jueves, 15 de julio de 2010

Gaspar Llamazares en el debate sobre el estado de la Nación.






Visto el discurso del miércoles de Gaspar Llamazares, uno se siente preso de una sensación contradictoria. Por un lado se siente reconfortado, satisfecho de que un político parlamentario sepa "leerle la cartilla" con ideas y argumentos al Presidente del gobierno, sin caer en el juego partidista del "y tú más" al que nos han acostumbrado Zapatero y Rajoy.

Por otro lado, sin embargo, me siento decepcionado. Decepcionado porque no me explico cómo puede ser que Llamazares haya esperado tanto tiempo para lanzarse a la arena del combate político. Una vez ha visto cómo a su grupo parlamentario sólo le queda un escaño y él ha anunciado que se retirará en los próximos comicios, Gaspar Llamazares (siguiendo las directrices de IU, como es lógico) ha abandonado la docilidad discursiva a la que nos tenía acostumbrados en los últimos años hacia el PSOE (a cambio de un premio del que ahora se ve privada y del que se queja Llamazares alrededor del minuto 6 hablando de la deslealtad que el PSOE ha tenido con ellos) y se ha decidido a mostrar, por fin (aunque tímidamente), los dientes que la izquierda lleva tanto tiempo sin atreverse a enseñar en España.

Así, se me ocurre pensar que otro gallo cantaría a los asalariados y a los ciudadanos de este país y del mundo si los intelectuales y políticos que se dicen de izquierdas no los hubieran traicionado de manera cobarde tantas veces. Porque el silencio de las injusticias es una forma de traición a la verdad y a los que creen y dependen de ella, la izquierda debe volver a la calle a gritar bien alto la verdad de los hechos y de la historia. Porque en épocas de mentiras, contar -y gritar- la verdad se convierte en un acto revolucionario.

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