Hoy, 6 de diciembre, es el día señalado para rendir honores a la Constitución española de 1978. Viendo en la televisión algunos detalles de los actos acaecidos en el Senado con motivo de la fiesta nacional, uno no podía evitar establecer ciertos símiles con el pasado. Así, en mi caso, al ver la parafernalia de alfombra roja, discursitos de autobombo y procesión de muecas sonrientes y actitudes de “aquí no pasa nada”, a mí me han venido a la cabeza imágenes del Antiguo Régimen, cuando los monarcas absolutos, con el fin de simbolizar su poder y convencer al vulgo de su origen divino, eran vestidos y adornados con todo tipo de artificios y ornamentos. Esa misma actitud pareciera que rigiese los actos del día de hoy; en un momento en que la Constitución de 1978 se ve más cuestionada que nunca, pareciera que hay que poner especial empeño en vestirla y acicalarla con todo tipo de abalorios para que el común ciudadano siga creyéndose el cuento que le comenzaron a contar hace casi 35 años.
La Carta Magna ha suscitado conocidas críticas desde su proclamación, relativas a cuestiones tanto de fondo como de forma. Sin embargo, en los últimos tiempos la oleada de comentarios y censuras vertidas hacia la falta de legitimidad de la Constitución, fomentada por la sistemática violación de gran parte de su articulado por altas figuras políticas y económicas, motivan que comience a extenderse en la sociedad el convencimiento de que España vive en un régimen agotado e ilegítimo de facto.
Las constituciones nacieron con un objetivo fundamental: defender a la ciudadanía del poder. Dicen que es en los momentos decisivos, en situaciones de tensión, cuando conocemos a las personas, porque les sale la esencia y se muestran transparentes y verdaderas. Con los sistemas políticos sucede algo parecido. Hoy, en plena crisis, con el sistema -a escala local, nacional e internacional- sometido a un estrés sin precedentes, vuelve a aparecer ante nosotros la esencia de la política: el poder y la forma en que se ejerce. Y vuelve a aparecer de forma clara ante nosotros la esencia de nuestro sistema político: el poder, que es ejercido por unos pocos sobre otros muchos.
La Constitución, parapeto que se otorgó -ojo al término, es importante, pues la ciudadanía la recibió como algo concedido, pero no como una victoria en una batalla en la que luchó; en España nunca se ha decapitado a un Rey ni el Partido Comunista ha entrado triunfante una vez conquistado el poder, sino que la Historia nacional muestra que por un lado hemos luchado por traer de vuelta a reyes que habían huido o abdicado y, por otro, que a los comunistas se les legalizó desde un despacho a modo de acto de caridad. Este tipo de tradiciones históricas podría explicar en parte por qué una proporción tan importante de la sociedad asiste al desmantelamiento de los derechos sociales y a la violación de Derechos Fundamentales contenidos en la Constitución sin salir a las calles a defenderlos como suyos- al pueblo como escudo frente a los poderosos, le está siendo sustraído de nuevo. El pueblo, privado de su armadura, se ve de nuevo como hace siglos lo vieron sus antepasados, desnudo y cada día más a merced de los poderes fácticos, políticos y económicos, quienes acuden, con los colmillos afilados, al banquete del retroceso histórico servido en bandeja por una clase política que ha traicionado –salvo gloriosas y dignas excepciones- a quienes decía defender y representar.
Hoy no puede ser un día de celebración; participar de la fiesta del día de la Constitución sería una asunción irónica y resignada de la ruina de un país y de un proyecto de Estado, y además serviría para contribuir con nuestra celebración a la prolongación de la sátira grotesca en que se ha convertido la escena política española. Hoy es necesariamente un día de expresión de rabia y de reivindicación de la dignidad de un pueblo que exige que le devuelvan lo que es suyo: la soberanía. Hoy más que nunca es el día de celebración del fin de un régimen corrupto e injusto vilipendiado y vigilado por élites políticas y económicas nacionales e internacionales. Hoy, es un día en el que los de abajo, que somos mayoría, debemos gritar al unísono: ¡abajo el régimen!
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