Alberto Olmos
Diario Público
Héctor y Laura van en dirección contraria. No conducen un coche, conducen sus vidas. La diferencia entre un coche y una vida es clara: el volante del primero es redondo, con claxon y varios mandos; la segunda no tiene volante.
Héctor y Laura, amigos míos, decidieron un día dejar su trabajo de asistentes sociales y volar a México. ¿Por qué México? ¿Por la equis, por el tequila, porque sí? La respuesta correcta es siempre la más corta. Porque sí. En la película El abrazo partido, el protagonista justifica el abandono de su novia con esta frase: "Ella era como un tunel que me llevaba a la muerte". Es decir, todo resultaba previsible. Matrimonio, hijos, trabajo, hipoteca; la tele haciendo guardia; cambiar las cortinas. Mis amigos abandonaron el túnel de lo anticipable, y lo hicieron porque se sentía demasiado jóvenes para saberse su vida de memoria, hacia delante y hacia detrás. Así, sin más gancho en México que un amigo que los metió en una asociación de niños marginados, la pareja cogió sus cosas y se largó, dejándonos con todos los consejos adultos fuera de cobertura.
Les admiro. Cuando, diariamente, sólo asistimos al festival de la ambición, del aposentamiento grosero en la parte más mullida de la sociedad, me recrea el corazón ver partir hacia lo nuevo a dos personas que han dado un volantazo a sus vidas.
¿No hemos dicho que la vida no tiene volante? La de algunos, no.
Héctor y Laura, amigos míos, decidieron un día dejar su trabajo de asistentes sociales y volar a México. ¿Por qué México? ¿Por la equis, por el tequila, porque sí? La respuesta correcta es siempre la más corta. Porque sí. En la película El abrazo partido, el protagonista justifica el abandono de su novia con esta frase: "Ella era como un tunel que me llevaba a la muerte". Es decir, todo resultaba previsible. Matrimonio, hijos, trabajo, hipoteca; la tele haciendo guardia; cambiar las cortinas. Mis amigos abandonaron el túnel de lo anticipable, y lo hicieron porque se sentía demasiado jóvenes para saberse su vida de memoria, hacia delante y hacia detrás. Así, sin más gancho en México que un amigo que los metió en una asociación de niños marginados, la pareja cogió sus cosas y se largó, dejándonos con todos los consejos adultos fuera de cobertura.
Les admiro. Cuando, diariamente, sólo asistimos al festival de la ambición, del aposentamiento grosero en la parte más mullida de la sociedad, me recrea el corazón ver partir hacia lo nuevo a dos personas que han dado un volantazo a sus vidas.
¿No hemos dicho que la vida no tiene volante? La de algunos, no.
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