jueves, 7 de marzo de 2013

Al sur de la frontera.

Interesantísimo documental dirigido por Oliver Stone, en el que se trata de mostrar la complejidad que rige las relaciones entre Estados Unidos y diversos países latinoamericanos, largamente considerados el “patio trasero” de los primeros. Merece la pena verlo justo ahora, en plena resaca de acontecimientos en Venezuela.

Desde el punto de vista de la comunicación, en estos días de luto por la muerte de Hugo Chávez, cabe preguntarse por qué los medios internacionales dedican líneas, columnas, páginas y portadas a alguien que, según el discurso dominante en la mayoría de esos medios, no es más que un dictador populista y corrupto. Cabría preguntarse, como mínimo, por qué durante todos estos años se levantaba tanto revuelo, con los principales medios al galope, jugando a la contra con relación a cualquier suceso que aconteciera en torno a la figura del Presidente Chávez o a la República Bolivariana de Venezuela. Tal es el poder de los medios de comunicación que su desinformación (que no información), mil veces repetida, logra calar en amplios sectores sociales motivando una expansión de un clima de opinión determinado, servil a intereses económicos supranacionales, -que gran parte de la ciudadanía confunde asumiendo para sí, y repitiendo los discursos de los medios-. El ejemplo más claro en los últimos años se ve analizando la figura de Chávez y su repercusión: entre todos los claroscuros de su gestión, en los medios españoles se pone especial empeño en destacar los defectos –populismo, devaluación de la moneda, autoritarismo y sobre-personalización-, mientras que se esconden las virtudes –reducción del analfabetismo, extensión de la sanidad, misiones pedagógicas-, como fieles voceros del amo americano y las empresas multinacionales.

Sin embargo, aplicar a nuestro análisis un punto de vista político e histórico nos permite acercarnos con mayor lucidez la importancia de un personaje como Hugo Chávez. Chávez no era sólo un larguísimo programa en la televisión venezolana. Tampoco era tan sólo una retahíla de palabras malsonantes dirigidas contra George W. Bush en las Naciones Unidas. Hugo Chávez, pese a su histrionismo, no era tan sólo una modernización del rol populista típico latinoamericano de la segunda mitad de siglo en América Latina. Más ahora, que ha muerto y parece que nos falta algo, nos damos cuenta de que ese algo no serán solamente sus llamativas apariciones en los medios. Con sus características propias y peculiaridades, Chávez gozaba de un peso específico en el panorama nacional e internacional que ya quisieran para sí otros líderes mundiales abrazados por Washington. Hugo Chávez puede ser valorado a base de datos cuantitativos –altas tasas de delincuencia en Venezuela, alta inflación, enorme subida del Índice de Desarrollo Humano, descenso en el gasto militar-, pero también cualitativos –discursos, estrategias políticas, rol geopolítico mundial-. Sin embargo, más allá de los datos que podamos reunir en torno al fenómeno chavista, lo que hoy, tras la muerte del Presidente, podemos percibir es una sensación de carencia, de vacío, de algo que falta. Y es que con Chávez desaparece la primera gran alternativa al capitalismo y al discurso hegemónico que nació tras la caída de la URSS. La caída del Muro de Berlín dejó tocada a la izquierda mundial, huérfana de referentes y aliados, sin un mapa que seguir para construir una alternativa de pensamiento a la lógica americana. Ahí reside la enorme enjundia de la que goza el personaje de Hugo Chávez; supo plantear, en un entorno especialmente hostil como era América Latina en los 90, una alternativa al modelo neoliberal impulsado por Estados Unidos. Supo abrir el camino y plantar una semilla que más tarde seguirían otros líderes continentales, como Correa o Evo Morales, en lo que ha supuesto y todavía supone el más grande proceso de emancipación de un conjunto de Estados que habían estado, como el nuestro, bajo el mandato de entidades supranacionales e influencias externas –véase hoy España, maniatada por el FMI, Alemania y la Troika, deambulando sin rumbo al margen de la voluntad de sus ciudadanos- durante tantos decenios.

No cabe duda de que Chávez, pese a sus detractores, pasará a la Historia como un mito libertador de un pueblo. Un pueblo que, como dijo Bolívar, se despierta cada cien años y avanza arrojando luz al mundo. Chávez es hijo de ese pueblo luminoso, y así es como ha demostrado su valía, arrojándole luz y avanzando con él. Pero además su obra ha saltado las fronteras más allá de Venezuela y Latinoamérica, y ha servido asimismo de guía para el pensamiento progresista y emancipador mundial. Ahí radica su gran relevancia histórica, como una espoleta cognitiva que ha servido de faro, o cuando menos de despertador, para una izquierda mundial en estado de coma desde 1989. He ahí la razón que explica tanta controversia en torno a su figura, pues los amos del mundo, los que controlan la información que consume la mayoría de occidente, conocían el riesgo –para ellos- de que el discurso y el personaje bolivariano calaran más allá de los mares del sur. Ahora Venezuela se encuentra ante el difícil reto de transformar el híper liderazgo de Chávez en un proceso que permita una mayor participación popular y distribuya el poder, como única vía para que la revolución bolivariana no desaparezca con su mentor y pueda seguir sirviendo de referente real. A nosotros, como compañeros de batalla, nos queda el deber de coger el testigo de la lucha y tratar de avanzar en los horizontes y metas por Chávez iluminados y explorados.

Que la tierra le sea leve.

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