lunes, 14 de mayo de 2012

Te odio.

Te odio.
Odio las canciones de amor
que traen tu recuerdo a mi casa.
Las ganas de verte.
Y odio
el cielo en tu rostro y las dudas
de echarte al olvido o llamarte
para contarte,
qué sé yo,
que sigo existiendo,
que te odio por fin,
que no sé
si el mundo resiste sin ti.
Tanto, tanto, tanto, tanto te odio.
 
Te odio.
Odio la mañana, el café
sin planes, sin ti y en ayunas
perdura tu aroma y lo odio.
Envuelto en papel de colores
te envío bengalas, rencores.
Quizá recuerdes así
que te odio. También tu sonrisa
y la brisa arañando tu piel,
y mi corazón ya de paso.
Tanto, tanto, tanto, tanto lo odio.
 
Este viejo odio
que hiela los jazmines,
ama tu figura aborrecible.
Y así, si te marchas,
quedan los rencores
para recordarme las razones
de por qué me eres imprescindible,
de por qué te extraño aunque me olvides.
 
Te odio.
Odio tu belleza y a mí
me odio al saberme tan lejos
del viejo camino andado
rastreando hadas y cometas,
la estrella prendida en tu pelo.
Maldito lucero. Lo odio.
Odio odiarte tanto,
saber que te encuentras perdida
y la vida me impide encontrarte.
Tanto, tanto, tanto, tanto te odio.
 
Yo odio
perseguir tu rastro,
cansado en este laberinto.
Cual hilo de Ariadna tus huellas
me llevan hasta el dulce tiempo
de besos, promesas. Lo odio.
Soy tan feliz
a tu lado que odio
que ya no estés cerca
y empieza a cansarme este odio.
Quizá si tuviera tus manos
Pero te odio tanto, tanto, tanto, tanto.
 
Este viejo odio
que hiela los jazmines,
ama tu figura aborrecible.
Y así, si te marchas,
quedan los rencores
para recordarme las razones
de por qué me eres imprescindible,
de por qué te extraño aunque me olvides.
Ismael Serrano

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