miércoles, 21 de noviembre de 2007

Envidia de los gabachos

Parece mentira que estando separados “tan sólo” por una cadena montañosa, sean tan diferentes los caracteres español y francés en algunos aspectos. Tanto es así que uno se asombra cuando ve por televisión cómo en Francia muchos sectores sociales y laborales llevan en huelga ininterrumpida más de una semana, algo que no me imagino que pudiera ocurrir en España, pese a que razones, como las meigas, haylas.


Si uno echa un vistazo por la actualidad socio-económica francesa, se da cuenta de que en estos 9 días de movilización contra las reformas del sector público y parapúblico francés, han salido a la calle en multitudinarias manifestaciones cientos de miles de personas todos y cada uno de los días – pese al gélido ambiente -, al margen de las huelgas que se han sucedido día tras día con un seguimiento que aquí, en España, sería difícilmente imaginable. Ferroviarios, transporte público (incluyendo sabotajes en líneas de TGV), estudiantes y profesores universitarios y de institutos, carteros, controladores aéreos y sanitarios son los principales sectores en que se han organizado paros con un fuerte seguimiento y que han causado ya cerca de 500 millones de € en pérdidas a la economía francesa, según el ministro de finanzas.

Las causas a todas estas movilizaciones son claras: la Administración Sarkozy está decidida a impulsar una reforma del sector público que consiste, principalmente, en congelar los salarios del personal funcionario, suprimir 23.000 puestos de funcionarios sólo en 2008 (a partir de 2009 se incrementará dicha cantidad) y reformar el régimen privilegiado de pensiones que tienen algunos funcionarios. Pese al fuerte rechazo que estas medidas se están encontrando en la calle, el presidente Sarkozy dice estar dispuesto a seguir adelante aunque, eso sí, se mantendrá siempre abierto al diálogo. Esta postura, sin embargo, parece estar lejos de amedrentar a los huelguistas y, pese a la paulatina reducción del índice de participación en algunos sectores, las movilizaciones no tienen fecha de caducidad, sobretodo por el hecho de que los sindicatos se niegan a negociar con el gobierno con las actuales condiciones establecidas unilateralmente por este último.

Ante este panorama, nadie tacha a los franceses de ser unos violentos, exaltados, rojos o alocados. Sin embargo, cuando a alguien aquí en España se le ocurre levantar la voz para denunciar algo que considera injusto, como poco se le “mira raro”. Tenemos gravado con fuego el espíritu servil del siglo XIX, según el cual nos impregna un sentimiento de sumisión a la autoridad, por lo que salirse del rebaño, para lo bueno y para lo malo, es sinónimo de subversivo y peligroso, en lugar de servir de llamada para el debate y la comprensión. Gracias a este “espíritu español” tenemos (todavía) a nuestro Rey en su sitio (que se acaba de ventilar 30 años de diplomacia en América Latina gracias a su “¿Por qué no te callas?”), tenemos una clase política que se preocupa más de menospreciarse entre sí que de solucionar racionalmente los problemas de sus representados, tenemos unos salarios notablemente menores que en el resto de la Unión Europea sin que ello se relacione con unos precios relativos menores en la misma proporción, etc. Pero claro, nos preocupamos más de mirarnos el ombligo, en lugar de aprender de lo bueno que podemos ver al otro lado de los Pirineos, donde cada día se puede comprobar que el espíritu reivindicativo y revolucionario que nació en la Revolución Francesa de 1789 sigue vivito y coleando. Tan vivito y coleando como el servilismo de los españoles.

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