viernes, 15 de junio de 2012

Quizás.

Apresúrate, coge mi mano, apriétame el alma antes de que se me congele.

Hoy me levanté despacio, no tenía prisa por echarte de menos. Me incorporé, tembloroso, buscando a tientas las zapatillas al pie de la cama. Las encontré enseguida; ya sólo estaban las mías.

Tras unos instantes deambulando por los pasillos vacíos, comencé a recordar amaneceres luminosos, desayunos de veranos pasados y viñetas de Forges encendiendo nuestra risa. Música de cámara que endulza mi recuerdo sorbo a sorbo. Eran otros tiempos.

Hoy, café y tostada bajo la luz blanca de este domingo gris que vacía de sentido las vidas de tanta gente, como un verano eterno, sin nada que hacer más que echarte de menos. Sólo los ecos de una discusión de vecinos y un perro que no deja de ladrar al otro lado de la calle me recuerdan que sigo vivo, que la vida continúa aunque te necesite y no te quedes conmigo.

En la cocina, el tic tac del reloj me ancla a la realidad. Huyo, corro, me exilio, salgo a la calle a recorrer los lugares en los que te amé. Los ecos lejanos de tu voz me hieren como agujas escondidas entre ráfagas de perfume de azahar. Y no las puedo esquivar. No sé aprender a vivir sin tí.

Me preguntó donde andarás. Me pregunto si algún día me necesitarás o si me olvidarás para siempre. Quizás ya tu casa no olerá jamás a jazmín, tiznada por la sombra de tu olvido. Las calles te verán con otros ojos, ya menos tiernos, y conocerás a otros hombres que dirán quererte pero sólo apuntalarán tus ruinas de mujer perdida.

Quizás entonces nuestro recuerdo habrá muerto, todo habrá terminado y estas líneas no servirán para nada, salvo para, dentro de muchos años, recordarte que me echas de menos. Quizás entonces nada tenga sentido y deba irme lejos, dispuesto a olvidar o morir. Quizás ya no alumbre este farol el camino de regreso y no haya vuelta atrás.

Quizás entonces ya haga demasiado frío para volver a amar.

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