El poder corta y recorta la mala hierba, pero no puede atacar la raíz sin atentar contra su propia vida. Se condena al criminal, y no a la máquina que lo fabrica, como se condena al drogadicto, y no al modo de vida que crea la necesidad del consuelo químico y su ilusión de fuga. Así se exonera de responsabilidad a un orden social que arroja cada vez más gente a las calles y a las cárceles, y que genera cada vez más desesperanza y desesperación. La ley es como una telaraña, hecha para atrapar moscas y otros insectos chiquitos, y no para cortar el paso a los bichos grandes. La ley es como un cuchillo; nunca ofende a quien lo maneja. Pero los discursos oficiales invocan la ley como si la ley rigiera para todos, y no solamente para los infelices que no pueden eludirla. Los delincientes pobres son los villanos de la película; los delincuentes ricos escriben el guión y dirigen a los actores.
En otros tiempos, la policía funcionaba al servicio de un sistema productivo que necesitaba mano de obra abundante y dócil. La justicia castigaba a los vagos y sus agentes los metían en las fábricas a golpe de bayoneta. Así, la sociedad industrial europea proletarizó a los campesinos y pudo imponer, en las ciudades, la disciplina del trabajo. ¿Cómo se puede imponer, ahora, la disciplina de la desocupación? ¿Qué técnicas de obediencia obligatoria pueden funcionar contra las crecientes multitudes que no tienen, ni tendrán, empleo? ¿Qué se hace con los naúfragos, cuando son tantos, para que sus manotazos no echen a pique la balsa?
Hoy por hoy, la razón de Estado es la razón de los mercados finiancieros que dirigen el mundo y que no producen nada más que especulación. Marcos, el vocero de los indígenas de Chiapas, ha retratado lo que ocurre con palabras certeras: asistimos al striptease del Estado; el Estado se desprende de todo, salvo de su prenda mínima indispensable, que es la represión. La hora de la verdad: zapatero a tus zapatos. El Estado sólo merece existir para pagar la deuda externa y para garantizar la paz social.
Extraído de Patasarriba: la escuela del mundo al revés
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