Hay quienes luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.
sábado, 29 de mayo de 2010
Estracto de 8 min. de 59 segundos
viernes, 28 de mayo de 2010
jueves, 27 de mayo de 2010
Maldición.
Maldigo los discursos llenos de palabras vacías, las banalidades, las falsas verdades y las mentiras bonitas.
Maldigo los dolores de cabeza, los malos despertares y los arrítmicos atardeceres de los días de domingo.
También maldigo las guerras, el capitalismo y la imprescindible necesidad de levantar tu puño cada mañana.
Pero sobre todas las cosas, si hay algo que de verdad maldigo, es esta distancia que me separa de tí...
...esta maldita distancia.
miércoles, 26 de mayo de 2010
Entrevista a Jorge Bucay, médico del alma.
Quiero que opines, sin aconsejarme.
Quiero que confíes en mi, sin exigirme.
Quiero que me ayudes, sin intentar decidir por mi.
Quiero que me cuides, sin anularme.
Quiero que me mires, sin proyectar tus cosas en mi.
Quiero que me abraces, sin asfixiarme.
Quiero que me animes, sin empujarme.
Quiero que me sostengas, sin hacerte cargo de mi.
Quiero que me protejas, sin mentiras.
Quiero que te acerques, sin invadirme.
Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten,
que las aceptes y no pretendas cambiarlas.
Quiero que sepas, que hoy, hoy podés contar conmigo.
Sin condiciones.
martes, 25 de mayo de 2010
Hoy te cuento un cuento: La Princesa busca marido
Había una vez una princesa, que quería encontrar un esposo digno de ella, que la amase verdaderamente. Para lo cual puso una condición: elegiría marido entre todos los que fueran capaces de estar 365 días al lado del muro del palacio donde ella vivía, sin separarse ni un solo día. Se presentaron centenares, miles de pretendientes a la corona real. Pero claro al primer frío la mitad se fue, cuando empezaron los calores se fue la mitad de la otra mitad, cuando empezaron a gastarse los cojines y se terminó la comida, la mitad de la mitad de la mitad, también se fue.
Habían empezado el primero de enero, cuando entró diciembre, empezaron de nuevo los fríos, y solamente quedó un joven.Todos los demás se habían ido, cansados, aburridos, pensando que ningún amor valía la pena. Solamente éste joven que había adorado a la princesa desde siempre, estaba allí, anclado en esa pared y ese muro, esperando pacientemente que pasaran los 365 días.
- Padre creo que finalmente vas a tener un casamiento, y que por fin vas a tener nietos, este es el hombre que de verdad me quiere.
El rey se había puesto contento y comenzó a prepararlo todo. La ceremonia, el banquete e incluso, le hizo saber al joven, a través de la guardia, que el primero de Enero, cuando se cumplieran los 365 días, lo esperaba en el palacio porque quería hablar con él.
Todo estaba preparado, el pueblo estaba contento, todo el mundo esperaba ansiosamente el primero de Enero. El 31 de Diciembre, el día después de haber pasado las 364 noches y los 365 días allí, el joven se levantó del muro y se marchó. Fue hasta su casa y fue a ver a su madre, y ésta le dijo:
- Hijo querías tanto a la princesa, estuviste allí 364 noches, 365 días y el último día te fuiste. ¿Qué pasó?, ¿No pudiste aguantar un día más?
Y el hijo contestó:
- ¿Sabes madre? Me enteré que me había visto, me enteré que me había elegido, me enteré que le había dicho a su padre que se iba a casar conmigo y, a pesar de eso, no fue capaz de evitarme una sola noche de dolor, pudiendo hacerlo, no me evitó una sola noche de sufrimiento. Alguien que no es capaz de evitarte una noche de sufrimiento no merece mi amor, ¿verdad madre?
