miércoles, 13 de junio de 2012

Caminantes.

En mil lugares fui absorbido mientras caminaba por ellos. En todos ellos fui partícipe de ese mágico intercambio merced al cual un trocito de nosotros se queda en cada sitio que pisamos y un trocito de cada sitio se mete para siempre en nosotros.

Paseé por las noches de la madrileña Plaza del 2 de Mayo. Leí un libro sentado en un banco de la Plaza Mayor de Murcia, rodeado de azahar de naranjos. Me emborraché en las noches del Pepa a Loba de Santiago. Amé a orillas del Mediterráneo. Toqué el cielo en los acantilados de Irlanda. Fui estafado junto al Louvre. Me acojoné con las explosiones en el metro de Londres. Me perdí en Hungría. Desperté en Sevilla. Dormí en la Garganta del Todra. Me enamoré en tus noches... Podría hacer un atlas describiendo sólo los olores de cada lugar en que habité.

Ahora que ya nadie nos saluda desde los balcones de nuestras moradas pasadas, que nadie espera en casa el regreso de nuestros exhaustos cuerpos y que el recuerdo no ríe conmigo, parece que sólo queda pasear por esos lugares vacíos, antaño poblados por personas reales y hoy sólo transitados por fantasmas del pasado que me recuerdan que echo de menos algo, quizás mi otra mitad.

Porque a veces, cuando tropezamos presas del miedo, nos vemos obligados a regresar a lugares pretéritos para recoger aquellos trozos de nuestros yo pasados, unirlos y tratar de construir nuestro yo presente y futuro. Porque se mira hacia atrás, pero se sueña hacia adelante.

El viaje no se detiene, somos eternos caminantes.

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