Ahora que ya nadie pregunta por nosotros en las calles de Madrid,
confieso que me he desenganchado de las drogas que tomé para desengancharme de tí.
Las camas vacías ya no me asustan tanto como las parejas “bien” y sus ataduras consentidas,
y aunque no tenga una musa a la que agarrarme sé que mis manos jamás estarán vacías.
Desde mi nueva atalaya junto al mar veo el tiempo avanzar tanto que a veces siento vértigo.
También veo gentes caminando, otras corriendo, unas que emigran y otras que llegan.
Y veo cómo las semanas vuelan pero se arrastran, perezosas, en las tardes de domingo.
Y siento que algunas, a veces, se me clavan como puñales pero, ya ves, también pasan.
Una de esas tardes perdí el miedo a ver mi corazón en bancarrota.
Ahora también se qué es del querer cuando el mal uso lo venció.
Y si después de tanto amar y haber amado, vuelvo un día todavía a amar,
no recibiré castigo ni loa, y en mi epitafio se leerá: “lo mereció”.
Ahora que ya se que nada es urgente,
decidí no tomarme demasiado en serio.
Por fin he aprendido a hablar conmigo mismo
sin temer que no me guste lo que encuentre.
Ahora que encuentro por los rincones de mi casa recuerdos de lo que quise ser,
busco continuamente ventanas por las que lanzar mis escritos huérfanos al aire.
Aunque supongo que también sabes que a veces recojo palabras llenas de viento,
porque gracias a ellas todas las noches tienen un minuto en que puedo volar a tu encuentro.
Ahora que nos despertamos de los cuentos que nos contaron de niños,
no nos sorprende descubrir a quién defienden las balas de goma de la policía.
Ahora sabemos que en Wall Street los lobos más feroces son los que no enseñan los colmillos,
y también sabemos que el mejor camello es el que cuando lo necesitas te fía.
Ya ves, reconozco que a veces, cuando estoy solo, entono el grito de los cansados.
También echo de menos y reclamo a gritos aquellos largos veranos estudiantiles.
Y vuelvo, por fin, a escuchar canciones de Ismael con las que entonábamos nuestras huidas.
Y me pregunto a ratos qué será ahora de tus labios carnosos abandonados.
Ahora que se que ya nada es urgente,
decidí no tomarme demasiado en serio.
Además, por fin he aprendido a hablar conmigo mismo
sin temer que no me guste lo que encuentre.
Ya nadie sabe qué fue de mi hogar, debí perderlo entre andenes;
si algún día me buscas, pregunta por mí donde termina la Nacional Tres.