Dado que este escrito va a girar en torno al concepto de movimiento antisistémico o movimiento social antisistémico, me gustaría comenzar mi exposición explicando en qué consiste dicho concepto y cómo ha evolucionado a lo largo de la Historia desde su nacimiento.
Los movimientos sociales antisistémicos hacen su primera aparición histórica en 1848 y lo hacen como resultado de una triple adición de sumandos:
1- Influencia de la Revolución Francesa
2- Movimientos nacionalistas que dan lugar a unificaciones como las de Italia y Alemania
3- La primera revolución obrera
Ciñéndonos a la experiencia histórica, podemos observar cómo los movimientos sociales clásicos se han manifestado de dos formas diferentes: bien con aspiraciones nacionalistas, bien en forma de movimiento obrero. Centrándonos en los movimientos de carácter obrero, la aparición de estos movimientos sociales antisistémicos en 1848 puso de relieve la necesidad de contar con una organización adecuada para conseguir los objetivos a los que aspiraban. Ello dio lugar a intensos debates acerca de la forma de acción apropiada, los cuales salieron a la luz de manera rotunda en la I Internacional en forma de discusión entre anarquistas y comunistas, elección entre partido o sindicato y la configuración de una táctica con respecto al poder. Estos debates y discusiones abarcarían todo el ultimo cuarto de siglo XIX y primeros años del siglo XX.
De todo ello, surgiría un escisión entre socialdemócratas (socialismo revisionista) y comunistas (socialismo no revisionista), es decir, entre aquellos que abogaban por llevar la lucha por el poder dentro del sistema parlamentario (sólo apto en aquellos países donde éste se encontraba establecido) y los que defendían la revolución como forma de hacerse con el poder.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX se podía ver cómo los movimientos sociales antisistémicos orientaban sus protestas en torno a dos frentes:
- Por un lado se oponían a un sistema político configurado en términos centro – periferia, en el cual los países occidentales más ricos constituían un centro del sistema mundo que colonizaba y / o explotaba a los países más pobres, situados en la periferia.
- En segundo lugar luchaban contra un sistema económico, el capitalismo, que basaba su funcionamiento en la explotación que el capital ejercía sobre el proletariado o trabajo.
Tras la II Guerra Mundial, en prácticamente todo el mundo se podía ya hablar de triunfo de los movimientos antisistémicos, pues bien en su forma socialdemócrata (en el centro del sistema mundo capitalista), bien en su forma comunista (en la periferia) se encontraban en el poder.
Sin embargo, en 1968 tuvo lugar una gran revolución social. En ella, dos notas sobresalían entre todo el estruendo revolucionario: los revolucionarios aunaban una oposición a la bipolaridad representada por Estados Unidos y la URSS, y una crítica y una condena a los movimientos antisistémicos clásicos, también denominados a partir de entonces vieja izquierda. Ello se encontraba fundado en un enorme sentimiento de decepción, pues aunque los movimientos sociales antisistémicos habían conseguido acceder al poder y gracias a ello habían realizado algunas reformas, no habían conseguido cambiar el sistema contra el que tanto habían luchado, se habían convertido en parte del sistema, parte del problema, al no haber conseguido realizar un cambio suficiente.
A partir de entonces, tuvo lugar un replanteamiento y múltiples debates en el seno de los movimientos sociales fruto de la percepción de que la izquierda clásica no había conseguido solucionar los problemas. Se había demostrado que la conquista del poder político a nivel estatal no permitía cambiar el sistema y por lo tanto había que plantear un nuevo método. La escala de la experiencia (aquella en la que viven el día a día los individuos de una sociedad) y la nacionalista – ideológica (la del Estado) se habían quedado pequeñas. Comenzaba una etapa de transición en los movimientos sociales antisistémicos, durante la cual pudimos asistir al nacimiento de nuevos movimientos sociales como el maoísmo, los verdes y ecologistas, el surgimiento de ONGs y organizaciones defensoras de Derechos Humanos y, por último, los movimientos antiglobalización. Cabe resaltar que todos estos movimientos todavía no han alcanzado el grado de relevancia que en su día ostentaron los movimientos antisistémicos clásicos.
