Ya caminando con pies del mundo,
preguntaría dónde están los ríos de pasión de los compañeros.
Corren, queman qué mar, los pobrecitos han muerto solamente.
El tiempo se trepó a sus hombros para andar.
Ellos cargaron vientos, furias, historia,
Abiertos eran a la aventura del amor más grande,
Sin olvidar el propio amor, ni el amor propio,
orgullo o dignidad, según.
No fueron dioses,
sino hombres y mujeres que necesitaban comer pan, orinar, vivir,
hacer hijos en medio de la noche física
y de la otra noche.
No fueron perfectos, ni mucho menos.
La mayoría ignoraba las leyes del materialismo dialéctico,
no habían leído el Capital, tartamudeaban en economía.
Pero qué luz caía de sus frentes, sudadas, rojas, arrugadas…
Pensando siempre cómo combatir al enemigo, cómo ayudar…
Qué aire los envolvía.
Esa gracia no terminó con la muerte, esa gracia única.
Alrededores de la conciencia del sentir, del sufrir,
no solamente de uno, sino del dolor de muchos,
Ese pájaro raro cantando en mitad del alma,
alitas que se agitan en la oscuridad,
trayendo los afueras adentro.
Esas sangres como incandescencias,
maravillas del otro como extensión del alma,
Corriendo hacia el mar, con luz, tan otras…
Gracias compañeros.
Juan Gelman
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