Temprano en la mañana, las aceras de Madrid eran raíles helados y solitarios por los que apenas discurría, en la cabeza de un viajero, un tren silencioso imaginario, mezcla de nostalgia y de soledad. Procedente de ningún lugar, tenía por destino esperanza.
Esta mañana trepé por el gris de la ciudad y me asomé al mar.
Cansado, a veces me imagino que el mar es como una ventana,
y si me asomo por ella, si me fijo mucho y miro lejos,
puedo verte a tí, puedo veros a todos, y puedo estar con vosotros.
Cuando miro lejos.
A veces me gustaría caminar por el gris de la ciudad y no tener que cerrar los ojos para imaginarme el horizonte que tú ves, querría respirar lo que tú hueles y pisar el mismo suelo donde se levanta tu sombra en días de sol de otoño.
Pero no todo está perdido, nos queda también el cielo, donde me gusta imaginar que nuestras miradas se cruzan en el mismo punto, entre las miradas de tanta gente que también busca en el horizonte un nexo que le reúna con los suyos, una excusa para sentirse menos locos, perdón, menos solos.
Mientras tanto, suspiros de soledad,
gemidos de impotencia y resignación,
tiñen de negro las tardes de domingo,
que se clavan como astillas de hielo en el alma del emigrante.
Esperando a un mañana más dulce y concurrido,
ansía que su ventana no se cierre jamás,
que su mar no se seque en soledad,
que un día haya un quién a quien contar
que una vez trepó por el gris de la ciudad
y consiguió escapar.
2 comentarios:
¿estabas inspirado? ¿o estabas enamorado?
Un poco de ambas. Aunque lo primero suele venir de lo segundo. Abrazos
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