lunes, 25 de febrero de 2008

Democracia registradora

Alberto Olmos
Diario Público

Los Estados Unidos, cada vez que terminar de aniquilar un país, comunican si intención de implantar en él la democracia; es decir, de abrir franquicias de McDonalds. La democracia no es, como dijo Churchill, el menos malo de los sistemas políticos, sino, como dirían en Torre Picasso, un modelo de negocio.

Yo no voy a votar el 9 de marzo y el principal motivo de mi absentismo no es la pereza de elegir entre varios placebos ideológicos, sino, curiosamente, que me paso el día votando. Votando de verdad; o sea, comprando cosas. Es incierto y populista afirmar que las elecciones son la fiesta de la democracia, y que los demócratas estamos llamados a las urnas. En el imaginario colectivo el concepto de democracia se asocia a un país donde uno puede consumir masivamente, y nunca a uno en el que se pueda votar. Votar al PSOE es irrelevante ante el dato de que ese mismo votante socialista habrá visitado El Corte Inglés cuatrocientas veces entre voto y voto, y que esas visitas transaccionales han influido más en el sistema que el entierro de una papeleta en el panteón electoral. Sin embargo, los medios no llaman nunca la atención sobre este hecho: que el consumo es el poder, mientras que ante unas en verdad intrascendentes elecciones generales tiran la rotativa por la ventana para hacernos sentir mal si el asunto nos importa un bledo, porque el verdadero motivo de que se vote los domingos es que las tiendas están cerradas.

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