martes, 10 de diciembre de 2013

Precariedad everywhere.

Precariedad es el nuevo nombre de la civilización europea. España, siguiendo sus preceptos fundacionales, no duda en adherirse a esa tendencia que se empeña en quemar los logros de tantas décadas de trabajo, sudor y lágrimas de nuestros antepasados. No dejo de pensar: si mi abuelo levantara la cabeza…

Mientras las élites mundiales hinchan sus bolsillos con la permisividad interesada, tosca y desvergonzada de sus voceros nacionales –nuestros gobernantes-, la miseria rezuma y comienza a colmatar, gota a gota, desde los rincones de las grandes urbes hasta los campos trillados de las aldeas, como si un fango venenoso amenazara con ahogar cada día a más personas, paralizadas entre la memoria de un pasado mejor y el shock causado por el estruendo del presente.

La obstinación en el injusto recorte de trozos de humanidad conquistada a base de esfuerzo,  la dolorosa falta de justicia, el laxo sentido de responsabilidad de los poderosos y  la impunidad de tantos delincuentes de gomina y corbata arrastra al incauto pertinaz al mundo de la precariedad.

Precariedad monetaria, precariedad intelectual, precariedad emocional, precariedad ética. Precariedad por doquiera que mires, que leas, que escuches, que toques, que sientas. Precariedad y dolor es lo único que perciben los sentidos del incauto aventurero que, pese a todo, no inca la rodilla y se declara en rebeldía contra la mediocridad que todo lo tizna.

¡Que la locura de su atrevimiento no se vea cortada! ¡Que los cuerdos de atar no le convenzan jamás de entregarse a la resignación! ¡Que la decepcionante inmediatez no embriague la lucidez del viajero perseverante! Que ese viajero no esté nunca de regreso. Que mantenga la curiosidad y la ilusión por vencer en las batallas en las que lucha desde hace tanto. Que nada lo venza ni lo detenga. Resistencia es lo único que le queda.

Resistencia para mirar más allá de su horizonte precario. O estaremos perdidos.

jueves, 5 de diciembre de 2013

“Por qué voy a los medios”, por Pablo Iglesias.

Recibo muchos mensajes por Facebook, pero ayer recibí uno que me hizo llorar a lágrima vida. Me escribía Rosa. Me contaba que era hija de comunistas. Me contaba que su padre fue uno de esos combatientes a los que el fascismo empujó a un campo de concentración para republicanos en Argelés en 1939, que se alistó en la Legión extranjera francesa de la que desertó llevándose unos cuantos tanques para incorporarlos al ejército británico con el que combatió en el Norte de África. Me contaba que después su padre combatió en la mítica batalla de Normandía, en las Ardenas y en otras,  que terminó en Bélgica trabajando como minero y que volvió a España en 1976.

Pero Rosa me decía que no me escribía para hablarme de su padre sino de su madre. Su madre se llama Concha. Concha fue concejala por el Partido Comunista en el primer ayuntamiento democrático de Algeciras cuando les dejaron votar en 1979. Me contaba que va a cumplir 80 años y que ya casi no puede leer pero que ve mucho la televisión. Y Rosa me dice que cuando aparezco en la televisión a su madre se le iluminan los ojos y revive y que incluso le dice a su hija que está enamorada de ese chaval con coleta. Y que Concha, que vive en Casas Viejas, le dice a su hija que viendo a gente como yo siente que hay esperanza y que su lucha no fue en vano. Y yo leo eso y me pongo a llorar como una madalena y no sé dónde meterme porque estoy leyendo el mensaje en el móvil a punto de entrar a un acto en el barrio de Orcasitas. Y siento una enorme vergüenza porque ir a la televisión es muy fácil, porque no es ningún mérito debatir con tertulianos de la derecha cuando piensas en lo que hicieron algunos por nuestro país, cuando piensas en todas esas personas anónimas que se jugaron todo, casi siempre para perderlo. Y pienso en mis abuelas, mujeres que también perdieron una guerra y en mis abuelos y en mis padres y en toda esa gente corriente que te felicita por la calle como si fueras más que ellos y te piden que te hagas una foto con ellos. Y siento una enorme vergüenza. Y pienso que los debates de televisión muchas veces son un circo, y pienso en el cinismo que tengo que mantener allí, como ayer mismo debatiendo con Esperanza Aguirre. Y me come la rabia al no poderme quitar de encima la sensación de que Aguirre se escapó viva del debate, de que pude haberlo hecho mucho mejor ayer. Y pienso en las conversaciones cordiales que tengo que mantener con gente que no me gusta porque los medios tienen sus reglas y hay que cumplirlas. Y pienso en los compañeros que me ayudan a preparar las intervenciones y en todos los que hacen posible La Tuerka y Fort Apache a los que nunca pararán por la calle para felicitarles, a los que nunca les escribirán un mail para decirles que son la hostia. Y pienso en todos esos militantes anónimos, de todas las edades, a los que nadie les dará jamás las gracias como a mí. Y siento una enorme vergüenza.

Pero hay algo que aprendí ayer. Los ojos iluminados de Concha frente a su televisor no son sólo un premio, son una orden.

Pablo Iglesias Turrión es profesor en la Universidad Complutense de Madrid y presentador y tertuliano de televisión.

domingo, 1 de diciembre de 2013

El día que Antonio Banderas habló bien de Hugo Chávez.

Y no sólo eso. Banderas también introdujo en la entrevista términos muy poco frecuentes en la jerga “hollywoodiense”, al hablar de que “quizás estemos viviendo una era postdemocrática”.

Como consecuencia, Ana Pastor, por una vez callada ante su interlocutor y, probablemente, extrañada y sorprendida ante las declaraciones de Antonio Banderas, no supo evitar y cortar unos tensos segundos de silencio tras la referencia del actor a Hugo Chávez.