En esta etapa de transición, en la cual todavía hoy nos encontramos, podríamos decir que en la última década estamos asistiendo a una aceleración de dicho proceso de evolución, que se ha simbolizado en conflictos que aúnan un espíritu de liberación nacional con un ansia de lucha contra la globalización, como fueron por un lado la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Levantamiento en Chiapas en 1994 (en los que ya se habla de sociedad civil mexicana e internacional como algo que existe al margen de los Estados) y, por otro lado, las revueltas acaecidas con motivo de la celebración de una cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Seattle en 1999, que obligaron a la suspensión del mencionado encuentro. En dichas revueltas se encontraban sindicalistas, obreros, ecologistas y personas pertenecientes a multitud de movimientos de izquierda que luchaban juntos por una causa común.
¿Qué podríamos decir que es lo nuevo que plantean estos hechos? En mi opinión la principal nota a destacar es el facto de que por primera vez los movimientos antisistémicos comenzaron a utilizar el proceso de globalización (hasta entonces monopolizado) en su provecho, y lo utilizaron para luchar contra aquellos que eran y son los principales impulsores del mismo; comenzaron a hablar de sociedad civil mundial, de manifestaciones a nivel supranacional, de movimientos globales, etc. Se empezaba a actuar en la escala de la realidad, es decir, aquella que abarca todos los territorios que forman el planeta.
Por todo ello podríamos decir que, frente a un proceso de globalización hegemónica de corte neoliberal e imperialista, se está configurando un movimiento global que aglutina a muchísimos movimientos de izquierda (sobretodo de la nueva izquierda, pero también de la vieja izquierda) en lucha contra un enemigo común.
Este nuevo frente de batalla podemos verlo simbolizado en el hecho de que frente a un Foro Económico Mundial que se celebra periódicamente en Davos (centro del sistema-mundo capitalista), se viene celebrando desde principios del siglo XXI y cada vez con mayor importancia y creciente afluencia un Foro Social Mundial con sede en países de la periferia del sistema-mundo (las primeras ediciones tuvieron lugar en Porto Alegre, la última hace apenas 2 semanas en Nairobi). Este Foro Social Mundial sirve de aglutinador de movimientos culturales, escritores, artistas, políticos y delegados de organizaciones, todos ellos críticos con el sistema neoliberal y con el proceso de globalización liderado por Estados Unidos.
Si entendemos la globalización (hegemónica) como un proceso de transnacionalización de los flujos sociales impulsado políticamente, requerido económicamente y posibilitado tecnológicamente en un momento de hegemonía norteamericana (representado en el Foro Económico Mundial de Davos), el Foro Social Mundial pretende reunir a personas, organizaciones y movimientos sociales dispuestos a impulsar una globalización contra-hegemónica. Reúne por tanto a movimientos sociales en base a un objetivo común: la lucha contra los males sociales derivados del neoliberalismo en su máxima expresión: la globalizada. Todo ello bajo un halo de respeto entre los diferentes movimientos sociales que participan en el Foro Social Mundial.
Por otra parte, el Foro Social Mundial ha recibido algunas críticas procedentes de movimientos de la vieja izquierda que le recriminan el hecho de no contar con un programa concreto de actuación en los próximos años. Sin embargo, muchos son los que opinan que la elaboración de dicho programa supondría un riesgo capaz de dividir y de dar al traste con la unidad y la armonía que impera actualmente en el Foro Social Mundial.
Pese a ello y sin embargo, este dilema nos sirve para darnos cuenta de que la historia no ha terminado. Nos pone de relieve que nos encontramos en un proceso del cual nadie sabe cuál va a ser el resultado final. Por ello tal vez nos encontramos precisamente en el momento histórico en que se da un mayor debate en todos los ámbitos, como nunca nadie lo había vivido, pues se trata de un debate que ya no se limita a un marco local, regional o nacional, sino que aspira a cambiar un sistema entero en base a la certeza de que Otro mundo es posible.
