lunes, 12 de mayo de 2014

Villancico remoto.

Hubo un tiempo en que el musgo estuvo entre mis manos.

Acercaos…

Parecía murmurar en las rocas.
El verde intenso es siempre guardián de la alegría.
Dicen que el musgo duele y acaso eso sea cierto
pero en la infancia el frío todavía no existe.

Yo tuve un cielo claro de abuelos y estrellas,
una casa en solsticio y un jardín en el alma.
Con musgo construimos la noche más extensa
mientras el río y la nieve celebran sus bodas.

Cómo no iba a dejarme hechizar por el fuego,
irrepetido siempre aunque en el mismo sitio.
Los ancianos del pueblo rememoraban cantos
tan hondos que sanaban a fuerza de ser tristes.

Ya no queda la escarcha ni el musgo ni el solsticio.
La claridad precisa del río es un relámpago.
Cuántas veces la vida cambia hogar por sendero,
como niño por hombre y sonido por ruido.
Ahora comprendo el tacto implacable del frío,
reconozco el peor: el que hiela por dentro.

Bajo las noches largas del filo de diciembre
sigo buscando el musgo que me devuelve a casa.

Raquel Lanseros

2 comentarios:

Rosa B.G dijo...

Un poema lleno de nostalgia y dolor.
He llegado hasta aquí a través de otros blogs, y me alegra haberlo hecho.
Me quedo por aquí para seguir leyendoy de vez en cuando,siempre que el tiempo me lo permita, repetiré mi hazaña.
Un saludo
Rosa

Cranko dijo...

Muchas gracias por tus palabras, Rosa B.G.

No dejes de saludar cuando pases por aquí.

Hasta pronto