sábado, 29 de noviembre de 2008

Las bombas perdidas de la Guerra Fría


Público

Durante la Guerra Fría, el Ejército de Estados Unidos sufrió decenas de accidentes a raíz de los cuales 11 bombas atómicas continúan en paradero desconocido. Según datos que hasta ahora habían sido secretos, hay que sumar una más a la lista.

Hace 40 años, un bombarderoB-52 cargado con cuatro bombas nucleares se estrelló cerca de la base militar de Thule, al noroeste de Groenlandia. Según la versión oficial, las cuatro cabezas nucleares fueron destruidas en la explosión.

El Ejército organizó un operativo que recogió más de 200.000 metros cúbicos de nieve, hielo y agua, posiblemente contaminados con material radiactivo.

Pero, según documentos desclasificados obtenidos por la BBC, una de las cabezas nucleares habría atravesado el hielo y fue a parar al fondo del mar, en donde permanece a día de hoy. “Aún existen muchos secretos nucleares de los que no sabemos nada”, señala Stephen Schwartz, experto en proliferación nuclear y autor de Atomic Audit, un libro sobre el programa nuclear estadounidense.

Durante años, expertos opuestos a la proliferación nuclear como Schwartz han recopilado los datos que el Pentágono y otras fuentes oficiales han ido desvelando con cuentagotas, para elaborar la lista con las 11 –o, ahora, tal vez 12– bombas perdidas.

Por ahora, la bomba número 12 aún no ha sido aceptada oficialmente. Un portavoz de la Fuerza Aérea estadounidense negó conocer los documentos obtenidos por la BBC y reafirmó la versión oficial del accidente. El portavoz tampoco quiso hacer comentarios sobre otros incidentes similares, conocidos en la jerga militar como broken arrow (flecha rota).

Todo comenzó tras la II Guerra Mundial, cuando el miedo a un ataque nuclear soviético llevó a EEUU a acumular un arsenal atómico sin precedentes. De 1958 a 1968, aviones estadounidenses armados con bombas atómicas permanecían en vuelo día y noche para responder a cualquier ofensiva de Moscú.

El famoso incidente de Palomares (Almería) en 1966, en el que un B-52 con cuatro bombas atómicas se estrelló en suelo español, fue el primer aviso del enorme riesgo de estas operaciones. Con la ayuda del régimen franquista, EEUU maquilló el escalofriante accidente y lo convirtió en una muestra de poder.

Pero todo cambió en 1968, cuando el accidente de Thule no pudo mantenerse en secreto y generó una ola de manifestaciones en Dinamarca. “Unos días después, la Administración Kennedy prohibió los vuelos atómicos”, recuerda Schwartz.

Seis proyectiles en EEUU

A esas alturas, la orgía atómica ya había dejado una huella imborrable a lo largo y ancho del planeta. En menos de cinco años, EEUU perdió seis proyectiles nucleares en su territorio. Otros cinco artefactos se extraviaron en lugares desconocidos del Océano Pacífico, el Atlántico y el mar Mediterráneo.

En algunos casos, las bombas perdidas no contenían carga nuclear; en otros, estaban completas y listas para ser detonadas. Aún hoy, muchos detalles sobre el contenido radiactivo de las bombas o sus restos sigue bajo secreto. “Es probable que en el futuro sepamos que algunos de estos accidentes fueron más peligrosos de lo que se pensaba”, opina Jaya Tiwari, que participó en un estudio sobre accidentes nucleares realizado por el Center for Defense Information, un think tank de Washington.

Los detalles de algunos accidentes no tienen desperdicio. En 1965, el portaaviones estadounidenseTiconderoga surcaba el Océano Pacífico cuando uno de sus aviones cayó al mar, con piloto y bomba atómica incluidos. El avión y su carga desaparecieron para siempre y el accidente se mantuvo en secreto.

Casi 25 años después, el Pentágono reconoció que el accidente se produjo cerca de Japón. La confesión tensó al máximo las relaciones entre EEUU y el país nipón, cuya ley prohíbe la introducción de armamento nuclear en su territorio. También se supo que el Ticonderoga regresaba de Vietnam cuando sufrió el accidente, lo que probó que EEUU movilizó material nuclear durante el largo conflicto contra el Vietcong.

