Unos ojos cautivos irrumpen en el caminar del mundo. Los ojos de unos observadores natos, de unos cazadores de miradas perdidas, de mundos interiores, de ideas perseguidas, oraciones y leyendas.
Nada escapa a su mirada, nadie está salvo por mucho que se esconda, y sin embargo son tan frágiles como una pompa de jabón. Un copo de nieve que se atreve a desafiar a una llama incandescente.
Incandescente como la llama de un amor recién nacido, con el sentimiento de inmortalidad y a la vez fugacidad de pensar que ningún tiempo pasado fue mejor y ningún futuro es esperanzador.
Que nada existe si no es por nos y nos no existimos si no es por nada. Cuando un observador se siente y se sabe observado no hace sino volverse más agudo en su indagación.
Nada escapa a su mirada, nadie está salvo por mucho que se esconda, y sin embargo son tan frágiles como una pompa de jabón. Un copo de nieve que se atreve a desafiar a una llama incandescente.
Incandescente como la llama de un amor recién nacido, con el sentimiento de inmortalidad y a la vez fugacidad de pensar que ningún tiempo pasado fue mejor y ningún futuro es esperanzador.
Que nada existe si no es por nos y nos no existimos si no es por nada. Cuando un observador se siente y se sabe observado no hace sino volverse más agudo en su indagación.
Como el cazador que se ve amenazado y abre fuego a discreción, sin matar y sin dejarse matar, en una carnal lucha de dos cuerpos que se miran a los ojos y se ven iguales, se saben iguales, se atraen y no se pueden rechazar.
Mañana el presente habrá muerto y el amanecer sacudirá con su luz los cimientos de la casa encantada donde habitan mitos y fantasmas, donde por vez primera fueron libres esos ojos y esa manera de mirar.
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