"Ellos creían que nos habíamos cansado de protestas y que les
habíamos dejado libres para seguir en su alucinada carrera hacia la guerra.
Se equivocaron. Nosotros, los que hoy nos estamos manifestando, aquí y en
todo el mundo, somos como aquella pequeña mosca que obstinadamente vuelve una
y otra vez a clavar su aguijón en las partes sensibles de la bestia. Somos,
en palabras populares, claras y rotundas para que mejor se entiendan, la
mosca cojonera del poder.
Ellos quieren la guerra, pero nosotros no les vamos a dejar en
paz. A nuestro compromiso, ponderado en las conciencias y proclamado en las
calles, no le harán perder vigencia y autoridad (también nosotros tenemos
autoridad) ni la primera bomba ni la última que vengan a caer sobre Irak.
No sigan los señores y las señoras del poder que nos manifestamos
para salvar la vida y el régimen de Sadam Husein. Mienten con todos los
dientes que tienen en la boca. Nos manifestamos, eso sí, por el derecho y por
la justicia. Nos manifestamos contra la ley de la selva que Estados Unidos y
sus acólitos antiguos y modernos quieren imponer al mundo. Nos manifestamos
por la voluntad de paz de la gente honesta y contra los caprichos belicistas
de políticos a quienes les sobra en ambición lo que les va faltando en
inteligencia y sensibilidad. Nos manifestamos en contra del concubinato de
los Estados con los super-poderes económicos de todo tipo que gobiernan el
mundo. La tierra pertenece a los pueblos que la habitan, no a aquellos que,
con el pretexto de una representación democrática descaradamente pervertida,
al final les explotan, manipulan y engañan. Nos manifestamos para salvar la
democracia en peligro.
Hasta ahora la humanidad ha sido siempre educada para la guerra,
nunca para la paz. Constantemente nos aturden las orejas con la afirmación de
que si queremos la paz mañana no tendremos más remedio que hacer la guerra
hoy. No somos tan ingenuos para creer en una paz eterna y universal, pero si
los seres humanos hemos sido capaces de crear, a lo largo de la historia,
bellezas y maravillas que a todos nos dignifican y engrandecen, entonces es
tiempo de meter mano a la más maravillosa y hermosa de todas las tareas: la
incesante contrucción de la paz. Pero que esa paz sea la paz de la dignidad y
del respeto humano, no la paz de una sumisión y de una humillación que
demasiadas veces vienen disfrazadas bajo la mascarilla de una falsa amistad
protectora.
Ya es hora de que las razones de la fuerza dejen de prevalecer
sobre la fuerza de la razón. Ya es hora de que el espíritu positivo de la
humanidad que somos se dedique, de una vez, a sanar las innúmeras miserias
del mundo. Esa es su vocación y su promesa, no la de pactar con supuestos o
auténticos "ejes del mal".
Amenamente estaban Bush, Blair y Aznar charlando sobre lo divino
y sobre lo deshumano, seguros y tranquilos en su papel de poderosos
hechiceros, expertos en trucos de trilero y conocedores de eméritos de todas
las trampas de la propaganda engañosa y de la falsedad sistemática, cuando
en el despacho oval donde se encontraban reunidos irrumpió la terrible
noticia de que los Estados Unidos de América del Norte habían dejado de ser
la única gran potencia mundial. Antes de que Bush pudiera asestar el primer
puñetazo en la mesa, vuestro presidente José María Aznar se dio prisa en
declarar que esa nueva gran potencia no era España. "Te lo juro, George",
dijo. "Mi Reino Unido tampoco", añadió rápidamente Blair para cortar la
naciente suspicacia de Bush. "Si no eres tú y tú no eres, ¿quién es
entonces?", preguntó Bush. Fue Colin Powell, mal creyendo él mismo en lo que
estaba pronunciando su propia boca, quien dijo "La opinión pública, señor
presidente".
