"De qué sirve toda una vida de lucha política si nos tenemos que arrodillar ante las urnas en nombre del voto útil." Luís García Montero
En la noche del lunes 25 de febrero se retomó un viejo hábito de la época democrática española: el debate electoral. Todo, o casi todo en los medios de comunicación han sido aplausos y alabanzas hacia la celebración del mismo. Pero, ¿realmente se puede hablar de debate ante un acto en el cual todo lo que ocurre está previsto, los temas a tratar pactados, y los intervinientes están limitados a dos partidos prácticamente iguales, obviando y aislando a otras opciones como la de Izquierda Unida?
El debate del lunes fue en general aburrido, en ocasiones bronco y absolutamente superficial. Temas como la relación Iglesia- Estado ni siquiera se mencionaron. Qué decir de la forma de Estado, tema tabú se espera que todavía por algunos años más. Se habló de la noble decisión de retirar tropas de Irak y Zapatero autocalificó a España como un país de paz, pese a que seguimos formando parte de la OTAN y somos uno de los principales exportadores de armas.
Pero si analizamos los temas que sí se trataron, constatamos una señal más de la enorme falsedad que el llamado debate supone: el fondo importa poco o nada, todo queda en la forma y en esperar a ver quién se equivoca menos y quién es el vencedor del debate. ¿Qué importa quién ganó el debate si no se hizo ni una sola propuesta de futuro, y los temas tratados lo fueron abstracta y superficialmente? La alusión a la inmigración rozó la xenofobia, la política fiscal ni se tocó (ya se sabe que ambos partidos son idénticos en este ámbito), el terrorismo volvió a ser utilizado como arma arrojadiza sobre uno y otro, en vivienda ninguno de los dos propuso ninguna medida que ataque el problema de raíz, de política social mejor ni hablamos…
Pero lo interesante aquí no es entrar a valorar quién trató mejor uno u otro tema, ni quién ganó, ni quién no sabe qué es un bonobús. Si lo hiciéramos daríamos por válido el debate y las reglas en que se llevó a término. Lo relevante es: por un lado, el repugnante pacto de los dos partidos mayoritarios para censurar a IU e impedir un debate a tres bandas, tratando una vez más de instaurar de facto un sistema bipartidista en España, amparados por una ley electoral injusta de la que PP y PSOE no son los únicos beneficiados, e IU es el principal damnificado.
En la noche del lunes 25 de febrero se retomó un viejo hábito de la época democrática española: el debate electoral. Todo, o casi todo en los medios de comunicación han sido aplausos y alabanzas hacia la celebración del mismo. Pero, ¿realmente se puede hablar de debate ante un acto en el cual todo lo que ocurre está previsto, los temas a tratar pactados, y los intervinientes están limitados a dos partidos prácticamente iguales, obviando y aislando a otras opciones como la de Izquierda Unida?
El debate del lunes fue en general aburrido, en ocasiones bronco y absolutamente superficial. Temas como la relación Iglesia- Estado ni siquiera se mencionaron. Qué decir de la forma de Estado, tema tabú se espera que todavía por algunos años más. Se habló de la noble decisión de retirar tropas de Irak y Zapatero autocalificó a España como un país de paz, pese a que seguimos formando parte de la OTAN y somos uno de los principales exportadores de armas.
Pero si analizamos los temas que sí se trataron, constatamos una señal más de la enorme falsedad que el llamado debate supone: el fondo importa poco o nada, todo queda en la forma y en esperar a ver quién se equivoca menos y quién es el vencedor del debate. ¿Qué importa quién ganó el debate si no se hizo ni una sola propuesta de futuro, y los temas tratados lo fueron abstracta y superficialmente? La alusión a la inmigración rozó la xenofobia, la política fiscal ni se tocó (ya se sabe que ambos partidos son idénticos en este ámbito), el terrorismo volvió a ser utilizado como arma arrojadiza sobre uno y otro, en vivienda ninguno de los dos propuso ninguna medida que ataque el problema de raíz, de política social mejor ni hablamos…
Pero lo interesante aquí no es entrar a valorar quién trató mejor uno u otro tema, ni quién ganó, ni quién no sabe qué es un bonobús. Si lo hiciéramos daríamos por válido el debate y las reglas en que se llevó a término. Lo relevante es: por un lado, el repugnante pacto de los dos partidos mayoritarios para censurar a IU e impedir un debate a tres bandas, tratando una vez más de instaurar de facto un sistema bipartidista en España, amparados por una ley electoral injusta de la que PP y PSOE no son los únicos beneficiados, e IU es el principal damnificado.
Por otro lado, el hecho de que lo único que se deja a la improvisación es el posible surgimiento de broncas o discusiones superficiales, pero siempre bajo el límite estudiado y pactado hasta el último detalle. Por lo tanto, más que un debate, lo que se vio por televisión fue la puesta en escena de un guión escrito a dos bandas con el objetivo de no destrozarse mutuamente, sino de dejar las cosas tal como estaban. Prueba de ello es que con seguridad la práctica totalidad de los votantes indecisos antes del debate, lo siguieran estando tras el mismo. Cada candidato barrió para su lado, y basó su discurso en aquello que los suyos querían oír (como ejemplo, Rajoy con el tema educativo exigió esfuerzo, mérito y autoridad del profesorado, y Zapatero con el tema del terrorismo siguió haciéndose la víctima frente a los desvergonzados ataques de Rajoy) y no tocó temas que podrían movilizar a otros, como por ejemplo, la relación Iglesia – Estado.
Por lo tanto, debemos ser cuidadosos a la hora de hablar de debate. Muchos son los que afirman que más vale lo del lunes que nada. Pero es que llevamos mucho tiempo conformándonos con males menores, ya sea en relación a debates, ya sea a la hora de votar en nombre del sagrado voto útil.
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