La clase media vive en Estado de impostura, fingiendo que cumple las leyes y que cree en ellas, y simulando que tiene más de lo que tiene; pero nunca le ha resultado difícil cumplir con esta abnegada tradición. Está la clase media asfixiada por las deudas, y paralizada por el pánico, y en el pánico cría a sus hijos. Pánico de vivir, pánico de caer: pánico de perder el trabajo, la casa, las cosas, el coche, pánico de no llegar a tener lo que se debe tener para llegar a ser. En el clamor colectivo por la seguridad, amenazada por los monstruos del delito que acecha, la clase media es la que más alto grita. Defiende el orden como si fuera su propietaria, aunque no es más que una inquilina agobiada por el precio del alquiler y la amenaza del desalojo.
Atrapados por las trampas del pánico, los niños de clase media están cada vez más condenados a la humillación del encierro perpetuo. En la ciudad del futuro, que ya está siendo ciudad del presente, los teleniños, vigilados por niñeras electrónicas, contemplarán la calle desde alguna ventana de sus telecasas: la calle prohibida por la violencia o por el pánico a la violencia, la calle donde ocurre el siempre peligroso, y a veces prodigioso, espectáculo de la vida.
Extraído de Patasarriba: la escuela del Mundo al Revés
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