Salir a la calle. Hinchar los pulmones con el aire fresco. Recorrer las calles, parques y plazas. Montarse en un autobús o bajar al metro. No hay mejor receta para huir del subjetivismo y abrir los ojos a la realidad social. El mejor espejo de una sociedad son esos espacios comunes, expresión de la realidad individual.
Cada día, en el metro vemos las mismas caras. Caras de agotamiento, caras de tristeza, de apatía en el mejor de los casos. 2 son los momentos cumbre de la jornada: la primera hora y la última. En tales momentos el silencio campa entre los vagones del metro, las miradas furtivas de aquellos que todavía tienen los ojos abiertos y no se han rendido, buscan unos ojos amigos.
Pero tampoco hace falta bajar al metro; en el ascensor de mi edificio un vecino denuncia el despido de un compañero a causa de un retraso de 4 minutos sobre su hora de llegada al trabajo. Sus ojos expresan mucho más que su boca: hablan de injusticia, de rabia contenida, de miedo paralizador, de cómo se pierden valores que tanta sangre costó conseguir a tanta gente, de desesperación, de sumisión, de servidumbre. Mientras, otro vecino escucha y observa los aspavientos del primero en un lugar tan pequeño como un ascensor, pero también uno de los poquísimos lugares en que comparten algo las personas que viven en un edificio.
¿Y en el interior de las casa? En sus casas, la gente se queja en privado, casi a escondidas. De la subida del precio de alimentos básicos, del escándalo urbanístico en Madrid como en tantos puntos de España, del continuo despilfarro de energía (con tanta lucecita navideña), de recursos, de papel, de plásticos, de cartones, del afán de acumulación (acumular cosas, aunque sea mierda) sin límites (aunque tengas un minipiso en que no te quepa nada más), del mal hacer de los políticos, del no-hacer de la sociedad acomodada en su holgazanería. Y sin embargo estas personas no hablan en público, no se organizan, no se comunican, no se moviliza… no se le oye, no sale en la tele…. Parece que no existiera. ¿Será una especie más en extinción? ¿Habitará sólo en Francia, no ya una actitud movilizadota, sino un sentido de autocrítica y de no-satisfacción con lo que hay (lo real no agota lo posible)? Seguro que no, pero lo que se ve en la calle de este país no invita al optimismo. Lo que sale por la tele es auténtica basura, que no sirve más que como extintor de las actitudes reivindicativas, propaganda para grupos económicos, o excusa para quedarse en el sofá sin hacer nada.
Parece que se ha implantado un código de conducta social que premia la sumisión, la servidumbre y la aceptación resignada de lo que nos viene dado, mientras castiga y estigmatiza todo aquello que sea crítico, librepensador y cuestionador de la realidad. No hay más que ver las etiquetas que ostentan algunos sectores sociales y profesionales: actores, escritores, filósofos…Todos ellos debidamente marginados de la escena social y política (salvo los que han sido reformados y amansados y pueden salir por la tele o pasearse por alfombras rojas de tal o cual festival). Quizá sean estos los mejores estandartes de una sociedad hipócrita. Los actores somos todos. Todo el mundo miente. Todo el mundo se queja de esto y de lo otro, pero cuando llegan a casa, la mayoría se olvida de reivindicar nada y prefiere ver el Gran Hermano o el Tomate. Muy pocos son los que se mantienen íntegros, capaces de decir no a la servidumbre, capaces de dejar de ser putos actores hipócritas.
Cada día, en el metro vemos las mismas caras. Caras de agotamiento, caras de tristeza, de apatía en el mejor de los casos. 2 son los momentos cumbre de la jornada: la primera hora y la última. En tales momentos el silencio campa entre los vagones del metro, las miradas furtivas de aquellos que todavía tienen los ojos abiertos y no se han rendido, buscan unos ojos amigos.
Pero tampoco hace falta bajar al metro; en el ascensor de mi edificio un vecino denuncia el despido de un compañero a causa de un retraso de 4 minutos sobre su hora de llegada al trabajo. Sus ojos expresan mucho más que su boca: hablan de injusticia, de rabia contenida, de miedo paralizador, de cómo se pierden valores que tanta sangre costó conseguir a tanta gente, de desesperación, de sumisión, de servidumbre. Mientras, otro vecino escucha y observa los aspavientos del primero en un lugar tan pequeño como un ascensor, pero también uno de los poquísimos lugares en que comparten algo las personas que viven en un edificio.
¿Y en el interior de las casa? En sus casas, la gente se queja en privado, casi a escondidas. De la subida del precio de alimentos básicos, del escándalo urbanístico en Madrid como en tantos puntos de España, del continuo despilfarro de energía (con tanta lucecita navideña), de recursos, de papel, de plásticos, de cartones, del afán de acumulación (acumular cosas, aunque sea mierda) sin límites (aunque tengas un minipiso en que no te quepa nada más), del mal hacer de los políticos, del no-hacer de la sociedad acomodada en su holgazanería. Y sin embargo estas personas no hablan en público, no se organizan, no se comunican, no se moviliza… no se le oye, no sale en la tele…. Parece que no existiera. ¿Será una especie más en extinción? ¿Habitará sólo en Francia, no ya una actitud movilizadota, sino un sentido de autocrítica y de no-satisfacción con lo que hay (lo real no agota lo posible)? Seguro que no, pero lo que se ve en la calle de este país no invita al optimismo. Lo que sale por la tele es auténtica basura, que no sirve más que como extintor de las actitudes reivindicativas, propaganda para grupos económicos, o excusa para quedarse en el sofá sin hacer nada.
Parece que se ha implantado un código de conducta social que premia la sumisión, la servidumbre y la aceptación resignada de lo que nos viene dado, mientras castiga y estigmatiza todo aquello que sea crítico, librepensador y cuestionador de la realidad. No hay más que ver las etiquetas que ostentan algunos sectores sociales y profesionales: actores, escritores, filósofos…Todos ellos debidamente marginados de la escena social y política (salvo los que han sido reformados y amansados y pueden salir por la tele o pasearse por alfombras rojas de tal o cual festival). Quizá sean estos los mejores estandartes de una sociedad hipócrita. Los actores somos todos. Todo el mundo miente. Todo el mundo se queja de esto y de lo otro, pero cuando llegan a casa, la mayoría se olvida de reivindicar nada y prefiere ver el Gran Hermano o el Tomate. Muy pocos son los que se mantienen íntegros, capaces de decir no a la servidumbre, capaces de dejar de ser putos actores hipócritas.
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