Los movimientos sociales antisistémicos hacen su primera aparición histórica en 1848 y lo hacen como resultado de una triple adición de sumandos:
1- Influencia de la Revolución Francesa
2- Movimientos nacionalistas que dan lugar a unificaciones como las de Italia y Alemania
3- La primera revolución obrera
Ciñéndonos a la experiencia histórica, podemos observar cómo los movimientos sociales clásicos se han manifestado de dos formas diferentes: bien con aspiraciones nacionalistas, bien en forma de movimiento obrero. Centrándonos en los movimientos de carácter obrero, la aparición de estos movimientos sociales antisistémicos en 1848 puso de relieve la necesidad de contar con una organización adecuada para conseguir los objetivos a los que aspiraban. Ello dio lugar a intensos debates acerca de la forma de acción apropiada, los cuales salieron a la luz de manera rotunda en la I Internacional en forma de discusión entre anarquistas y comunistas, elección entre partido o sindicato y la configuración de una táctica con respecto al poder. Estos debates y discusiones abarcarían todo el ultimo cuarto de siglo XIX y primeros años del siglo XX.
De todo ello, surgiría un escisión entre socialdemócratas (socialismo revisionista) y comunistas (socialismo no revisionista), es decir, entre aquellos que abogaban por llevar la lucha por el poder dentro del sistema parlamentario (sólo apto en aquellos países donde éste se encontraba establecido) y los que defendían la revolución como forma de hacerse con el poder.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX se podía ver cómo los movimientos sociales antisistémicos orientaban sus protestas en torno a dos frentes:
- Por un lado se oponían a un sistema político configurado en términos centro – periferia, en el cual los países occidentales más ricos constituían un centro del sistema mundo que colonizaba y / o explotaba a los países más pobres, situados en la periferia.
- En segundo lugar luchaban contra un sistema económico, el capitalismo, que basaba su funcionamiento en la explotación que el capital ejercía sobre el proletariado o trabajo.
Tras la II Guerra Mundial, en prácticamente todo el mundo se podía ya hablar de triunfo de los movimientos antisistémicos, pues bien en su forma socialdemócrata (en el centro del sistema mundo capitalista), bien en su forma comunista (en la periferia) se encontraban en el poder.
Sin embargo, en 1968 tuvo lugar una gran revolución social. En ella, dos notas sobresalían entre todo el estruendo revolucionario: los revolucionarios aunaban una oposición a la bipolaridad representada por Estados Unidos y la URSS, y una crítica y una condena a los movimientos antisistémicos clásicos, también denominados a partir de entonces vieja izquierda. Ello se encontraba fundado en un enorme sentimiento de decepción, pues aunque los movimientos sociales antisistémicos habían conseguido acceder al poder y gracias a ello habían realizado algunas reformas, no habían conseguido cambiar el sistema contra el que tanto habían luchado, se habían convertido en parte del sistema, parte del problema, al no haber conseguido realizar un cambio suficiente.
A partir de entonces, tuvo lugar un replanteamiento y múltiples debates en el seno de los movimientos sociales fruto de la percepción de que la izquierda clásica no había conseguido solucionar los problemas. Se había demostrado que la conquista del poder político a nivel estatal no permitía cambiar el sistema y por lo tanto había que plantear un nuevo método. La escala de la experiencia (aquella en la que viven el día a día los individuos de una sociedad) y la nacionalista – ideológica (la del Estado) se habían quedado pequeñas. Comenzaba una etapa de transición en los movimientos sociales antisistémicos, durante la cual pudimos asistir al nacimiento de nuevos movimientos sociales como el maoísmo, los verdes y ecologistas, el surgimiento de ONGs y organizaciones defensoras de Derechos Humanos y, por último, los movimientos antiglobalización. Cabe resaltar que todos estos movimientos todavía no han alcanzado el grado de relevancia que en su día ostentaron los movimientos antisistémicos clásicos.
