Ignacio Escolar
Antes de escandalizarse por los resultados del informe PISA y sentenciar con voz grave una nueva catástrofe nacional, conviene leer los trabajos del catedrático de Sociología de la Complutense Julio Carabaña, uno de los expertos que más sabe sobre este examen mundial a la educación. No se lo van a creer, pero Carabaña es optimista. Contra la opinión establecida, defiende que PISA no nos deja tan mal. “No es que vayamos a la cabeza de los países desarrollados, pero los informes sí demuestran que España se encuentra entre los países desarrollados”, afirma Carabaña. “La proximidad entre países es tan grande que el orden carece de importancia, se parece a la llegada en pelotón en una carrera ciclista”, defiende el sociólogo. “Los alumnos españoles no van a la cola, sino en el grueso del pelotón”.
Cuando se discute sobre educación, y más si el debate se simplifica con los resultados del informe PISA a modo de estadística deportiva, es casi inevitable escuchar tópicos por doquier. Uno de ellos, que la educación en España va mal porque se invierte poco, lo cual es falso. Desde los 70, el gasto por cada alumno español se ha cuadruplicado, y no por ello la educación es cuatro veces mejor; a partir de cierto nivel, el aumento en el presupuesto apenas influye. Otro más: que el éxito o el fracaso de los alumnos es culpa de los planes de estudio; también es falso, por mucho que se hayan demonizado reformas como la LOGSE o la LOE. Si PISA demuestra algo es que no hay una receta mágica. Lo que más influye en PISA –una tercera parte del resultado– es el nivel socioeconómico de las familias. Y para mejorar eso, la clave es “promover una distribución de la renta regional y personal más equitativa”, como manda uno de esos artículos olvidados de nuestra tan homenajeada como ignorada Constitución.
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