Taché algunos días del calendario,
aquellos en que nos hicimos daño,
y quedaron tres, ya ves,
¿Y ahora qué?
Si, soy consciente de que nos lastimamos; de que no acertamos a alcanzar ningún paraíso cuando pudimos hacerlo; que no abrazamos la gloria cuando no sabíamos que los sueños eran de cristal; cuando todavía éramos vírgenes de desamor, de soledad, de rencores, de inviernos en vela. La inocencia se quebró y hoy somos dos cuerpos cansados a sendos lados de una alambrada.
Y si, duele no saber dónde andará esa parte de mí tan tuya, ¿qué habrá pasado con esa parte mía que te llevaste? Hoy sólo veo la parte tuya que me quedé. De hecho, reconozco que en ocasiones nos miramos a los ojos durante horas. La percibo tan fría, tan sola, tan retro. Como una vieja película VHS atascada en un fotograma que caza al personaje con una mueca extraña.
El resultado del viaje es incierto. En el baile de sombras en el que hoy jugamos nos intuimos a duras penas. Nuestros cuerpos portan ya diferentes personas que cuando éramos jóvenes. Nuestros espejos apenas aciertan a reflejar esbozos que insinúan lo que un día fuimos.
Taché algunos días del calendario,
aquellos en que nos hicimos daño
y quedaron tres, ya ves,
¿Y ahora qué?
¿Ahora qué? ¿Ahora todo eso da igual? -me pregunto a veces. Y si no lo da, ¿qué más da? ¿Acaso es posible recuperar algo como quien rescata archivos en un disco duro averiado? ¿Es posible cesar el vómito de dolor y avivar una llama sobre estas brasas mortecinas? ¿Se puede construir algo nuevo desde tus labios como construyo patria desde mi partido? No lo sé. Quizás todavía prefiero ser dueño de un silencio impostado que esclavo de unas palabras con vida propia.
Y sí, hay días que tienen un minuto en el que disfruto echándote de menos. Y a veces me hago todas las preguntas que acabo de soltar. ¿Dónde estás? ¿Dónde estamos?
Pero son preguntas retóricas; las digo en voz baja. Son preguntas recurrentes, pero casi mudas. Casi mudas, pero recurrentes. Como mi recuerdo en ti, como el tuyo en mí.