Joder, llevo varios días sin escribir nada, y eso que no paro de escurrirme el seso. Se supone que para aquellos que gustan de darle a la tecla, cualquier excusa puede ser buena para ponerse a ello. Sin embargo, ocurre que en este país en el que he ido a dar con mis huesos este año (Reino Unido para los que no están al tanto), ocurren tan poquísimas cosas dignas de atención, que uno se va quedando seco, poco a poco, como el lecho del Júcar en verano.
Tanto es así que me he propuesto escribir, al menos sobre lo que veo aquí, en Brighton, Condado de East Sussex, pueblo de Falmer. Y lo que se ve aquí, contrariamente a lo que se cree desde España, no es un país lluvioso en el que miles de gentleman(es) se pasean sonrientes por las calles, enseñando dientes perfectos con sombrero, pajarita y zapatitos de charol. Aquí, señores, en la Gran Albión, no hay nada que merezca la envidia, no sólo de España, sino de un buen puñado de países.
Como todo el que me conoce sabe, no soy muy dado a lanzar alabanzas públicas a lo que tenemos en nuestra hispánica patria, ni creo que lo vaya a hacer todavía (aunque lo cierto es que uno empieza a echar de menos al abuelo de Villamayor de Calatraba (Ciudad Real) lanzando pestes sobre tal o cual político de pacotilla, o simplemente cagándose en la puta madre de su vecino de al lado porque es del Barcelona). Lo que sí haré, aunque tampoco sea santo de mi devoción, será poner a parir, aunque sólo sea un poquito, a este país que me acoge.
El caso es que en los dos meses escasos que llevo aquí, me he topado con una expresión sorprendente para la que cabría esperar de una nación que se supone marcha en el grupo de cabeza en la caravana mundial: decepción. Y es que este país, cuna de Shakespeare, de Smith, de Churchill, de "Sor" Thatcher, etc. me ha estampado en la cara la más alta sensación de decadencia moral. Con honrosas excepciones, me he encontrado con caras largas y miraditas por encima del hombro, cuando no risas, cuando no he sido capaz de entender a algún/a inglés/a, incapaces de comprender que hay vida más allá de Plymouth y que, mal que les pese, hay una gran proporción del mundo que habla idiomas que no son el suyo. Y es que si en España se dice que no sabemos tratar a los extranjeros más que repitiéndoles a gritos lo que decimos, aquí el deporte nacional es la prepotencia y arrogancia frente a los extraños.
Así pues, con la cara de tonto que se le queda a uno cuando esperaba encontrarse un Lamborgini Diablo y le regalan un Ford Fiesta del ‘93, he resuelto resignarme a observar a los autóctonos de aquí, pasando lo más desapercibido posible, por mi propio bien. Y ahí, cuando se toma una cierta distancia, es cuando uno puede apreciar las cosas con mejor detalle y correcta frialdad. Y se da cuenta de que está ante una sociedad perdida, sin ideales intelectuales ni morales. Se trata de una pantomima artificial, en la que hasta que se mete el sol todo el mundo sigue el rollo de la corrección en las formas, pero ojito cuando se viene la noche! La plebe es capaz de beber todos los días a partir de las 4 (cuando se mete el sol, aunque podría ser peor y empezar en el almuerzo) y estar tirada por el suelo, siendo arrastrada por varios de sus colegas, también ebrios (por aquello de mantener las costumbres sociales, claro) a las 8 de la tarde. En fin, cualquiera lo diría cuando los observa en las clases o en sus trabajos con cara de ángel y hablando en una maldita suerte de susurro que a los no autóctonos nos hace imposible llegar a entender una palabra (y sabemos que pueden gritar porque lo hacen, eso sí, cuando se oculta el sol).
En otra ocasión, dado que ahora me enrollaría demasiado y no viene al caso, me dedicaré a loar las ventajas del sistema educativo español frente al inglés, ¡quién me lo iba a decir!
En fin, que a uno le ha pillado cabreado el despertar, y se ha puesto a aporrear el teclado preguntando al aire si esto que todo el mundo pone por los aires, y que se supone que mucha gente toma como modelo para su propio país, es realmente digno de ostentar un escaño en el club de los amos del mundo (véase G8, G20, etc.). Porque, desde luego, si esto es a lo máximo que puede aspirar la humanidad me parece que me tendré que exiliar a algún remoto territorio donde todavía quede gente de verdad, como el viejo de Villamayor de Calatrava.
Mientras medito acerca de mi futuro destino, voy a ponerme en marcha antes de que se meta el Sol, por lo que pueda pasar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario