Por Augusto Boal
Todas las sociedades humanas son espectaculares en su vida cotidiana y
producen espectáculos en momentos especiales. Son espectaculares como
forma de organización social y producen espectáculos como este que
ustedes han venido a ver.
Aunque inconscientemente, las relaciones humanas se estructuran de forma
teatral: el uso del espacio, el lenguaje del cuerpo, la elección de las
palabras y la modulación de las voces, la confrontación de ideas y pasiones,
todo lo que hacemos en el escenario lo hacemos siempre en nuestras vidas:
¡nosotros somos teatro!
No sólo las bodas y los funerales son espectáculos, también los rituales
cotidianos que, por su familiaridad, no nos llegan a la consciencia. No sólo
pompas, sino también el café de la mañana y los buenos días, los tímidos
enamoramientos, los grandes conflictos pasionales, una sesión del Senado o
una reunión diplomática; todo es teatro.
Una de las principales funciones de nuestro arte es hacer conscientes esos
espectáculos de la vida diaria donde los actores son los propios
espectadores y el escenario es la platea y la platea, escenario. Somos todos
artistas: haciendo teatro, aprendemos a ver aquello que resalta a los ojos,
pero que somos incapaces de ver al estar tan habituados a mirarlo. Lo que
nos es familiar se convierte en invisible: hacer teatro, al contrario, ilumina el
escenario de nuestra vida cotidiana.
En septiembre del año pasado fuimos sorprendidos por una revelación
teatral: nosotros pensábamos que vivíamos en un mundo seguro, a pesar de
las guerras, genocidios, hecatombes y torturas que estaban acaeciendo, sí,
pero lejos de nosotros, en países distantes y salvajes. Nosotros que vivíamos
seguros con nuestro dinero guardado en un banco respetable o en las
manos de un honesto corredor de Bolsa, fuimos informados de que ese
dinero no existía, era virtual, fea ficción de algunos economistas que no eran
ficción, ni eran seguros, ni respetables.
No pasaba de ser mal teatro con triste enredo, donde pocos ganaban
mucho y muchos perdían todo. Políticos de los países ricos se encerraban en
reuniones secretas y de ahí salían con soluciones mágicas. Nosotros, las
víctimas de sus decisiones, continuábamos de espectadores sentados en la
última fila de las gradas.
Veinte años atrás, yo dirigí Fedra de Racine, en Río de Janeiro. El escenario
era pobre: en el suelo, pieles de vaca, alrededor, bambúes. Antes de
comenzar el espectáculo, les decía a mis actores: “Ahora acaba la ficción
que hacemos en el día a día. Cuando crucemos esos bambúes, allá en el
escenario, ninguno de vosotros tiene el derecho de mentir. El Teatro es la
Verdad Escondida.”
Viendo el mundo, además de las apariencias, vemos a opresores y oprimidos
en todas las sociedades, etnias, géneros, clases y castas, vemos el mundo
injusto y cruel. Tenemos la obligación de inventar otro mundo porque
sabemos que otro mundo es posible.
Pero nos incumbe a nosotros el construirlo con nuestras manos entrando en
escena, en el escenario y en la vida.
Asistan al espectáculo que va a comenzar; después, en sus casas con sus
amigos, hagan sus obras ustedes mismos y vean lo que jamás pudieron ver:
aquello que salta a nuestros ojos. El teatro no puede ser solamente un
evento, ¡es forma de vida!
Actores somos todos nosotros, el ciudadano no es aquel que vive en
sociedad: ¡es aquel que la transforma!
Augusto Boal