En esta etapa de transición, en la cual todavía hoy nos encontramos, podríamos decir que en la última década estamos asistiendo a una aceleración de dicho proceso de evolución, que se ha simbolizado en conflictos que aúnan un espíritu de liberación nacional con un ansia de lucha contra la globalización, como fueron por un lado la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Levantamiento en Chiapas en 1994 (en los que ya se habla de sociedad civil mexicana e internacional como algo que existe al margen de los Estados) y, por otro lado, las revueltas acaecidas con motivo de la celebración de una cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Seattle en 1999, que obligaron a la suspensión del mencionado encuentro. En dichas revueltas se encontraban sindicalistas, obreros, ecologistas y personas pertenecientes a multitud de movimientos de izquierda que luchaban juntos por una causa común.
¿Qué podríamos decir que es lo nuevo que plantean estos hechos? En mi opinión la principal nota a destacar es el facto de que por primera vez los movimientos antisistémicos comenzaron a utilizar el proceso de globalización (hasta entonces monopolizado) en su provecho, y lo utilizaron para luchar contra aquellos que eran y son los principales impulsores del mismo; comenzaron a hablar de sociedad civil mundial, de manifestaciones a nivel supranacional, de movimientos globales, etc. Se empezaba a actuar en la escala de la realidad, es decir, aquella que abarca todos los territorios que forman el planeta.
Por todo ello podríamos decir que, frente a un proceso de globalización hegemónica de corte neoliberal e imperialista, se está configurando un movimiento global que aglutina a muchísimos movimientos de izquierda (sobretodo de la nueva izquierda, pero también de la vieja izquierda) en lucha contra un enemigo común.
Este nuevo frente de batalla podemos verlo simbolizado en el hecho de que frente a un Foro Económico Mundial que se celebra periódicamente en Davos (centro del sistema-mundo capitalista), se viene celebrando desde principios del siglo XXI y cada vez con mayor importancia y creciente afluencia un Foro Social Mundial con sede en países de la periferia del sistema-mundo (las primeras ediciones tuvieron lugar en Porto Alegre, la última hace apenas 2 semanas en Nairobi). Este Foro Social Mundial sirve de aglutinador de movimientos culturales, escritores, artistas, políticos y delegados de organizaciones, todos ellos críticos con el sistema neoliberal y con el proceso de globalización liderado por Estados Unidos.
Si entendemos la globalización (hegemónica) como un proceso de transnacionalización de los flujos sociales impulsado políticamente, requerido económicamente y posibilitado tecnológicamente en un momento de hegemonía norteamericana (representado en el Foro Económico Mundial de Davos), el Foro Social Mundial pretende reunir a personas, organizaciones y movimientos sociales dispuestos a impulsar una globalización contra-hegemónica. Reúne por tanto a movimientos sociales en base a un objetivo común: la lucha contra los males sociales derivados del neoliberalismo en su máxima expresión: la globalizada. Todo ello bajo un halo de respeto entre los diferentes movimientos sociales que participan en el Foro Social Mundial.
Por otra parte, el Foro Social Mundial ha recibido algunas críticas procedentes de movimientos de la vieja izquierda que le recriminan el hecho de no contar con un programa concreto de actuación en los próximos años. Sin embargo, muchos son los que opinan que la elaboración de dicho programa supondría un riesgo capaz de dividir y de dar al traste con la unidad y la armonía que impera actualmente en el Foro Social Mundial.
Pese a ello y sin embargo, este dilema nos sirve para darnos cuenta de que la historia no ha terminado. Nos pone de relieve que nos encontramos en un proceso del cual nadie sabe cuál va a ser el resultado final. Por ello tal vez nos encontramos precisamente en el momento histórico en que se da un mayor debate en todos los ámbitos, como nunca nadie lo había vivido, pues se trata de un debate que ya no se limita a un marco local, regional o nacional, sino que aspira a cambiar un sistema entero en base a la certeza de que Otro mundo es posible.
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