Leo este artículo tras varios días pululando por las salas de cine, reflexionando y digiriendo las últimas obras que me han llamado la atención de las que asaltan la cartelera: Her y La Gran Belleza.
No queda otra que aceptar que Her, junto con otras películas actuales como La Gran Belleza, son reflejos muy lúcidos y necesarios -pero dramáticos- del estado en que se encuentra el pensamiento contemporáneo. Sabemos -más o menos- qué fuimos y cómo llegamos hasta aquí, pero no nos gusta. Intuimos dónde estamos ahora, pero tampoco nos gusta. No tenemos ni puta idea de qué somos, qué queremos ser ni a dónde queremos ir a partir de ahora, y eso nos angustia. Más aún en una época en que cualquier logro civilizatorio -político, social, cultural...- es cuestionado, relativizado, puesto en tela de juicio mientras gurús económicos y tecnológicos nos obligan a correr por encima de nuestras posibilidades.
¿Estamos de vuelta de todo? No lo sé, pero a veces me pregunto si hay demasiada gente que ya no espera nada de sí misma, de los demás y de la vida -entendiendo "vida" así como concepto generalista-cajón de sastre con un destino predefinido en lo universal-. Ante la decepción generalizada, unos encuentran consuelo en Dios, el Valium y el Prozac, otros en la madurada decisión de evitar encontrar algún sentido vital, otros se entregan a un ordenador que les cuenta una ilusión tan real -tan falaz- como la vida misma.
Y mientras se nos van cayendo mitos por el camino, un día despertamos y nos damos cuenta de que, como en el cuento del rey, nosotros también vamos desnudos...
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