Me reconozco, en cierta medida, un maniático del lenguaje; valoro su uso correcto y considero un arte la capacidad de saber elegir correctamente la palabra exacta para expresar una idea o un mensaje concreto. Más todavía si se desempeña un cargo público y más aún si uno se encuentra en un cargo situado en la cúspide del sistema político de un país.
En los últimos años, hemos tenido la oportunidad de presenciar en diversas ocasiones episodios comunicativos poco afortunados por parte de nuestros políticos. ¿Quién no recuerda el revuelo o incluso mofa que despertaba cada vez que hablaba la ex Ministra de Fomento socialista Magdalena Álvarez? Por no hablar de la no-comunicación que el actual Presidente del Gobierno Mariano Rajoy ha enarbolado desde que asumió el poder. Partimos de la base de que la no-comunicación también es comunicación; ¿significa entonces que no tiene nada que decir? ¿que no se atreve? ¿que considera que más vale estar callado que arriesgarse a equivocarse, aunque ello implique salir corriendo delante de periodistas en los pasillos del Senado? Flaco favor le hacen sus asesores de comunicación si perseveran en esta estrategia.
Por supuesto, parto de la consideración de que un servidor público tiene, entre otras obligaciones, las de mantener una relación transparente con la sociedad a la que pertenece, lo que se traduce en establecer y mantener un flujo continuo de comunicación con ella. Sin embargo, visto lo visto en los últimos tiempos, a veces aceptaría la imposición de una cadena de silencio perpetuo a algunos de nuestros políticos, aparte de los ya citados. Si no lo creéis así, tal vez escuchar este audio sobre nuestra actual Ministra de Sanidad, Ana Mato, os convenza.
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