En otras ocasiones, el misterio es total. En 1956, un bombardero B-47 cargado con dos bombas atómicas se esfumó para siempre mientras sobrevolaba el mar Mediterráneo. Aún hoy se ignora qué sucedió con la tripulación y su carga mortal. En EEUU, otras bombas atómicas se perdieron en Carolina del Norte y Georgia así como en la costa de New Jersey y el Estado de Washington.

Más de 40 años después, otro misterio sin resolver es el impacto medioambiental de estas bombas perdidas. La ausencia de datos fiables sobre su situación y el estado en el que se encuentran hace imposible conocer sus efectos. Muchos expertos argumentan que el riesgo que suponen estas bombas es mínimo. Otros no esconden su preocupación.

Cantidades “insignificantes”

“El nivel de radiación proveniente de estas bombas es indetectable”, señala Ken Groves, un experto en armas nucleares de la Health Physics Society que sirvió en la Marina durante 26 años. Groves señala que las bombas fueron diseñadas para resistir condiciones extremas, por lo que sólo dejarían escapar cantidades “insignificantes” de uranio y plutonio.

Otros expertos observan muchos más riesgos. “Estamos hablando de las sustancias más mortíferas del planeta,” advierte Joseph Mangano, director ejecutivo del Proyecto sobre Radiación y Salud Pública (RPHP, en sus siglas en inglés). Mangano, que estudia los efectos de la radiación en la salud, recuerda que, según los cálculos más conservadores, el uranio y el plutonio que contienen algunas bombas seguirán activos miles de años. Estos materiales pueden causar daños irreversibles en la fauna y flora marina.

Aunque su efecto exacto aún es una incógnita, debido a la escasez de estudios, otra posibilidad es que las sustancias radiactivas alcancen a los humanos a través de la cadena alimentaria. “Los riesgos hipotéticos para la salud son muy preocupantes”, resume Mangano.

En algunos casos, el Ejército ha argumentado que sacar las bombas del fondo marino es más peligroso que dejarlas tal y como están. Sin embargo, otros expertos en seguridad advierten de que las bombas sin dueño son un reclamo para grupos terroristas que podrían usar el material radiactivo en atentados.

La opinión pública estadounidense vive ajena al problema. Tras la disolución del bloque soviético, el terror colectivo ante un apocalipsis nuclear se disipó y la mayoría de los ciudadanos se olvidó del problema de golpe, según señala Jaya Tiwari.

El presidente electo estadounidense, Barack Obama, que se ha mostrado reacio a usar armas nucleares, podría rescatar las bombas perdidas del olvido, según opina Arjun Makhijani, un experto en física nuclear que ha sido asesor de la ONU. “Deberíamos debatir seriamente qué hacer con estas bombas. Este no es un problema trivial”, concluye el experto.

Nueve incidentes para 12 ‘flechas rotas’

10 de marzo de 1956

Un bombardero B-47, con dos cargas nucleares a bordo, desaparece en algún lugar del mar Mediterráneo. A pesar de la intensa búsqueda, nunca se hallan el avión, ni tampoco su tripulación ni su carga.

28 de julio de 1957
A raíz de una avería en dos motores, el piloto de un avión C-124 deja caer dos bombas nucleares en la costa de New Jersey. El avión pudo aterrizar a salvo en Atlantic City pero las bombas nunca se encontraron.

5 de febrero de 1958
Un B-47 con una bomba atómica choca con un caza en pleno vuelo. El bombardero deja caer el proyectil, que cae al mar cerca de Savannah (Georgia), con más de 100.000 habitantes. Nunca pudo ser encontrada.

25 de septiembre de 1959
Debido a una avería, un hidroavión P-5M deja caer una carga de profundidad sin cabeza nuclear cerca de la isla de Whidbey, en el Estado de Washington. El artefacto cayó a casi 3.000 metros de profundidad.

