Hace unos días, comentando con unos compañeros la actualidad política española me vino a la cabeza una metáfora que en ocasiones he utilizado para comprender el cambio de época que estamos atravesando. Por cambio de época me refiero a que, si al periodo que comenzó tras la muerte de Franco se le conoció como “La Transición”, ahora no son pocos los científicos sociales que sostenemos que estamos ante el comienzo de una nueva etapa histórica.
La metáfora en sí trataba de explicar el papel que a todas luces parece desempeñar el PSOE en el panorama actual. Y es que yo veo al PSOE, esa magnífica máquina electoral a la que confieso que nunca he votado, como a un padre.
Un padre es esa figura a la que quien más, quien menos, tiene cierto cariño. Es alguien que hace tiempo nos enseñó, nos ayudó a crecer,a mirar el mundo. Alguien a quien en épocas admiramos. Sin embargo, conforme fuimos creciendo, comenzamos a verlo de manera diferente; empezamos a verle las costuras, a descubrir sus límites y, en fin, dejamos de tragarnos todo lo que nos decía para adoptar una postura adulta y, en el mejor de los casos, crítica con aquello que el padre simbolizaba. Paralelamente, a ese proceso de cada uno de nosotros se le corresponde otro proceso interno por parte del padre quien, con los años, deja de ser alguien crítico, con objetivos transformadores y comienza a adquirir ciertos vicios conservadores, como si donde hubo ambición ahora hubiesen tics que le invitan a acomodarse en una golosa zona de confort.
Pues bien, el PSOE hace tiempo que adoptó el rol del padre, y no lo digo sólo porque en términos electorales se esté perfilando como un partido regionalista del sur de España. El PSOE, ese partido al que mucha gente en su momento tuvo mucho cariño y en el que se llegaron a depositar más de 11 millones de votos, un buen día decidió que lo suyo ya no era la transformación a mejor del statu quo, sino la defensa de un estado de cosas con el que se encontraba cómodo. De la ambición de figuras como Alfonso Guerra y aquel “a España no la va a conocer ni la madre que la parió”, se llegó al vicio del pensamiento vacío de Zapatero con grandes lemas como “bajar impuestos es de izquierdas” o “fumar es de derechas” y el cheque bebé para todos -sin importar si eres un multimillonario como Amancio Ortega o si ganas 5.900€ al año-. En resumidas cuentas, pagó la renuncia a los principios del pensamiento crítico y progresista con la muerte de la ambición de un partido, de su programa y de sus líderes. Hoy, con Pedro Sánchez a la cabeza del partido ya parecería que ni alma le queda. ¿Qué pasará ahora con la conciencia de sus votantes? ¿Despertarán a tiempo de luchar por lo que un día fueron sus ideas o su lealtad a unas siglas será más fuerte?
El alma de cambio hace años que abandonó al padre-PSOE. Ahora sólo trata de luchar agónicamente por su supervivencia y por convencerse a sí mismo de que su paso por la historia ha tenido -quizás aún tiene- algún sentido. Mientras se desliza hacia la vejez, busca alguna razón que le ayude a aceptar la realidad de cambio y le facilite el consuelo al saber que éste ya no le pertenece.