Con una pena de muerte cargo desde hace tiempo en la memoria.
Recuerdos de todos los momentos vividos que ya pasaron,
recuerdos de todas las personas que pasaron y ya no están,
negros nubarrones de guerra persiguen mis pasos hacia otra historia.
Termino el café de esta mañana de lunes y observo a través de la ventana,
me ato al mástil de proa intentando mirar al frente y calmar el vértigo, pero nada.
Maldigo al tiempo que no se detuvo mientras nos íbamos despacio hacia las rocas,
recuerdo de repente cómo vigilaba tu sonrisa, tan cálida, tan fría, tan equívoca.
Ya está, ya lo he dicho, me vuelvo a mi yo-robot, automático, eficaz,
a comenzar otra semana de invierno gris en la inmensa urbe solitaria.
Confieso que es el lugar perfecto para perderme, olvidar aquella ¿verdad?
que día tras día me repetía: querer perderte(me) porque estás perdida.
Las tardes de domingo me acuesto despacio entre tus manos,
que ya no son tus manos, ni las mías,
que ya son sólo recuerdos del pasado,
son sólo unos versos sueltos en mi memoria.