24 de enero de 1961
Un B-52 pierde parte de un ala en pleno vuelo. Dos bombas nucleares se precipitan al suelo. El Ejército nunca pudo encontrar los restos de la bomba, que cayó cerca de Goldsboro (30.000 habitantes).

4 de junio de1962
Un misil con cabeza nuclear es destruido durante unas pruebas y sus restos caen al mar cerca de la isla de Johnston, en el Océano Pacífico. La isla es un territorio administrado por EEUU.

5 de diciembre de 1965
Un caza A-4E con una bomba nuclear cae al mar desde el portaviones ‘Ticonderoga’ en aguas japonesas. El incidente causa una crisis con Japón y prueba que EEUU desplazó armas nucleares durante la Guerra de Vietnam.
21 de mayo de 1968
El submarino nuclear ‘Scorpion’ desaparece a unos 600 kilómetros al suroeste de las islas Azores. La nave y los dos torpedos con cabezas nucleares que transportaba nunca aparecieron.

21 de enero de 1968: la bomba número 12, la de la discordia
En enero de 1968, un B-52 con cuatro bombas atómicas a bordo sufre un incendio en la carlinga. Los pilotos intentan un aterrizaje de emergencia en la base militar de Thule, en Groenlandia. Pero la situación se les va de las manos y el avión se estrella causando una terrible explosión que esparce el contenido radiactivo de las bombas sobre el hielo. El Ejército monta un operativo con militares y civiles para limpiar la zona del accidente. Según documentos desclasificados, sólo se encontraron restos de tres cabezas nucleares. Un submarino estuvo buscando la cuarta bomba bajo el mar pero nunca apareció. Tras conocerse los nuevos datos sobre el accidente, uno de los diputados que representa a Groenlandia en el Parlamento danés reclamó un estudio sobre la salud de los habitantes. Las dudas sobre los posibles daños del accidente no son nuevas. Durante años, algunos trabajadores que participaron en las operaciones de limpieza se quejaron de problemas de salud e incluso llevaron su caso ante tribunales europeos.

viernes, 28 de noviembre de 2008

La caída de la URSS

En este vídeo, perteneciente a la película El Señor de la Guerra, se expone brevemente el proceso mediante el cual estalló el mercado del tráfico de armas tras la caida de la URSS.