Cuando estás en una relación, y te das cuenta de que pudiendo evitarte una mínima parte de sufrimiento, el otro no lo hace es, porque todo se ha terminado.
lunes, 24 de mayo de 2010
Hawkins VS Asociación de abducidos de Santiago de Compostela
Arturo Pérez Reverte
No tengo claro si al astrofísico Stephen Hawking se le ha ido la pinza, o no, pero he disfrutado mucho con lo último suyo, lo de los marcianos. Tanto como un político español con una Visa Oro. Dice don Stephen, que no es cualquiera, que los alienígenas pueden dejarse caer cualquier día por la Tierra derrochando mala baba fluorescente, y que mejor no tener contacto con ellos, porque vete a saber. Que lo mismo hacemos el primo con tanto mensaje de buena voluntad enviado al espacio, hay vida aquí en la Tierra, aló, aló, se me oye, se me escucha, etcétera, mandando naves con una foto de nuestros niños, la película Bambi y la canción esa de algo pequeñito, uó, uó, algo muy bonito. Igual el paquete entregado a domicilio despierta en los pavos de allá arriba, que pueden no ser tan buena gente como creen algunos, ganas de arrimarse a echar un vistazo, más o menos como hicieron Hernán Cortés, Pizarro y otros finos neurocirujanos de las civilizaciones azteca, maya y sitios así. Y la pringamos.
A mí, sin embargo, la idea me pone. Mucho. Ando bastanteempalagado de mermelada intergaláctica. De marcianitos amables, dignos padres de familia. Siempre me pateó los higadillos esa tendencia moderna, tan políticamente correcta, a presentar a los extraterrestres como gente más bondadosa, culta y civilizada que los humanos. Basándonos en qué, pregunto. No encuentro ningún motivo para pensar que un fulano de color verde fosforito, antenas con luz estroboscópica en la frente y palmo y medio de estatura, nacido en la Galaxia ZetaZetaPAF según pasas Alfa Centauro a mano izquierda, deba tener mejores sentimientos, más educación o menos instinto depredador que cualquiera de los innumerables y conocidos hijos de puta que pastan en nuestro bonito planeta azul. No faltarán en el espacio constructores ladrilleros, supongo, capaces de que el alcalde de allí recalifique los terrenos del circo de Hiparco o un anillo de Saturno, engrasándolo. Tampoco andarán escasos de obispos o imanes de lo suyo, no al aborto, velo y demás. Ni de políticos del Pepé, o como se llame allí, con sastre gratis, amigo en campo de golf y corbata ancha color butano. También a los extraterrestres les gustarán los platillos volantes de lujo, supongo. Y las cuentas secretas en las islas Cocodrilo de Orión. Y ver Sálvame Alienígena de Lux, los viernes. Y las marcianas con tetas grandes, o lo que les cuelgue en su equivalente galáctico. No te fastidia.
Así que, por mí, que nos invadan. No creo que vayamos a peor.Además, estoy de acuerdo con el amigo Hawking. También eso nos lo estaríamos ganando a pulso, con tanta gilipollez terrícola. Daría igual que vinieran en pateras espaciales -imagino a esos marcianos desnutridos, atendidos por picoletos, psicólogos y oenegés- o a bordo de naves acorazadas con más artilugios que la planta de electrónica del Corte Inglés. Alucinarían al ver nuestras caras de panolis. Nosotros ser terrícolas y recibiros en son de paz. Jao. ¿Du yu spikinglis? Etcétera. Disfruto más con la idea de unos extraterrestres bordes, en plan Mars Attack, que con la estampa tipo E.T. del marcianito bueno, tierno y comprensivo. La idea de un ser mucilaginoso apuntando con el dedo de pata de pollo a las estrellas mientras susurra «Mi cassa, mi cassa» con una voz que recuerda sospechosamente la de Benedicto XVI, me motiva mucho menos que esos alienígenas desparramándose de su ovni con ganas de juerga y hasta arriba de morapio, hip, como ingleses en Ibiza, poniéndolo todo perdido de líquido blandiblub en plan moco, mientras la peña les hace la V con dos dedos en plan paz y buen rollito, colegas. Con Mariano Rajoy diciéndoles al cabo de un rato largo, tras pensárselo mucho: «Gracias por haber venido. Yo también me llamo marciano, Marciano Rajoy», mientras Bibiana Aído, con risita pícara de colegiala transgresora, los llama extraterrestres y extraterrestras del espacio y de la espacia, y Leire Pajín, entre anuncio y anuncio de champú, se congratula en el telediario de la conjunción planetaria Obama-Zapatero-Júpiter, calificándola de acontecimiento galáctico del milenio. Me parto en rodajas imaginando esas y otras deliciosas escenas. No digan ustedes que no les pone, por ejemplo, la de un ser viscoso de color amarillo que camina dejando un rastro gelatinoso, chof, chof, armado con pistola atómica disolvente de rayos láser ultrasónicos, y entrando en el Senado español a ver de qué va aquello, mientras algún tonto habitual -Iñaki Anasagasti, por ejemplo, recién peinado por Llongueras- pretende explicarle, muy serio y con el pinganillo en la oreja, lo de las lenguas cooficiales y la traducción simultánea.