Ya habéis comprendido que esta historieta es un simple invento
mío. Os pido por tanto que no le deis importancia. Pero sí la tiene que lo
que ya es una evidencia para todos, la más exaltadora y feliz evidencia de
estos conturbados tiempos: los hechizeros de Bush, Blair y Aznar, sin
quererlo, sin proponérselo, nada más que por sus malas artes y peores
intenciones, han hecho surgir, espontáneo e incontenible, un gigantesco, un
inmenso movimiento de opinión pública. Un nuevo grito de "No pasarán", con
las palabras "No a la guerra", recorre el mundo.
No hay ninguna exageración en decir que la opinión pública
mundial contra la guerra se ha convertido en una potencia con la cual el
poder tiene que contar. Nos enfrentamos deliberadamente a los que quieren la
guerra, les decimos "NO", y si aún así siguen empecinados en su demencial
afán y desencadenan una vez más los caballos del apocalipsis, entonces les
avisamos desde aquí que esta manifestación no es la última, que
continuaremos las protestas durante todo el tiempo que dure la guerra, e
incluso más allá, porque a partir de hoy ya no se tratará simplemente de
decir "No a la guerra", se tratará de luchar todos los días y en todas las
instancias para que la paz sea una realidad, para que la paz deje de ser
manipulada como un elemento de chantaje emocional y sentimental con que se
pretende justificar guerras.
Sin paz, sin una paz auténtica, justa y respetuosa, no habrá
derechos humanos. Y sin derechos humanos -todos ellos, uno por uno- la
democracia nunca será más que un sarcasmo, una ofensa a la razón, una
tomadura de pelo. Los que estamos aquí somos una parte de la nueva potencia
mundial. Asumimos nuestras responsabilidades. Vamos a luchar con el corazón y
el cerebro, con la voluntad y la ilusión. Sabemos que los seres humanos somos
capaces de lo mejor y de lo peor. Ellos (no necesito ahora decir sus nombres)
han elegido lo peor. Nosotros hemos elegido lo mejor".
habíamos dejado libres para seguir en su alucinada carrera hacia la guerra.
Se equivocaron. Nosotros, los que hoy nos estamos manifestando, aquí y en
todo el mundo, somos como aquella pequeña mosca que obstinadamente vuelve una
y otra vez a clavar su aguijón en las partes sensibles de la bestia. Somos,
en palabras populares, claras y rotundas para que mejor se entiendan, la
mosca cojonera del poder.
Ellos quieren la guerra, pero nosotros no les vamos a dejar en
paz. A nuestro compromiso, ponderado en las conciencias y proclamado en las
calles, no le harán perder vigencia y autoridad (también nosotros tenemos
autoridad) ni la primera bomba ni la última que vengan a caer sobre Irak.
No sigan los señores y las señoras del poder que nos manifestamos
para salvar la vida y el régimen de Sadam Husein. Mienten con todos los
dientes que tienen en la boca. Nos manifestamos, eso sí, por el derecho y por
la justicia. Nos manifestamos contra la ley de la selva que Estados Unidos y
sus acólitos antiguos y modernos quieren imponer al mundo. Nos manifestamos
por la voluntad de paz de la gente honesta y contra los caprichos belicistas
de políticos a quienes les sobra en ambición lo que les va faltando en
inteligencia y sensibilidad. Nos manifestamos en contra del concubinato de
los Estados con los super-poderes económicos de todo tipo que gobiernan el
mundo. La tierra pertenece a los pueblos que la habitan, no a aquellos que,
con el pretexto de una representación democrática descaradamente pervertida,
al final les explotan, manipulan y engañan. Nos manifestamos para salvar la
democracia en peligro.