Nostalgia del AK-47

ARTURO PÉREZ-REVERTE
Ayer estuve limpiando el Kalashnikov. No porque tenga intención de presentarme en algún despacho municipal, nacional, central o periférico, preguntar por los que mandan y decir hola, buenas, ratatatatá, repártanse estas bellotas. No siempre las ganas implican intención. El motivo de emplearme a fondo con el Tres en Uno y el paño de frotar es más pacífico y prosaico: lo limpio de vez en cuando, para que no se oxide.
No me gustan las armas de fuego. Lo mío son los sables. Pero el Kalashnikov es diferente. Durante dos décadas lo encontré por todas partes, como cualquier reportero de mi generación: Alfonso Rojo, Márquez y gente así. Era parte del paisaje. De modo que, una vez jubilado de la guerra y el pifostio, compré uno por aquello de la nostalgia, lo llevé a Picolandia para que lo legalizaran e inutilizaran, y en mi casa está, entre libros, apoyado en un rincón. Cuando me aburro lo monto y desmonto a oscuras, como me enseñó mi compadre Boldai Tesfamicael en Eritrea, año 77. Me río a solas, con los ojos cerrados y las piezas desparramadas sobre la alfombra, jugando con escopetas a mis años. Clic, clac. La verdad es que montarlo y desmontarlo a ciegas es como ir en bici: no se olvida, y todavía me sale de puta madre. Si un día agoto la inspiración novelesca, puedo ganarme la vida adiestrando a los de la ONCE. Que tomen nota, por si acaso. Tal como viene el futuro, quizás resulte útil.
El caso es que estaba limpiando el chisme. Y mientras admiraba su diseño siniestro, bellísimo de puro feo, me convencí una vez más de que el icono del siglo que hace ocho años dejamos atrás no es la cocacola, ni el Che, ni la foto del miliciano de Capa –chunga, aunque la juren auténtica–, ni la aspirina Bayer, ni el Guernica. El icono absoluto es el fusil de asalto Kalashnikov. En 1993 escribí aquí un artículo hablando de eso: de cómo esa arma barata y eficaz se convirtió en símbolo de libertad y de esperanza para los parias de la tierra; para quienes creían que sólo hay una forma de cambiar el mundo: pegándole fuego de punta a punta. En aquel tiempo, cuando estaba claro contra quién era preciso dispararlo, levantar en alto un AK-47 era alzar un desafío y una bandera.
Se hicieron muchas revoluciones cuerno de chivo en mano, y tuve el privilegio de presenciar algunas. Las vi nacer, ser aplastadas o terminar en victorias que casi siempre se convirtieron en patéticos números de circo, en rapiñas infames a cargo de antiguos héroes, reales o supuestos, que pronto demostraron ser tan sinvergüenzas como el enemigo, el dictador, el canalla que los había precedido en el palacio presidencial. Víctimas de ayer, verdugos de mañana. Lo de siempre. La tentación del poder y el dinero. La puerca condición humana. De ese modo, el siglo XX se llevó consigo la esperanza, dejándonos a algunos la melancólica certeza de que para ese triste viaje no se necesitaban alforjas cargadas de carne picada, bosques de tumbas, ríos de sangre y miseria. Y así, el Kalashnikov, arma de los pobres y los oprimidos, quedó como símbolo del mundo que pudo ser y no fue. De la revolución mil veces intentada y mil veces vencida, o imposible. De la dignidad y el coraje del hombre, siempre traicionados por el hombre. Del Gran Combate y la Gran Estafa.
Y ahora viene la paradoja. En este siglo XXI que empezó con torres gemelas cayéndose e infelices degollados ante cámaras caseras de vídeo, el Kalashnikov sigue presente como icono de la violencia y el crujir de un mundo que se tambalea: este Occidente viejo, egoísta y estúpido que, incapaz de leer el destino en su propia memoria, no advierte que los bárbaros llegaron hace rato, que las horas están contadas, que todas hieren, y que la última, mata. Pero esta vez, el fusil de asalto que sostuvo utopías y puso banda sonora a la historia de media centuria, la llave que pudo abrir puertas cerradas a la libertad y el progreso, ha pasado a otras manos. Lo llevaban hace quince años los carniceros serbios que llenaron los Balcanes de fosas comunes. Lo empuñan hoy los narcos, los gangsters eslavos, las tribus enloquecidas en surrealistas matanzas tribales africanas. Se retratan con él los fanáticos islámicos cuyo odio hemos alentado con nuestra estúpida arrogancia: los que pretenden reventar treinta siglos de cultura occidental echándole por encima a Sócrates, Plutarco, Shakespeare, Cervantes, Montaigne o Montesquieu el manto espeso, el velo negro de la reacción y la oscuridad. Los que irracionales, despiadados, hablan de justicia, de libertad y de futuro con la soga para atar homosexuales en una mano y la piedra para lapidar adúlteras en la otra; mientras nosotros, suicidas imbéciles, en nombre del qué dirán y el buen rollito, sonreímos ofreciéndoles el ojete.
Lástima de Kalashnikov, oigan. Quién lo ha visto. Quién lo ve.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Ojito con el Rey que "reina pero no gobierna"


Según informaciones aparecidas en los últimos días acerca de la posible compra de Repsol por la empresa rusa Lukoil, el Rey podría haber jugado un papel bastante lejano de lo que se entiende por imparcial. En operaciones como esta, donde hay dinero, y mucho, de por medio, especialmente si se trata de petróleo, la figura del Rey siempre ha cobrado especial importancia, ya desde que en los tiempos pretéritos (y tan bien ocultos) cuando se firmaron acuerdos en materia petrolífera entre nuestra Corona y varias monarquías árabes (por ejemplo, el Rey recibe una "módica" cantidad por cada barril de petróleo que entra en España). Para comprobarlo, no hay más que buscar en Google fotos del Rey con algún jeque árabe; nos saldrán multitud.