Sí. Hay días en los que pagaría por ser marciano.
domingo, 23 de mayo de 2010
Garzon News!
sábado, 22 de mayo de 2010
La leyenda del cánido antisistema.
viernes, 21 de mayo de 2010
Una de humor absurdo de los 70, de Krahe, que trae cola.
Aquí tenéis el vídeo en cuestión, juzgad vosotros mismos:
jueves, 20 de mayo de 2010
Espero curarme de ti en unos días...
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
domingo, 9 de mayo de 2010
Por qué no se llegó a un acuerdo en la Cumbre del Clima de Copenhague
sábado, 8 de mayo de 2010
Un Imprescindible bajo el Puente de los Franceses
Hay quienes luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.
La perseverancia, decía mi abuelo, es una de las principales cualidades de la que puede presumir una persona, reflejo de una actitud que no se rinde fácilmente, impasible ante las bofetadas que le puedan caer a uno. Cabezonería, vamos, pero a poder ser fundada y razonada.
Cada día desde hace seis años recorro una ruta concreta, repetitiva, unas veces a medio dormir y otras a medio despertar, camino de mi facultad. Gracias a esa rutina me he aprendido horarios y costumbres de gentes anónimas que buscan en el día a día la excusa para vencer el cansancio: desde conductores de autobús hasta mendigos que atosigan ancianas en busca de unas monedas por los alrededores del intercambiador de Moncloa. Desde hace dos años aproximadamente, cuando paso por las proximidades del Puente de los Franceses montado en mi autobús veo a un señor (llamémosle, por ejemplo, Martín), de edad entre los cincuenta y los sesenta, fumador elegante y de mirada noble, apostado día tras día imperturbable, impertérrito y estoico, en busca de trabajo. Esquivando los coches, cada vez que el semáforo se pone en rojo Martín pregunta entre los conductores, en actitud lindante entre la indolencia y el desprecio, por alguien que le dé tareas que hacer. Casi da igual el qué: albañilería, fontanería o cualquier tipo de arreglos (Martín es, o más bien era, trabajador de la construcción). Dos años buscando trabajo en lo que sea, sin dejarse vencer por la desesperanza, sin ceder al desaliento ante un infructuoso presente. Dos años de pie en ese semáforo, haga frío o haga calor, desde las 8 de la mañana hasta la una y media de la tarde, hora en que abandona su particular lugar de búsqueda de trabajo para agarrar un autobús que lo devuelva a quién sabe dónde, mientras otro chico treinta años más joven le releva, retira los carteles que Martín tenía puestos a modo de anuncio ofreciendo su trabajo y comienza a hacer malabarismos en ese mismo espacio. Un eslabón más en la cadena.
Por ello ese espacio, como tantos otros, no es un simple espacio vacío. Es un lugar, lleno de vida y de momentos, bajo el Puente de los Franceses. Un lugar que ya fue escenario hace setenta años de una cruenta batalla de la Guerra Civil en la que un ejército de imprescindibles, a las órdenes del Capitán Rojo y al grito de “No pasarán” frenó a las hordas franquistas en su primer intento por hacerse con el control de la capital. Un lugar en pleno centro de Madrid, en medio del tráfico y del ruido, en el que tienen lugar escenas que, grandes y pequeñas, constituyen ese cemento social que forma parte esencial de la vida de toda urbe. Lugares y personas como esas son las que construyen una ciudad, las que demuestran que entre la Bolsa y el casino, por encima del puro del político y del maletín del banquero, más allá del cemento y del asfalto, sigue habiendo lugar para historias con alma, imprescindibles personas con historia que pueblan nuestros horizontes.