murmura, se queja por lo bajo y maldice su suerte, pero nadie contempla la posibilidad de movilizarse (claro, eso es de rojos y antisistema, o de fachas y de AVT). Resignados a no se sabe qué suerte, su desgana y apatía acarreará un alto precio que todos pagaremos. Pero mientras, veámos Gran Hermano, a ver a quién echan hoy. Hipócritas.

A nivel internacional, el panorama sigue tan desolador como casi siempre, o quizás más. El no hace tanto insultado y perseguido por la derecha de todo el mundo, Gadaffi, presidente de Libia, se pasea por la alfombra roja en Europa con su séquito de 5 aviones repartiendo contratos y sonrisas y recibiendo alabanzas abiertas de Sarkozy, el cual hace unos días recibió cálidas felicitaciones de Zapatero, a quien precisamente visitará Gadafi la semana próxima... ¿No huele a podrido todo este club de amiguetes? Mientras, Venezuela parece desaparecer del mapa mediático y los esfuerzos propagandistas (que no informativos) del pensamiento único se preparan para la batalla de Bolivia, que acaba de empezar su carrera en el proceso constituyente.

Menos mal que los lunes sólo duran 24 horas....

Mar Adentro

Mar adentro,mar adentro.
Y en la ingravidez del fondo
donde se cumplen los sueños
se juntan dos voluntades
para cumplir un deseo.
Un beso enciende la vida
con un relámpago y un trueno
y en una metamorfosis
mi cuerpo no es ya mi cuerpo,
es como penetrar al centro del universo.
El abrazo más pueril
y el más puro de los besos
hasta vernos reducidos
en un único deseo.
Tu mirada y mi mirada
como un eco repitiendo,
sin palabras'más adentro',
'más adentro'hasta el más allá del todo
por la sangre y por los huesos.
Pero me despierto siempre
y siempre quiero estar muerto,
para seguir con mi boca
enredada en tus cabellos.
Ramón Sampedro

lunes, 3 de diciembre de 2007

Negra Sombra

Ahora que la cantante Luz Casal está de moda y nos vemos sometidos a un bombardeo publicitario constante de su nuevo disco, ha venido a mi memoria una canción de su tierra, que es también la mía. Se trata de Negra Sombra, de Rosalía de Castro. En este vídeo podemos escucharla de labios de Luz en el programa que presentaba Jesús Quintero en TVE hace poco más de un año.


sábado, 1 de diciembre de 2007

Infeliz Navidad

Javier Ortiz
Publico

Ya sé que no soy nada original, pero yo también odio la Navidad.

No del todo, claro. Me gusta que la gente que me rodea tenga vacaciones, porque así puedo disfrutar más de su compañía. Tampoco descarto que haya algún ágape amistoso que resulte agradable y divertido (nunca me ha tocado soportar ninguna cena familiar de esas famosas en las que el personal aprovecha para enfadarse muchísimo y ponerse de vuelta y media).
Pero la Navidad trae consigo más adherencias, muchas de ellas desagradables. Los villancicos, por ejemplo (en particular ése que sostiene el irritante disparate de que los peces beben en el río). Tampoco llevo nada bien los premios rituales de las dos famosas loterías, mayormente porque nunca he ganado gran cosa en ellas, y las pocas veces que me ha tocado algo en la primera todo el mundo se me ha echado encima para que lo perdiera apostando en la segunda.
Por no hablar del mensaje del Rey, que supongo que este año también cantará las virtudes de la familia católica, para mejor resaltar la felicidad de la suya propia.
Dando todo eso por amortizado, acordemos que lo más tremendo de la Navidad es el despilfarro general que supone. Empezando por el de los ayuntamientos, que cualquier año de éstos van a decidir encender las bombillitas en julio.
El año pasado, por estas mismas fechas, me tocó atravesar la península de punta a cabo en avión. ¡España entera parecía un árbol de Navidad, atiborrada de luces de colorines! Se lo debemos a la gentileza de los mismos ayuntamientos que luego llega un día y apagan durante cinco minutos las luces de los edificios públicos y los monumentos para pretender que les preocupan las emisiones de CO2.
De todos modos, para mí lo peor de lo peor es la avalancha de buenos deseos que ponen en marcha las multinacionales con tan infausta ocasión. Me indigna que la misma gente que se ha pasado el año esquilmándote te llene el buzón de misivas cursis e hipócritas pretendiendo que te desea toda suerte de venturas.
Me indigna, sobre todo, lo ocioso del gesto. Ellos saben que no les crees y tú sabes que ellos saben que no les crees. ¡Qué gasto más imbécil de papel y de sellos!