Hasta ahora la humanidad ha sido siempre educada para la guerra,
nunca para la paz. Constantemente nos aturden las orejas con la afirmación de
que si queremos la paz mañana no tendremos más remedio que hacer la guerra
hoy. No somos tan ingenuos para creer en una paz eterna y universal, pero si
los seres humanos hemos sido capaces de crear, a lo largo de la historia,
bellezas y maravillas que a todos nos dignifican y engrandecen, entonces es
tiempo de meter mano a la más maravillosa y hermosa de todas las tareas: la
incesante contrucción de la paz. Pero que esa paz sea la paz de la dignidad y
del respeto humano, no la paz de una sumisión y de una humillación que
demasiadas veces vienen disfrazadas bajo la mascarilla de una falsa amistad
protectora.
Ya es hora de que las razones de la fuerza dejen de prevalecer
sobre la fuerza de la razón. Ya es hora de que el espíritu positivo de la
humanidad que somos se dedique, de una vez, a sanar las innúmeras miserias
del mundo. Esa es su vocación y su promesa, no la de pactar con supuestos o
auténticos "ejes del mal".
Amenamente estaban Bush, Blair y Aznar charlando sobre lo divino
y sobre lo deshumano, seguros y tranquilos en su papel de poderosos
hechiceros, expertos en trucos de trilero y conocedores de eméritos de todas
las trampas de la propaganda engañosa y de la falsedad sistemática, cuando
en el despacho oval donde se encontraban reunidos irrumpió la terrible
noticia de que los Estados Unidos de América del Norte habían dejado de ser
la única gran potencia mundial. Antes de que Bush pudiera asestar el primer
puñetazo en la mesa, vuestro presidente José María Aznar se dio prisa en
declarar que esa nueva gran potencia no era España. "Te lo juro, George",
dijo. "Mi Reino Unido tampoco", añadió rápidamente Blair para cortar la
naciente suspicacia de Bush. "Si no eres tú y tú no eres, ¿quién es
entonces?", preguntó Bush. Fue Colin Powell, mal creyendo él mismo en lo que
estaba pronunciando su propia boca, quien dijo "La opinión pública, señor
presidente".
Ya habéis comprendido que esta historieta es un simple invento
mío. Os pido por tanto que no le deis importancia. Pero sí la tiene que lo
que ya es una evidencia para todos, la más exaltadora y feliz evidencia de
estos conturbados tiempos: los hechizeros de Bush, Blair y Aznar, sin
quererlo, sin proponérselo, nada más que por sus malas artes y peores
intenciones, han hecho surgir, espontáneo e incontenible, un gigantesco, un
inmenso movimiento de opinión pública. Un nuevo grito de "No pasarán", con
las palabras "No a la guerra", recorre el mundo.
No hay ninguna exageración en decir que la opinión pública
mundial contra la guerra se ha convertido en una potencia con la cual el
poder tiene que contar. Nos enfrentamos deliberadamente a los que quieren la
guerra, les decimos "NO", y si aún así siguen empecinados en su demencial
afán y desencadenan una vez más los caballos del apocalipsis, entonces les
avisamos desde aquí que esta manifestación no es la última, que
continuaremos las protestas durante todo el tiempo que dure la guerra, e
incluso más allá, porque a partir de hoy ya no se tratará simplemente de
decir "No a la guerra", se tratará de luchar todos los días y en todas las
instancias para que la paz sea una realidad, para que la paz deje de ser
manipulada como un elemento de chantaje emocional y sentimental con que se
pretende justificar guerras.
Sin paz, sin una paz auténtica, justa y respetuosa, no habrá
derechos humanos. Y sin derechos humanos -todos ellos, uno por uno- la
democracia nunca será más que un sarcasmo, una ofensa a la razón, una
tomadura de pelo. Los que estamos aquí somos una parte de la nueva potencia
mundial. Asumimos nuestras responsabilidades. Vamos a luchar con el corazón y
el cerebro, con la voluntad y la ilusión. Sabemos que los seres humanos somos
capaces de lo mejor y de lo peor. Ellos (no necesito ahora decir sus nombres)
han elegido lo peor. Nosotros hemos elegido lo mejor".
Este discurso fue leído por Saramago en la manifestación de Madrid contra la guerra en 2003
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