Ignacio Escolar
Tengo 35 años y podría ser peor. Podría tener 25, ó 20, y así entrar de cabeza en esa generación estafada a la que le han cambiado el derecho a una vivienda digna y un empleo estable por la Playstation III. Nos dieron gato por liebre, hiperespacio a cambio de espacio, y por eso no me extraña que la ley Sinde enfade más a los jóvenes que el recorte de las pensiones o la reforma laboral. Hemos asumido nuestro destino, hemos aceptado nuestro lugar.
En toda Europa, de norte a sur, se repite que los jóvenes de hoy pasarán a la historia como la primera generación que vivirá peor que la de sus padres desde la II Guerra Mundial. En Europea es un drama; en España es una tragedia nacional. ¿Mileuristas? Más quisieran. El 43% de los menores de 25 años en España ni trabaja ni estudia. Ni tiene nada ni aspira a nada. La nada de nada, la mierda al cuadrado, es el presente y el futuro para cuatro de cada diez.
Me van a perdonar que no celebre el exitoso consenso nacional pero, francamente, no tengo humor para brindar. Miro la mesa de aquellos que han pactado elevar poco a poco la jubilación a los 67 y ni uno solo de ellos, por edad, tendrá que trabajar tres años y medio más para retirarse a los 65 con toda su pensión. Pero no culpo a los sindicatos, podría haber sido mucho peor. Es preferible el acuerdo al decretazo; es bastante mejor también lo que han pactado que la propuesta inicial del Gobierno. En este país resignado y asustado, es dudoso que los sindicatos tuviesen margen para más. Pero perd er por menos nunca es una victoria. Por mucho que se adorne, el pacto no deja de ser un importante recorte en la cuantía y la duración de las pensiones que pagarán los de siempre, los más débiles: esa misma generación que mañana no podrá jubilarse y hoy no puede trabajar.
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