Estos días, periodicos como Público o La República, de los pocos que se saltan la superpretección a la Corona que reina (nunca mejor dicho) en todos los medios, han publicado noticias como esta:


El rey convence a Zapatero para que Lukoil compre el 30% de Repsol


El rey telefoneó el pasado jueves 20 de noviembre en seis ocasiones al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, para interceder a favor de la posible compra del 30% de Repsol por la petrolera rusa Lukoil.

Según confirmaron al diario Público varias fuentes próximas al Gobierno, las llamadas del rey influyeron en el cambio de postura del Ejecutivo sobre estas negociaciones, que Repsol y La Caixa confirmaron ese mismo día.

Las primeras conversaciones telefónicas entre el rey y Zapatero se produjeron en la mañana del jueves, poco después de que Miguel Sebastián, se mostrase contrario a esta operación. El ministro de Industria, el primer miembro del Ejecutivo que valoró la operación, aseguró sobre las nueve de la mañana del jueves que el Gobierno haría "todo lo posible para que Repsol siguiese siendo española".

Horas después tras hablar, entre otros, con el rey Zapatero corrigió esa primera postura y se mostró mucho menos crítico que Sebastián.

Según filtraron fuentes del Kremlin, las llamadas a Zapatero no han sido las únicas conversaciones telefónicas del rey sobre Lukoil. El primer ministro ruso, Vladimir Putin, llamó a Juan Carlos de Borbón hace unos días y, entre otros temas, abordaron la posible compra.

Y la pregunta lógica es: ¿qué intereses guarda Juan Carlos I en la empresa Lukoil? Pero es que otra pregunta necesaria, que surge incluso con más fuerza es: ¿Por qué un monarca que según la Constitución no tiene poderes (aunque esto es discutible), hace cambiar la postura del Gobierno de España?

Si atendemos a los comunicados oficiales de la Casa Real, la intriga no hace sino aumentar. Según Insurgente, dichos comunicados no han hecho sino contradecirse, lo cual nos hace volver a la pregunta sin respuesta: qué oculta la monarquía con respecto a Lukoil? ¿Es casualidad que Juan Carlos I fuera el primer Jefe de Estado en visitar al Presidente ruso Dimitri Medvedev desde que éste asumiera su cargo en mayo?

La respuesta no la sabemos por ahora, pero lo que si sabemos es la enorme falta de transparencia que nos restriegan por la cara cada dos por tres en relación a cualquier tema que esté relacionado con nuestra monarquía. ¿Es eso democracia? ¿Hasta cuándo este ocultismo?

domingo, 23 de noviembre de 2008

This is England? Primera aproximación al caos

Joder, llevo varios días sin escribir nada, y eso que no paro de escurrirme el seso. Se supone que para aquellos que gustan de darle a la tecla, cualquier excusa puede ser buena para ponerse a ello. Sin embargo, ocurre que en este país en el que he ido a dar con mis huesos este año (Reino Unido para los que no están al tanto), ocurren tan poquísimas cosas dignas de atención, que uno se va quedando seco, poco a poco, como el lecho del Júcar en verano.

Tanto es así que me he propuesto escribir, al menos sobre lo que veo aquí, en Brighton, Condado de East Sussex, pueblo de Falmer. Y lo que se ve aquí, contrariamente a lo que se cree desde España, no es un país lluvioso en el que miles de gentleman(es) se pasean sonrientes por las calles, enseñando dientes perfectos con sombrero, pajarita y zapatitos de charol. Aquí, señores, en la Gran Albión, no hay nada que merezca la envidia, no sólo de España, sino de un buen puñado de países.

Como todo el que me conoce sabe, no soy muy dado a lanzar alabanzas públicas a lo que tenemos en nuestra hispánica patria, ni creo que lo vaya a hacer todavía (aunque lo cierto es que uno empieza a echar de menos al abuelo de Villamayor de Calatraba (Ciudad Real) lanzando pestes sobre tal o cual político de pacotilla, o simplemente cagándose en la puta madre de su vecino de al lado porque es del Barcelona). Lo que sí haré, aunque tampoco sea santo de mi devoción, será poner a parir, aunque sólo sea un poquito, a este país que me acoge.

El caso es que en los dos meses escasos que llevo aquí, me he topado con una expresión sorprendente para la que cabría esperar de una nación que se supone marcha en el grupo de cabeza en la caravana mundial: decepción. Y es que este país, cuna de Shakespeare, de Smith, de Churchill, de "Sor" Thatcher, etc. me ha estampado en la cara la más alta sensación de decadencia moral. Con honrosas excepciones, me he encontrado con caras largas y miraditas por encima del hombro, cuando no risas, cuando no he sido capaz de entender a algún/a inglés/a, incapaces de comprender que hay vida más allá de Plymouth y que, mal que les pese, hay una gran proporción del mundo que habla idiomas que no son el suyo. Y es que si en España se dice que no sabemos tratar a los extranjeros más que repitiéndoles a gritos lo que decimos, aquí el deporte nacional es la prepotencia y arrogancia frente a los extraños.
Así pues, con la cara de tonto que se le queda a uno cuando esperaba encontrarse un Lamborgini Diablo y le regalan un Ford Fiesta del ‘93, he resuelto resignarme a observar a los autóctonos de aquí, pasando lo más desapercibido posible, por mi propio bien. Y ahí, cuando se toma una cierta distancia, es cuando uno puede apreciar las cosas con mejor detalle y correcta frialdad. Y se da cuenta de que está ante una sociedad perdida, sin ideales intelectuales ni morales. Se trata de una pantomima artificial, en la que hasta que se mete el sol todo el mundo sigue el rollo de la corrección en las formas, pero ojito cuando se viene la noche! La plebe es capaz de beber todos los días a partir de las 4 (cuando se mete el sol, aunque podría ser peor y empezar en el almuerzo) y estar tirada por el suelo, siendo arrastrada por varios de sus colegas, también ebrios (por aquello de mantener las costumbres sociales, claro) a las 8 de la tarde. En fin, cualquiera lo diría cuando los observa en las clases o en sus trabajos con cara de ángel y hablando en una maldita suerte de susurro que a los no autóctonos nos hace imposible llegar a entender una palabra (y sabemos que pueden gritar porque lo hacen, eso sí, cuando se oculta el sol).

En otra ocasión, dado que ahora me enrollaría demasiado y no viene al caso, me dedicaré a loar las ventajas del sistema educativo español frente al inglés, ¡quién me lo iba a decir!

En fin, que a uno le ha pillado cabreado el despertar, y se ha puesto a aporrear el teclado preguntando al aire si esto que todo el mundo pone por los aires, y que se supone que mucha gente toma como modelo para su propio país, es realmente digno de ostentar un escaño en el club de los amos del mundo (véase G8, G20, etc.). Porque, desde luego, si esto es a lo máximo que puede aspirar la humanidad me parece que me tendré que exiliar a algún remoto territorio donde todavía quede gente de verdad, como el viejo de Villamayor de Calatrava.

Mientras medito acerca de mi futuro destino, voy a ponerme en marcha antes de que se meta el Sol, por lo que pueda pasar.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Tengo...

Tengo ronca el alma de quererte
en esta soledad llena que me ahoga;
tengo los ojos llenos de luz de imaginarte
y tengo los ojos ciegos de no verte;
tengo mi cuerpo abandonado al abandono
y tengo mi cuerpo tiritando de no poder tocarte;
tengo la voz tosca de hablar con tanta gente
y tengo la voz preciosa de cantarte;
tengo las manos agrietadas de la escarcha
y tengo las manos suaves de en el cielo acariciarte;
tengo soledad, luz, alegría, tristeza,rebeldías,
amor, sonrisas y lágrimas...

Y también te tengo a ti, preciosa,
caminando por las venas con mi sangre.
Manolo Chinato

martes, 4 de noviembre de 2008

Singing in the rain

¿Seré capaz de llevar así de bien el lluvioso invierno británico? En unos meses sabréis la respuesta.